Capitulo 6

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Para mi sorpresa, cuando las clases terminaron los cuatro se alejaron por los pasillos, indiferentes, mientras todos se apartaban a un lado al verlos pasar. Mis amigas me arrastraron detrás de ellos hasta la salida, aunque no éramos los únicos, ya que se habían creado dos filas a ambos lados del patio para poder contemplarlos hasta que se perdieron de vista. Sorprendentemente, a nadie se le ocurrió seguirlos de cerca.

            —¡Qué pasada! —chilló un chico cerca de nosotras. Lo miré pero no lo reconocí.

            Al desaparecer, el ambiente pareció cambiar y volverse normal, O, al menos, lo más normal que podía convertirse tras la aparición de cuatro esculturas griegas.

            De forma sigilosa y tratando de que nadie me viera cuando se acordasen del momento de cercanía que había tenido con Andrew al entrar en clase, salí del recinto junto a mis amigas. Me sentía mareada, cansada y deseaba despedirme de ellas sin mucho que añadir.

            —Yo me voy ya —dije, cortándolas en mitad de su entretenida conversación sobre los nuevos estudiantes. Para mí, no eran tan nuevos. 

            —¿Te vas ya?

            Tamara me miró sorprendida.

            —Estoy cansada —expliqué. No era exactamente el verdadero motivo, pero tampoco era mentira.

            —Es cierto que tienes mala cara. ¡Y has estado a punto de desmayarte!

            —No iba a desmayarme —objeté sin emoción.

            —¿Ah, no? —Miranda parecía enfadada—. ¿Entonces aquello solo fue una forma de llamar la atención?

            Seguía picada por lo de ayer. Suspiré.

            —Piensa lo que quieras.

            —Estás muy rara —susurró Raquel aún preocupada— ¿Te ha ocurrido algo? Desde que has vuelto pareces otra. Estás cambiada.

            ¿Cambiada? ¿Yo? Aquello sí era nuevo.

            —En realidad es una historia muy larga —me sinceré. Aquello llamó la atención de todas, que me miraron con suspicacia y curiosidad—. Y bastante increíble —añadí.

            —¿Qué pasó?

            Miranda refunfuñó algo pero tenía tanto interés como las demás. Las miré. ¿Cómo podía contarles que había conocido a Andrew en el pueblo, durante las vacaciones, y que mi extraño comportamiento se debía a que un monstruo —porque eso era lo que había visto—, que aún no había identificado, me había arañado cuando atacó a Dianna y, en mi opinión, la había matado prácticamente? ¿Y la forma en que se habían evaporado las criaturas cuando Andrew y Emily hicieron algo con sus manos? Aquello no podía expresarse con palabras sin que te encerrasen. Sonreí con esfuerzo.

            —Otro día, ¿vale?

            No esperé a que insistieran, me lo rogasen o se enfadasen; me di la vuelta y me alejé de ellas, ignorando sus gritos y las maldiciones de Miranda. Mañana sería otro día y ya buscaría algo para contentarlas. Ahora no podía. Necesitaba curarme, tomar un analgésico y dormir. Igual cambiaba las dos primeras de orden. El analgésico sería lo primero y, si me descuidaba, dormir lo segundo.

            Cuando llegué a casa lo único que me recibió fue el silencio. Mi madre aún estaba de viaje y mi padre no saldría del trabajo hasta las ocho, las diez, o incluso las tres de la madrugada; poco importaba. Y mi hermana se habría quedado con sus amigos en la universidad. Dudaba que la noticia de los misteriosos y asombrosos chicos nuevos del instituto tardase en llegar a sus oídos. Hasta ahora Andrew y los demás habían ignorado de forma agradable a los que les habían abordado, fueran populares, los que se suponían los más guapos del instituto, o los ordinarios como yo, pero temía que si conocían a Sarah el interés por ella cambiase. Era una manipuladora innata.

Silence (Silence 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora