Segunda Parte - Capítulo 1

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La Tintorería

Betlijem amanecía soleada y muy fresca como todos los días de marzo. Solrac eligió dejarse llevar. Respiró hondo y retomó la lectura del denso pero interesante tratado escrito por su colega. Vitíligos y Otras Enfermedades Epidérmicas explicaba las tesis formuladas por la Doctora Nadreian Topin, teorías que revolucionaban la investigación genética, ampliando las hasta ahora tres conocidas causas de esta enfermedad. «Las bondades del transporte público», pensó. Cada mañana Solrac tenía la oportunidad de leer con calma unas cuantas páginas del polémico libro camino a su trabajo. La Dra. Nadreian poseía gran prestigio, él la respetaba y seguía muy de cerca sus investigaciones; en especial porque el tema en cuestión se relacionaba con su profesión. Solrac alzó la vista a través del cristal de la unidad de transporte hacia el cielo matutino. Decidió interrumpir la lectura al advertir su parada. Guardó el tomo en su maletín y descendió a la acera.

Con su mano derecha alisó su saco en un gesto inconsciente. Miró su reloj, comprobando mientras caminaba, su agenda mental. Solrac era extremadamente meticuloso; en su trabajo, en su casa, y en sus ideas más. Ese lunes había planificado llegar a su destino con tiempo suficiente para explorar un nuevo cafetín recién inaugurado. Ansiaba saborearse un rico capuchino en aquel lugar. Amaba esa bebida. Generalmente en su nevera siempre había latas de crema batida para prepararla. La semana anterior ya lo había ubicado, y por fortuna quedaba cercano a su trabajo. Sus orígenes italianos le inclinaban a valorar una buena taza de café expreso en el desayuno. Un camarero experto, (conocido como barista en Italia) le había revelado el secreto de esta bebida: Las burbujas de aire. Crear «la leche especial» muy caliente pero sin llegar al punto de ebullición, al aplicarle el aire adecuadamente, le daba una textura aterciopelada y ese sabor exquisito al café. La grata sensación estimuló su avance. «¡Mmmm! Ya percibo el aroma», pensó. Justo antes de entrar, Solrac se detuvo frente a las puertas batientes del local para enderezar la correa que suspendía el maletín a su hombro. El instante bastó para no darse cuenta que otra persona abandonaba el local con un café expreso recién servido en la mano. Gran parte del ardiente líquido fue a parar en su pecho.

—¡Oh! ¡Disculpe, señor!

—¡Caray! ¡Está que quema!

—¡Discúlpeme! ¡Permítame, por favor! ¡Qué torpeza la mía!

Solrac contempló la gran mancha marrón en su traje, los cristales de sus anteojos se empañaron ligeramente, luego reparó en el rostro perfecto de la joven ejecutiva, la cual inútilmente intentaba secarle la ropa con una servilleta.

—¡Ya el mal está hecho! No se preocupe. –Solrac sacó un pulcro pañuelo de su bolsillo sin mucho éxito tampoco.

—Sinceramente señor, no lo vi. Ando bastante apurada porque hoy precisamente es mi primer día en un nuevo trabajo y además muy distraída, es una pena, yo...

—¿Y qué tal le pareció el local?... —le interrumpió Solrac sorpresivamente, con franqueza.

—¡Fantástico! Sin dudas, esta cafetería tendrá mucho éxito. Se la recomiendo. –La joven sonrió con timidez, sintiéndose desconcertada y algo turbada por la actitud de Solrac. Al romperse el hielo se apresuró a decir:

—Debo proponerle una solución inmediata porque creo que su traje estará arruinado si no actúo con prontitud.

–¡Y qué me propone usted? –Solrac la miraba divertido, pero disimulando su interés repentino hacia ella.

—Conozco una tintorería a tres cuadras de aquí. Sí me lo permite, creo podré subsanar esa horrible mancha.

—En verdad tampoco desearía que por este incidente, llegara impuntual a su primer día de trabajo.

—¡Vaya! Es usted muy considerado pero no quisiera irme así. Si nos apuramos un poquito, tal vez no llegue tan retrasada. Mientras podré llamarlos para ponerlos al tanto ¿Acepta?... –Sin aguardar respuesta, Quelra sacó su celular y una tarjeta de presentación del mismo centro clínico donde Solrac laboraba. Marcó dejando luego el mensaje a la recepcionista. Al concluir ella lo observó aliviada.

—Pero antes acepte por favor invitarla a desayunar. —Expresó, Solrac animado.

—Después de todo, hoy casualmente tengo una entrevista con la joven que será mi asistente. Los de Recursos Humanos me dieron las mejores referencias. Será mejor ordenar dos nuevos capuchinos por adelantado, así la pondré al corriente de sus labores, mientras ambos disfrutamos del café y de la forma que nos hemos conocido.

—No entiendo. ¿Es usted acaso el Doctor Solrac Nezmeji?

—¡Para servirle!

—Quelra, Quelra Gasvar. ¡No lo puedo creer! ¡Uy! ¡Qué coincidencia! La Dra. Topin me insistió en recurrir a usted para las pasantías como la mejor opción; sólo me falta la tesis de grado, aunque eso ya debe usted saberlo. He buscado mantener mi mejor índice académico y estoy muy entusiasmada al poder culminarla con su apoyo—. Luego, rumbo a la tintorería, Quelra lo miraba mientras caminaban. La mañana estaba en sintonía con aquella plática. Solrac la escuchaba y experimentaba ambas sensaciones al unísono: el aroma del capuchino y el de aquella irresistible mujer.

—¿Qué opinión tiene usted respecto al trabajo de la Dra. Topin? —Habían llegado al consultorio de Solrac. Su paltó permanecía ahora colgado y limpio en el respaldo de su silla. Uniformado con su bata de doctor, Solrac le expresó a Quelra:

—Revelador. Es un libro para ponernos a prueba. Quiero decir... —Hizo un gesto cortes con la mano y la invitó a sentarse frente a él, luego sacó de su portafolio el tomo en cuestión y se lo ofreció.

—Suponga que hasta los momentos su concepto acerca de Dios fuera de una manera, y aunque hasta ahora se sintiera satisfecha con esa interpretación, aparece alguien con una idea diferente a la suya. Tan diferente que sus razones o argumentos necesitan derrumbarse para estructurar un nuevo concepto. ¡Así me pasó al profundizar en ese nuevo libro!

—Quelra lo observaba con interés. Ambos compartían una gran pasión por la Dermatología. Había llegado a la conclusión que lograría llevarse muy bien con su nuevo tutor, y añadió:

—¡Vaya! Note las coincidencias, doctor: La autora de este material revolucionario es Nadreian Topin, quien fuera su tutora y ahora es, en el buen sentido, una oponente formidable.

Quelra había leído eso último en el reverso del tomo y mirando a Solrac con determinación expresó:

—¡Nada quita que dentro de no mucho tiempo, usted logre publicar un ensayo similar sobre vitíligos y profundice en sus propias teorías! ¿Qué opina, ah? —Solrac dio un leve respingo hacia adelante.

—¡Claro! ¿Por qué no? ¡En verdad me encantaría! Y espero contar también con su apoyo, señorita Gasvar.

Repentinamente a Solrac le vino a la mente uno dicho escrito por antiguos sabios: "Todos los imposibles se desvanecen, cuando un hombre y su Dios se enfrentan juntos a una montaña". Sonrió para sus adentros y expresó jubiloso:

—¡Pues, empecemos a trabajar en ello!


Adalid - La Saga de El Tesoro de AlrakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora