Tercera Parte - Capítulo 3

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Dos Lunas

Alrak sobrevolaba junto a sus tres dragones una amplia llanura color verde intenso. La atravesaba un ondulante río, cuya apariencia evocaba a una gran serpiente azulada extendida a sus anchas sobre aquella majestuosa vegetación. Esa misma serpiente de agua marcaba el rumbo hacia donde ellos volaban. Al final, en el lejano horizonte, anclado en sus fauces, La Montaña Solitaria aguardaba majestuosa a los cuatro aventureros; envuelta entre brumas y soledad.

Conversaban en pareja. Alrak con su padre, (aunque en algunos momentos el viento arrastraba risas y diálogos entre tres interlocutores). Y tras de ellos dos, a cierta distancia, Siul y Otrebal.

Los chicos dragones conversaban relajados aprovechando el largo trayecto a vuelo.

—¿Tú sabes, Siul, de dónde provenimos los dragones?...

—Alrak nos ha contado muchas cosas fabulosas de su libro, aunque no recuerdo nada sobre eso. ¿Tú sabes algo, cerebrito? —Preguntó mordaz, Siul.

—De la luna.

—¿De la luna? ¿Cómo es eso?

—Antiguamente existían no una sino dos lunas en el cielo. —Afirmó Otrebal con cierto acento profético.

—Pero una de esas lunas se acercó demasiado al sol. Su calor la hizo quebrarse y de su interior brotaron cientos de dragones bebés, que se alimentaron con el fuego del sol. Por eso somos capaces de respirar sus llamas. —Otrebal sopló suavemente, afirmando con una delgada llamarada, su explicación.

—Pero nosotros no vinimos así. Algo en aquellas plantas nos transformó. ¿Recuerdas?

—Sí, claro. Pero fíjate Siul, cuánto tiempo a pasado. Nosotros somos dragones más jóvenes. O tal vez esa otra luna, la que no se reventó, ha influido en esas plantas para permitirnos esta transformación.

—Tú y tus historias. Esa teoría no me convence aunque suene interesante como me la estás contando. Para mí... —Y Siul bajó la voz para enfatizar su teoría. —La causante de todo esto es la misma Alrak. —Otrebal lo miró directamente a los ojos por un instante, esperando su conclusión.

—Ella tiene todo lo que nos ha pasado ya escrito en su cuaderno de notas. —Hizo una pausa y clavó luego su mirada en la espalda de la niña, donde colgaba ahora su mochila escolar. Otrebal percibía un pequeño desagrado en las palabras de su amigo. Reflexionó y le dijo:

—Sí, y no es para menos. Sus anotaciones y dibujos provienen de ese libro que le regaló su mamá, El gran Libro de los Dragones. Revela todos los grandes secretos sobre nosotros.

—Secretos que hasta ahora ella sólo conoce detalladamente y por eso nos controla. —Terminó expresando Siul, con rencor.

—Eso sería posible si Alrak no fuera nuestra aliada. —Contestó Otrebal con firmeza. —Ella es nuestra amiga, ¿verdad, Siul?...

Un silencio breve pero significativo quedó suspendido entre los dos.

—¡Por supuesto! —Contestó el joven dragón, esbozando una maliciosa sonrisa apenas perceptible entre las espesas nubes.


Adalid - La Saga de El Tesoro de AlrakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora