Capítulo dieciocho: Ese poder que tenía sobre mí.

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Caminaba contra el viento haciendo que éste manipulara mi pelo, dividiéndolo en pequeñas secciones que utilizaba para azotar mi rostro en forma de venganza, mientras buscaba la cabellera de Cassie entre todas las personas que habían reunidas frente a la puerta del instituto esperando a que el timbre les sentenciara. Aparté el mechón de pelo que cubría mi ojo izquierdo por completo y sonreí al poder ver con facilidad donde estaba situada mi amiga y con quien estaba.
Sin dudarlo ni un instante, seguí caminado hacia ellos.
— Si no se lo dices tú, lo haré yo.— Amenazaba con un dedo acusador la pelirroja al culpable de mis tantos y repentinos quebraderos de cabeza.
Me mantuve en silencio detrás de ella, pero eso fue todo lo que pude oír de la conversación entre ambos.
Cassie se giró estampando su rostro contra el mío.
— ¡Helena! — Exclamó mi amiga con una sonrisa falsa.— Vámonos, ¿quieres? El timbre esta apunto de sonar.
Cassie me agarró de los hombros intentando que acatara dichas ordenes. Mi cuerpo forcejeó contra sus manos mientras mi vista se hallaba sobre los ojos hazel de su acompañante. Él me sostuvo la mirada.
— ¿De qué hablabais? — Pregunté sin ni siquiera hacer una pausa para parpadear en esa especie de duelo de miradas.
— ¡Helena, por favor! — Chilló mientras seguía su lucha contra mi cuerpo inmóvil.
De pronto paro, se cansó, y sin apartar sus manos de mis hombros, se giró para dedicarle una mirada a Matthew. Él desvió su mirada hacia la de la pelirroja y dio un sonoro suspiro antes de agachar la cabeza y empezar a andar en dirección contraria.
Ella retiró sus manos de encima mía y volvió a fingir una sonrisa.
— ¿Nos vamos? — Volvió a insistir.
— ¿Qué ha pasado? — Pregunté examinándola con la mirada.
Titubeó y murmuró un par de frases inteligibles.
El timbre retumbo en mis orejas sacándome por completo de la escena. Cassie aprovechó el momento y, aún manteniendo su sonrisa falsa, comenzó a andar hacia la puerta del instituto mientras con una de sus manos me arrastraba consigo.

Esperé impaciente a que el tercer timbre de la mañana retumbara contra mis tímpanos y salí disparada de mi clase de Geografía. Caminé con la vista al frente hacia el pasillo en el que se encontraba el aula de Álgebra de Cassie. Los pasillos estaban abarrotados de gente que sólo buscaba con ansia un descanso de más de cinco minutos, pero yo sólo buscaba a una, a una sola persona.
Vi su gorro negro salir del aula de Álgebra de entre todo ese gentío. Me alcé sobre la punta de mis pies para dar con sus ojos. No sabía que había pasado pero quería explicaciones. El montón de gente se disipó. Unos iban para un lado; otros para otro y él sólo se quedo ahí, en el medio, mirándome fijamente. Quería decir su nombre en voz alta y acercarme en busca de sus brazos pero mis deseos se esfumaron por completo cuando de repente y sin decir nada, él ladeo su cabeza y caminó hacia su derecha, dándome la espalda.
Me quede en medio del pasillo, con las palabras queriendo brotar de mis entrañas y mi garganta atascada. Era la segunda vez que pasaba de mí, la segunda maldita vez que me tenía enfrente y no me había ni dedicado una sonrisa. Elevé ambas manos en busca del colgante que él mismo me había regalado y paseé las yemas de mis dedos índice y pulgar alrededor del pequeño corazón que colgaba sobre mi pecho.
Solté un gran suspiro y giré sobre mis talones en busca de nuevo aire fresco que llenara mis pulmones y refrescara mi rostro.

Ocupe mi maldito sitio como un a niña obediente, y balanceé mis piernas haciendo que mis talones chocaran contra el ladrillo del poyete. Suspiré con la vista fijada en el suelo y el aire despeinándome una vez más. Espere a que el cuarto timbre del día sonara, ese timbre que anunciaba que había llegado la hora del descanso para el almuerzo. Visto lo visto, no imaginaba que él fuera a aparecer por allí, pero aún así no era capaz de acallar a esa pequeña vocecita que intentaba transmitirme esperanza en el interior de mi cabeza.
La puerta se abrió una y dos veces, mostrándome rostros que no deseaba ver. El aire sopló fuerte haciendo que mi pelo se volviera todo un desastre y oí el sonido de la puerta al volver a abrirse por una tercera vez.
— Sabía que te encontraría aquí.— Su voz me sorprendió, la había empezado a anhelar.
No quise girarme, no entendía a que venía tanto desplazamiento y eso me tenía de los nervios.
Él bajo las escaleras y se situó delante de mí.
— Helena...— Comenzó a decir tratando que su tono fuera dulce.
Helena, Helena, Helena...— Le corté intentando imitar su tono de voz.— Bonita forma de pasar de mí.— Dije en tono serio e irónico.
— Estás enfadada, ¿no?
Elevé una ceja en respuesta.
¿Es que acaso necesitaba colgarme un letrero luminoso en la frente en el que pusiera "no seas un capullo conmigo" para que lo pillara?
— Vale, lo entiendo. Y sé que probablemente me merezca cualquier tipo de castigo malévolo que estés elaborando en tu mente pero por favor, vente conmigo.
— ¿Qué? Pasas de mí durante todo el día y ahora me pides que me vaya contigo, en serio, ¿de qué vas? — Pregunté confusa.
— Mira, sé que te debo un par de explicaciones pero no puedo dártelas ahora. Por favor, confía en mí y vámonos.
Me tendió una de sus manos y me miró con ojitos de cordero degollado mientras esperaba a que la aceptara. Una vez más, había conseguido crear una guerra en mi interior en la que se debatía lo que debía hacer y otra vez más, había actuado dejándome llevar por el primer impulso que mi corazón me había dado.
Acepté su mano, su tacto seguía sintiéndose tan bien en mí...
Me ayudó a bajar y me llevó hasta el aparcamiento, donde estaba su coche.
— ¿Dónde vamos? — Me atreví a preguntar una vez ya estaba sentada sobre el asiento del copiloto.
— ¿Sabes patinar? — Su respuesta me sorprendió. Él mostró una gran sonrisa en sus labios y arrancó el motor.

Touch » Matthew EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora