Capítulo veinte: Mirémoslo desde otro punto de vista.

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m.e.

Aparqué en el lado izquierdo del Instituto y baje mientras recolocaba a tirones el gorro negro que cubría mi cabeza. Cerré la puerta de aquella tartana que mis padres calificaban como "un cochazo a precio de ganga". Los bordes de ésta encajaron resquebrajando un poco más la fina capa de pintura blanca que lo cubría. Suspiré y decidí ignorarlo dándome la vuelta.
El frío impacto de lleno contra mi rostro haciendo que el dichoso gorro volviera a moverse de su sitio. Moví el hombro derecho para recolocar el tirante de la mochila sobre éste y comencé a andar.
Oí el sonido de un claxon y me giré para ver de donde provenía. Vi el Renault rojo de mi hermano mayor cruzar la calzada. Alcé la mano y le salude por puro acto reflejo, luego ladeé la cabeza confundido y seguí andando. Quizá tuviera una nueva niñera, aunque de ser así se me podría haber avisado para no tener que gastar de mi gasolina.

Deslumbre a mi pandilla de amigos. Todos apelotonados en la entrada, como siempre. Taylor levantó su mano derecha al verme, invitándome a que me uniera. Me encaminaba hacia ellos cuando de pronto una par de chicas castañas se detuvieron a discutir delante mía. Instintivamente giré la cabeza para prestar atención y por un momento sentí como sí ese momento fuera extraído de la típica película romanticona en la que el protagonista ve a una persona que le llama la atención y el tiempo empieza a ir más despacio, causando una cámara lenta a su alrededor.
— ¿Sabes? Quizá si intentarás dejar de ser tan desagradable con todo el mundo no estarías la mayor parte del tiempo sola y tendrías amigos, o hasta incluso alguien que te quisiera tener cerca.— Sentenció una de las castañas. No obtuvo respuesta.
Llegué hasta mi grupo de amigos sin perder detalle de la discusión. Ahora se les había sumado una pelirroja de gafas.
— Tío... ¡Tío! — Me zarandeo Taylor.
Aparte la vista para darle aquello que buscaba. Hice que nuestras manos chocaran y él sonrió.
— ¿Estás bien?
— Mmm... más o menos.— Murmuré mientras mi mirada se volvía a perder en dicho espectáculo.
— Me han dicho que Savannah Collins está loquita por ti... — Taylor dio un codazo sobre mi pecho y solté una pequeña carcajada por compromiso.
Savannah Collins era una rubia de ojos castaños despampanante que llevaba detrás de mí desde que habíamos empezado el Instituto, con lo cual, no era ninguna novedad para mí. Sí, la chica estaba buenísima pero nunca había cruzado la más mínima palabra con ella. No me interesaba y al parecer yo a ella no le gustaba tanto como quería dejar ver, puesto que ella tampoco había hecho el más mínimo esfuerzo en tener lo que fuera conmigo.
Volví a desviar mi mirada hacia el corro de, ahora tres chicas, que había conseguido captar mi atención. Una de las castañas, la más alta, había desaparecido. Fije mi vista en la pelirroja y para mi sorpresa su identidad no era ningún secreto para mí. La había visto en una de mis clases, aunque sinceramente, no sabría decir con exactitud su nombre.
Taylor se impaciento puesto que no le estaba dando el tipo de conversación que él quería.
— Tío, pero ¿qué miras? — Giró la cabeza en la misma dirección que yo esperando encontrase a alguna chica del tipo de Savannah. Gruño al darse cuenta de que no era así.
— ¿Sabes quién es? — Pregunte curioso.
— ¿La pelirroja? Ni idea, pero ¿en serio, Matt? ¿Tanto has bajado el listón? — Contestó en tono burlón.
— No, imbécil. La otra.
Taylor comenzó a reír mientras intentaba llamar la atención del grupo. Fruncí el ceño.
— ¿Qué si sé quién es? — Siguió riendo.
Al parecer había hecho una broma demasiado graciosa para mi gusto, pues era incapaz de pillarla mientras mis amigos se descojonaban.
— Tío, ¡es la borde de las Crowell! — Exclamó Daniel desde su posición fiel a la izquierda de Taylor. Los demás seguían riendo.
— ¿La borde de las qué? — Contesté confuso.
— Las Crowell.— Repitió Taylor.— Un consejo, ni lo intentes. No tienes nada que hacer. Aunque su hermana es factible si te va ese rollo... Además, hace unas mamadas de la hostia. Te la recomiendo.— Me guiño un ojo.
Todos estallaron en risas otra vez. Taylor fue el primero en acallar sus carcajadas al ver que uno de sus perritos falderos no le estaba siguiendo el juego.
— Vamos, tío. Era una broma.— Una última carcajada se escapó de entre sus labios.

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