Epílogo

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Aquella confesión de Alrak logró un efecto mágico en todos; particularmente en Quelra. Ella conocía también bastante de botánica y fue quien lo notó al prestarle mejor atención a aquellas peculiares plantas sembradas en el jardín interno porque coincidían completamente con la descripción que Alrak les había dado al contarles cómo Siul y Otrebal, y luego su papá, se habían transformado en dragones. «Vidnonia trepadora» pensó Quelra atónita al ver por el cristal la particular planta de hojas rojizas que en otros tiempos los conquistadores usaban para preparar un té energizante.

—¿Te fijaste que la planta que describe tu hija está justo allá fuera?— Quelra susurró la pregunta a Solrac señalando hacia el jardín con expresión triunfante.

—¿Estás segura?

—Sí. Completamente.

—Ahora recuerdo, amor. Hace unos años, antes que los vecinos desalojaran su casa y se marcharan de vuelta a su tierra natal, hubo un jardinero que les hacía mantenimiento y acondicionaba sus jardines. Un día me ofreció unas curiosas semillas, explicándome que provenían de tierras lejanas y eran consideradas una especie muy apreciada por sus patrones. El amable jardinero me mostró el lugar en donde las había ya sembrado; justo debajo del frondoso árbol que delimitaba su jardín del mío. Cuando terminaron la nueva sala de cuidados intensivos del hospital, Diaclau me sugirió sembrar ahí aquellas semillas que el jardinero me había obsequiado.

—Sí, yo recuerdo eso.—Confirmó la criada con solemnidad prosiguiendo.

—Berfa Tellcas, se llamaba aquel hombre. Era por lo que me llegó a contar, pariente de un padrino de su patrón, y había venido a estas tierras a ganarse la vida con el sudor de su trabajo.— Diaclau y Berfa conversaban de vez en cuando al coincidir ambos en el patio, mientras el podaba el gran árbol vecino y ella colgaba al sol la ropa limpia en el tendedero.

—Mostraba un gran amor por las plantas; muchas veces me asomaba desde el cuarto de la niña Alrak logrando verlo desde ahí. Ella hizo muchos dibujos hermosos de ese jardín. ¡En las noches cautivaba mucho más por las luces y los colores y el rico aroma de aquellas flores!

—¡Es hora de salir de aquí!—exclamó Alrak a viva voz.

Siul y Otrebal abrieron espacio deslizando rápidamente la cama clínica en un giro de noventa grados, colocando a Alrak frente a la ventana. La niña se incorporó enérgicamente caminando sobre el colchón, abriendo la ventana que daba al jardín de par en par. Siul y Otrebal saltaron al unísono seguidos de Solrac, los tres cayeron casi simultáneamente sobre unos minúsculos frutos abultados esparcidos por doquier sobre la grama exterior.

En la sala de espera, los padres de Siul y Otrebal escucharon unas fuertes detonaciones consecutivas, provenientes de la habitación. Parecía como si todos los globos obsequiados a Alrak reventaban estridentemente a la misma vez. Se levantaron de las sillas entrando nuevamente al cuarto. Estaba vacía. Sólo los regalos, incluso los coloridos globos de helio, permanecían mudos e intactos adentro. Los cuatro señores se miraron doblemente sorprendidos, buscando saber a dónde se habían ido todos. La ventana abierta mostraba la vía de escape, pero en aquel jardín no había nadie.

—¿En qué momento han salido?—preguntó la mamá de Otrebal.

—¿Y qué produjo entonces esas explosiones extrañas si los globos están intactos?...— completó el esposo. Se miraban y a su vez buscaban por todas partes, agachándose debajo de la cama, y confirmando que no estaban los seis escondidos dentro del closet.

Fue Siul padre quien distinguió fugazmente tres objetos voladores distantes en el cielo y supo que aquellos no se parecían a ningún modelo que él exhibiera en su tienda. ¿Sería algún nuevo prototipo de la competencia? Alrak cabalgaba sobre Solrac, Quelra sobre Siul y Diaclau sobre Otrebal en formidable formación. Las gordas nubes les brindaban la oportunidad ideal de volar a sus anchas y desaparecer en un pestañear de su vista. Las dos parejas volvieron a la recepción para informar a las enfermeras lo sucedido.

—Los doctores han dejado dicho que no se preocupen. Han salido con Alrak a tomar un poco de aire fresco. Volverán justo antes del almuerzo. Invitaron a sus hijos y a la señora Diaclau. Ellos creen que tal vez la próxima vez, ustedes también podrán acompañarlos. ¿Desean los señores esperarlos a que vuelvan?—Hubo una pausa y los cuatro sonrieron aliviados. Uno de ellos dijo:

—Sí, claro, los esperaremos. Mientras iremos a comernos algo.— Y se marcharon animados por el amplio pasillo hacia el cafetín para seguir conversando.

Fin


Adalid - La Saga de El Tesoro de AlrakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora