Capitulo 1

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Pasaban diez minutos de las ocho de la tarde cuando distinguí la pequeña ciudad, —o el gran pueblo dependiendo de la perspectiva con la que se mirase—, donde vivían mis abuelos y mi tía soltera. El autobús se desvió hacia la izquierda y condujo hacia la gran maraña de edificios que se veían a lo lejos. Al lado de éste, recorriendo todo el trayecto, las aguas en calma del mar cantábrico se proyectaban por las altas cristaleras de las ventanillas. Lo observé, apoyando la cabeza en el cristal hasta que se perdió de vista al atravesar la entrada del pueblo. El olor a salitre lo impregnaba todo.

            La estación no estaba muy lejos, aunque dudaba que allí hubiese algo lejos. Agarré la mochila en cuanto se hubo detenido y esperé paciente a que la fila fuera disminuyendo y pudiera bajar a recoger mis maletas.

            —¡Alis! —gritó tía Margaret.

            Me volví para ver correr a una mujer no mucho más joven que mi madre, con una esplendida sonrisa en el rostro mientras los rizos de su cabello le golpeaban la cabeza.

            —Tía —dije simplemente.

            Dejé que me estrechara con fuerza, algo incómoda, y después me ayudó a sacar el equipaje del maletero del autobús.

            —Vamos, los abuelos están impacientes por verte.

            La seguí hasta el coche, o lo que se suponía que era uno, de un color que presumiblemente podría identificar como verde.

            —Eh..., tía...

            La miré con desesperación y ella se echó a reír, cerrando el maletero con un portazo que hizo que todo el coche se tambalease peligrosamente.

            —Tranquila, es más fuerte de lo que parece.

            —Preferiría ir andando —solté bruscamente.

            —Vamos, vamos. No es para tanto.

            Al final dejé que Margaret me convenciera y monté con ella, sentándome a su lado. Con un movimiento deprimente busqué el cinturón de seguridad y me aferré a él como si mi vida dependiese de ello. Cuando arrancó y un ruido sordo inundó la calle y un humo demasiado denso y oscuro salió por algún punto del automóvil, tuve que hacer acopio de toda la voluntad que tenía para no salir corriendo.

            —Es seguro, ¿verdad?

            —Lleva seis años conmigo —alardeó Margaret pendiente de la carretera—. Me ha durado más que cualquier hombre.

            Puse los ojos en blanco y ella amplió la sonrisa.

            La casa de mis abuelos estaba bien metida en el centro, en un edificio recién restaurado y de los más altos. Tenía cinco plantas y hasta podía permitirse el lujo de un ascensor. Me alegré de aquello más que de otra cosa. La sola idea de subir andando todos los días hasta un quinto era descorazonadora. Mi tía, como si pudiese comprender mis pensamientos, me dio unas palmaditas en la espalda.

            —Es más viejo que mi coche —rió—. ¿Seguro que quieres entrar?

            La miré ceñuda.

            —Correré el riego.

            Volvió a reír.

            Era contagiosa la vitalidad y el buen humor de Margaret. Siempre la había recordado con una sonrisa permanente en los labios y, aunque su físico comenzaba a cambiar, seguía siendo bonita. ¿Acaso no era la solterona más codiciada? O eso aseguraba ella, claro.

Silence (Silence 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora