Cuarta Parte - Capítulo 2

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Un Latido Lejano

Siul. Otrebal, Solrac y Alrak retomaron el vuelo muy temprano, apenas el sol apareció al este de la Montaña Solitaria. Su incandescencia nutría al cuarteto de renovados bríos. Su próxima parada debía ser el gran lago. Los rayos solares eran hilos de libertad suspendidos en el firmamento demarcando el camino a seguir. Era un camino desconocido e inexplorado, materializado por aquel mapa de Alrak. Debían llegar al gran lago evitando acercarse al lugar llamado La Calavera. Ella ya les advertía de los posibles peligros de aquella zona, sin embargo, los tres dragones avanzaban con total confianza. Pensar en peligros era risible. Si un solo dragón ya era por sí temible, tres representaban poder absoluto. Con total majestuosidad abarcaron a vuelo largas distancias y esta vez con mayor vigor. Siul y Otrebal habían alcanzado un mayor tamaño y casi se asemejaban en corpulencia y proporciones a Solrac. Alrak fue quien lo notó cuando ambos dragones pasaron planeando debajo de su padre en paralelo, percatándose de lo rápido que habían crecido y desarrollado. Así mismo lo demostraba la velocidad con la que volaban. Solrac llevaba un ritmo sosegado mientras que Siul y Otrebal fueron cada vez más tomando la puntera, alejándose por varios cuerpos de ventaja. Su juventud y ganas se hacían evidentes frente a la serenidad de Solrac.

—¿Vas a dejar que ellos tomen la ventaja?— Alrak gritó justo en medio de las dos grandes y atemorizantes cabezas, quienes de reojo voltearon hacia la niña. Su reproche había causado efecto. Súbitamente sintió como el aire le obligaba a replegarse, cual jockey que cabalga con fuerza en su montura hacia la recta final. Buscó sujetarse lo mejor que pudo abrazando una de las escamas triangulares que sobresalían de su papá dragón.

El cielo estaba limpio de nubes esa mañana, pero todo el abstracto paisaje que Alrak lograba ver abajo iba desplazándose hacia atrás como un gran tapiz, cada vez a mayor rapidez. Alrak sonrió y se sintió extremadamente viva en ese momento. Era una sensación de vértigo y emoción única. Siul y Otrebal también quisieron acelerar el vuelo al ver pasar rasando sobre ellos a Solrac. Ahora era él quien les ganaba sobradamente. Pero el sol quedó oculto inusitadamente detrás de una montaña y por varios segundos toda su calidez desapareció, dejando el aire extremadamente frío y brumoso. Alrak se estremeció e impactada por el sorpresivo cambio de clima, buscó dentro de su mochila una chaqueta aprovechando ponérsela cuando su padre desaceleró.

Los tres dragones también percibieron el extraño fenómeno y agudizaron sus sentidos. La zona hacia donde habían volado se había tornado sombría y misteriosa. Alrak señaló hacia su izquierda; desde donde estaban se podía divisar el gran lago, pero al tratar de alzar la voz y avisarles su hallazgo, se percató que un tubo de plástico obstruía su garganta. Sintió pánico. Repentinamente todo el entorno tan amplio y exuberante fue ensombreciéndose. Alrak intentó gritar, intentó respirar, no fue posible. Sólo habían pasado unos segundos pero el miedo le hizo parecer una agonía eterna. Sintió que caían lentamente y sin poder evitarlo. Esta vez el vértigo le oprimió el estómago como un latigazo y la sensación fue ruda y espeluznante. Creyó morir, viendo como desde tan alto que estaban, el cielo y la tierra se invertían en un espiral imparable.

Pero, ¿por qué todo sucedía como en cámara lenta? Alrak buscó en un desesperado intento, hallar a sus dos amigos dragones con la mirada; enfocándose en aquel trozo de espacio gris que distinguió como cielo y sólo por instantes los vio. Siul y Otrebal giraban en picada y sin control encima de ella como envueltos por esa misma fuerza incontrolable que los derribaba de las alturas hacia una fantasmagórica oscuridad.

Todos sus sentidos se apagaron, quedando su palpitante corazón marcando un pulso cada vez más lento y amortiguado.


Adalid - La Saga de El Tesoro de AlrakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora