XXVI

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Ray le había insultado por no aparecer en cuatro días, exigiendo que si no dejaba de faltar iba a llevarse el jodido semestre, a lo que Frank contestó que solo era por unos días, que prometía no volver a faltar. Faltaban apenas dos meses para que el fin de curso llegase y el otoño le pisase los talones. Ahora, sentado en una incómoda silla justo en el fondo del salón, junto a Ray en economía solo hacia garabatos en su hoja llena de cuadrículas y apuntes estúpidos que el castaño estaba seguro, no le servirían para una mierda.

- ¿Qué es lo que me tenias que decir aquella vez, Frank? -  preguntó con algo de curiosidad el moreno que intentaba anotar en su propia hoja lo que el viejo escribía en el diminuto pizarrón a metros de distancia. Frank sintió la mirada de reojo que Ray le mandó, invitándole a hablar. Había pasado bastante tiempo de aquella vez que salió con él y con Jepha.

-¿Ahora? - su pregunta salió algo temerosa, primero porque no era el jodido lugar para hablar de los líos que tenía en su cabeza y por otro lado, la mujer que siempre se sentaba frente a ellos no dejaba de mirarlos. 

El moreno a su lado suspiró dejando la lapicera a un lado y mirándole de lleno, olvidándose por un momento que el tipo seguía hablando. - No, pero Frank, eso... - Ray señaló a su cuello mal tapado por el pañuelo negro que llevaba a todos lados, el castaño enrojeció, - y lo de tu cara, no es de todos los días. Además tu amigo me molesta todos los días.

Sin decir nada más el moreno le ignoró volviendo a escribir lo que el viejo no había parado de explicar, los ojos avellana bajaron a su hoja adornada por garabatos, tarde o temprano tendría que hablar con Ray. 

-Mañana en casa, ¿está bien? - preguntó Frank algo apenado, porque Ray era uno de sus pocos amigos y más allá de Jamia no había nadie más que lo comprendiese de aquella manera. Pensó en Gerard cuando los ojos marrones le miraron, pero Gerard, era otra historia.

La sonrisa enorme salió de los labios gruesos y seguido de un asentimiento, Frank sonrió también y pronto se exaltó en su propio lugar cuando su celular y la fea música de fábrica comenzó a sonar. Bajó su vista hacia el maldito aparato. Linda.

Sin que aquél maldito viejo se diera cuenta el castaño salió del salón solo para recostarse en una de las paredes que daba al campus. - ¿Mamá, dónde estás? - preguntó rápido con el corazón en la boca, si Cheech podría ir por él, entonces no dudaría en ir por Linda.

-Frankie estoy en Baltimore, en casa de tu tía - explicó la mujer y el de ojos avellana se deslizó por la pared colocándose en cuclillas, esperando, solo esperando por la continuación de lo que necesitaba saber. Su mano izquierda pasó fuertemente por su rostro algo dolorido. - ¿Te hizo algo?

El corazón de Frank comenzó a bombear fuertemente, - ¿Quién? - sin dudas falló en hacerse el idiota, porque escuchó el insulto de su madre. - Mamá, no pasó nada yo..

-Hijo, quiero que la próxima vez llames a la policía. - la voz de su madre se quebró haciéndole sentir a Frank, un nudo en medio de su estómago. Frank negó y al parecer el maldito instinto de madre salió a flote. - Entonces voy a volver a Belleville.

Entonces la charla que Frank menos quería, comenzó.

                                                                                                          *

Ray se lo había tomado bastante bien, las palabras de aliento y reproche no faltaron, como Frank no imaginó, el moreno le había dicho todo eso que Bob le había contado. Pero ahora, eran la una y media de la madrugada, y el pelinegro le miró otra vez de reojo, se veía incómodo y no había tocado su maldito café en lo que iba de la noche. Frank suspiró y desde su pequeña mesita en medio del living veía la figura de Gerard apoyada sobre el balcón que daba hacia la calle algo oscura con sus brazos en la baranda y una pierna flexionada sosteniendo su pedo, la ventana solo iluminada por un farol amarillo justo en la esquina y la luna que esa noche estaba mucho más grande que otras. Frank estaba sentado en una de las sillas que pronto abandonó tomando la taza de Gerard entre sus manos sintiendo la tibieza de la cerámica negra. Con paso lento de sus pies desnudos se acercó, viendo como un suspiro de humo salía de los labios contrarios y bajó la vista a la taza que aún seguía en sus tatuados dedos.

El odio hace al amor |Frerard| TerminadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora