14. Huyendo de un depredador

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Él sonrió con amabilidad, a pesar de que tenía ganas de llorar. ¿Por qué a ella? No se merecía estar pasando por ese infierno. No había hecho nada malo. Las ganas de decirle que dejara de forzarse inútilmente por un recuerdo inexistente, lo estaban matando.

—Hay muchas cosas en este mundo que carecen de sentido —dijo él.

—Silver, ¿sabes qué pasará conmigo?

—¿A qué te refieres? ¿Cuándo?

Ésa era una pregunta muy amplia.

—Cuando recupere la memoria. Quiero decir que no tengo un hogar al cual regresar —explicó Celeste al borde del llanto—, ni una familia que me esté aguardando. ¿Cierto?

Él le apoyó las manos en los hombros, reconfortándola:

—Escucha: Aunque no estemos unidos por la sangre, yo siempre seré tu familia.

—¿Y si te cansas de mí? Podría ocurrir... Algún día.

—No mientras viva —aseguró—.Y, en caso de que llegara a morir, estoy bien seguro de que ellos no te dejarían por nada del mundo.

Ella se estremeció ante la perspectiva. No quería que se muriera. ¿Por qué decía esas cosas?

—¿Ellos?

—Oliver. Y Howl. Supongo que podrías quedarte, si prefieres, a vivir con ellos. Dudo mucho que el director te eche a la calle, si no tienes donde ir. Y el profesor Howl... —Silver suspiró con pesar al comprobar que ese nombre causó que se formase una sonrisa involuntaria en el rostro de la joven—. Se preocupa por ti —admitió sin que le hiciera mucha gracia. De hecho, se preocupaba mucho más de lo que debía.

Era tan fácil hacerla sonreír. Bastaba con nombrarlo.

Grandes nubes negras cubrieron el cielo; el día se hizo noche. Aparentemente, el sol ya no volvería.

Celeste volteó hacia arriba y una gota cayó en medio de su frente.

—Me parece que es hora de la retirada —anunció, secándose con el dorso de la mano.

Silver bufó con evidente fastidio.

—Sí —sonrió ella—. Es una verdadera lástima. Tampoco quiero irme.

—Y yo que estaba a punto de besarte... —exclamó él—. Se me arruinó el plan.

Celeste abrió los ojos como dos platos.

—¡Era broma! —sonrió el chico y miró hacia arriba, mordiéndose la lengua. Y después añadió, sin apartar su vista de las nubes—: Tienes razón, deberíamos entrar. Mi amigo Walter me enseñó que no es seguro permanecer junto a un árbol durante una tormenta eléctrica.

¿Había dicho amigo? Bueno, podía ser. Últimamente, decía muchas cosas sin darse cuenta.

La muchacha se puso tensa.

—¿E-léc-tri-ca? —tartamudeó.

—Ajá. Eléctrica —confirmó el joven.

Un enorme rayo surcó el cielo de punta a punta.

—¡Wow! ¿Viste ese rayo? —señaló Silver con entusiasmo.

La respiración de Celeste se aceleró y se mordió una uña, con aparente nerviosismo.

Hubo un relámpago. Duró apenas una fracción de segundo, pero fue tiempo suficiente para que el muchacho comprendiera el porqué del leve cambio en su postura.

—Te asustan las tormentas —se percató—. Se me había olvidad...

Su voz fue silenciada por un trueno, un sonido tan potente que provocó en Celeste la urgente necesidad de sentirse protegida. Por ese motivo, se arrojó directamente hacia su amigo con los ojos fuertemente cerrados. No había nada a lo que más temiera, que la furia de la naturaleza. Él lo sabía.

Silver sintió el miedo de la joven y la rodeó inmediatamente con sus brazos, ahora que podía hacerlo. Y, aún sabiendo que ese instante perfecto no duraría, aún con el agua helada de la lluvia cayendo sobre ellos, y aún estando perfectamente consciente de que él no era nadie para ella, fue feliz.

Lo malo era que los momentos felices no duraban.

—¿Cel? —la llamó tranquilamente—. No quisiera interrumpirte, pero... Ejém... Nos estamos mojando. Mucho.

Sí, nos estamos mojando. ¿Y qué? —La conciencia de Silver le ganaba a su naturaleza. Eso era bastante claro, sin embargo, ésta hacía escuchar su potente voz en toda oportunidad.

—¡Oh! —Celeste se percató de su abrazo, pero no lo soltó. Simplemente elevó su cabeza y lo miró directo a los ojos. Sus dedos continuaban apretados alrededor de la ropa del muchacho y no cedían. Como si la asustase que, al dejarlo libre, desapareciera.

Silver supuso que el miedo a los estruendosos ruidos de la tormenta no la dejaban moverse.

—Luces sorprendida —sonrió el joven, divertido—. ¿Es por la repentina caída del agua o porque recién te das cuenta de que te tengo en mis brazos?

Ella se puso roja. Definitivamente no era por el agua. Se sintió como una niñita tonta. ¿Y por qué continuaba agarrada a él como una garrapata? ¡Qué vergüenza!

Él pareció adivinar sus pensamientos. Cada vez le resultaba más y más sencillo entender esos gestos que, en un principio, le fueron totalmente ajenos.

—Está bien —Sonrió y trató de buscar la mejor forma de expresar lo que cruzaba por su cabeza—. No me molesta que me hayas abrazado. Sé que dije que no me gustaba, pero... Me gusta que lo hagas tú —y preguntó con cautela—: ¿A ti te gusta? ¿Abrazarme?

Celeste no habló. Se quedó en silencio por lo que pareció ser una eternidad. Al menos para él, quien esperaba que saliera corriendo o que Oliver llegara para interrumpirlos, como siempre.

¿Por qué ella no decía nada? ¿Qué estaba pensando? Silver se estaba poniendo nervioso.

Celeste se paró sobre la punta de sus pies y eso lo confundió peor.

¿Qué planeaba hacer? ¿Alcanzarlo? ¿Para qué? ¿Por qué?

Silver no perdió el tiempo en buscar una respuesta a tantos interrogantes, sino que actuó sin pensar; reaccionó inclinando su cabeza, aproximándose peligrosamente a su compañera. Parecía que su cuerpo hacía lo que le daba la gana, sin consultarlo con su cerebro. Tenía serios problemas para ponerse de acuerdo consigo mismo.

Se detuvo antes de cometer una estupidez.

¿Y si ella se daba cuenta de lo que había estado por hacer? ¿Y si se iba y lo dejaba solo? ¿Y si...

Se olvidó por completo de la racionalidad en cuanto sintió que los labios de Celeste se apoyaron suavemente en los suyos.

Se olvidó de que existía un mundo más allá de ellos dos.

Incluso se olvidó de respirar mientras duró ese beso.

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¿Qué opinan? ¿Les está gustando?



Noche de lobosWhere stories live. Discover now