Cuarta Parte - Capítulo 3

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La Calavera

Quelra entró sigilosamente a la habitación 212. Afuera en recepción la pusieron al corriente del delicado estado de salud de Alrak. Había sufrido quemaduras de segundo y tercer grado. De espaldas a ella, Solrac, verificaba junto a una enfermera las lesiones en el cuerpo de su hija, anotando en un gráfico su magnitud y necesario tratamiento. Quelra se paró al pie de la cama clínica, en medio de ambos.

—¿Cómo ha reaccionado la paciente a los trasplantes, doctor?— Solrac volteó, alzando los ojos por encima de sus lentes, reconociendo la familiar voz de Quelra, y manteniendo el trato formal frente a la enfermera, respondió:

—Ha sido favorable, doctora. Anoche hubo cierta complicación durante el segundo paso, sorpresivamente se presentó una descompensación en su presión arterial y su respuesta respiratoria, lo que nos obligó a proceder de urgencia con una traqueotomía. En este instante evaluábamos los resultados.

Solrac hacía un enorme esfuerzo por mantener una postura firme y carente de emociones. Atender a su hija y ser responsable de su recuperación eran una gran prueba. Quelra era su colega; alguien a quien apreciaba y podía ofrecerle un valioso apoyo como especialista y también como mujer. Ella lo amaba y guardaba la secreta esperanza de poder en algún momento iniciar una vida juntos. Pero debía aguardar. Ella más que nadie conocía lo delicado y lento que resultaba un paciente con quemaduras. Aunque ella y Solrac eran los mejores dermatólogos, la salud de Alrak estaba en riesgo, y su vida también.

El accidente había ocurrido en el garaje de la casa de Siul. El chico había propuesto, sin el consentimiento de sus padres, poner en funcionamiento un compresor de aire con el cual se lograba inflar un enorme globo publicitario. «¡Ya verán chicos! ¡He visto cómo se hace! ». Alrak y Otrebal le secundaron por el hecho de no haber visto nunca algo así, pensando que sería divertido.

—Vamos a sacarlo. Empujen y extiéndanlo hacia fuera.

—¡Esto pesa bastante!

—No te quejes, "niñita".

—¡No le digas así!

—¡Tú tienes más fuerza que él! Ja,ja,ja.

—Ustedes dos sigan empujando, que yo voy a encender el motor.

Siul brincó sobre la enorme superficie sintética desparramada, retrocediendo hacia el interior del garaje, mientras, Alrak y Otrebal continuaban desplegando a empujones la enorme y arrugada alfombra. Caminaban a gatas empujando y extendiendo el globo fuera del garaje hacia la calle. Otrebal se adelantó a Alrak por un instante, justo cuando el aire comenzó a penetrar el interior de la gran bolsa, haciéndola expandir en todas direcciones. Cada uno buscó entre rebotes y risas, desplazarse fuera de su superficie. Era como si una descomunal criatura cobrara vida en el piso de aquel garaje, y los dos niños renunciaran a cabalgarla. Siul había equivocadamente activado la velocidad máxima del compresor con lo que imposibilitaba el control para maniobrar e ir desplazando el gran globo en correcta posición. No previó que la fuerte presión del aire y el tamaño desmesurado que iba adquiriendo con tal rapidez los llevaría al desastre.

Otrebal quedó boquiabierto frente a la entrada del garaje, estaba completamente tapiada por una gigantesca lengua tricolor cada vez más hinchada y tensa.

—¡Apaga el motor, Siul! ¡Apágalo ya!— Gritó Otrebal desde la acera del garaje. Acto seguido se escuchó otro grito, más agudo y apagado junto al estremecimiento de una estantería de metal que se desplomaba con todo su contenido en el interior del garaje. Escuchar pero no poder ver lo que ocurría hizo entrar en pánico a Otrebal. Volteó para ambos lados de la calle con la esperanza de hallar algún vecino curioso, alguna ayuda de un adulto, nadie apareció. En su desesperación, saltó hacia el globo aferrándose a unos salientes perforados que servían de ojetes para colocar los amarres. Jaló con todas sus fuerzas hacia fuera, varias, muchas veces. Era un peso muy superior pero su insistencia logró zafarlo hacia su parte más angosta. Lo más rápido que pudo buscó penetrar hacia el interior del garaje en busca de sus dos amigos.

—¡Apaga ya el maldito motor!— gritó histérico Otrebal, aún sin lograr ver a Siul ni tampoco a Alrak.

—¡No puedo!— Respondió con voz penosa Siul desde el fondo. El artefacto lo había atrincherado por la presión del globo contra la pared, con tal fuerza que el chico estaba inmovilizado completamente.

—¡Alrak! ¡Alrak! ¿Dónde estás? ¡Contéstame!— La niña no respondió.

—¿Por qué gritó? ¿Qué le pasó?— Sin esperar respuesta, Otrebal se agachó en cuclillas y del piso logró tomar una astilla filosa, parte del armario de metal que se había desplomado antes.

—¡Voy a reventarlo!— Advirtió Otrebal al tiempo que comenzaba a pinchar su dura superficie.

—¡Alrak, contesta!

—¡Alrak, Dios!

Ambos chicos llamaban a su amiga desde distintos lugares sin recibir respuesta. Otrebal logró al fin perforar el globo, espichándolo. El aire comenzó a escaparse por la hendidura, pero igualmente el mismo aire del compresor luchaba por mantenerlo lleno. Otrebal se escabulló empujando y luchando hasta llegar al fondo del garaje donde se encontraba atrapado su amigo Siul. Todo estaba oscuro y el aire estaba enrarecido con olores químicos de pinturas y solventes que se habían desparramado en el piso al desplomarse las repisas que los almacenaban. El globo había estallado todos los tubos fluorescentes colgados en la lámpara del techo y los trocitos de vidrio blanco los trituraba ahora Otrebal con sus pisadas.

El chico valerosamente logró llegar hasta donde su amigo Siul, guiado por el monótono rugir del compresor. Otrebal vio su silueta apenas. El chico le volvió a confirmar su penosa situación.

—Otrebal, no puedo apagarlo, estoy atorado. — En verdad al niño no le era posible moverse, y ya sus manos estaban fuera del alcance de los interruptores del compresor. Siul con el punzón de hierro aún en la mano, buscó usarlo esta vez como palanca para empujar el pesado aparato y liberar a su amigo. La angustia y la tensión repentina dieron a Otrebal la fuerza para lograrlo.

—¡Empuja!— Le ordenó a Siul y ambos lograron la sacudida, pero el cable conectado al tomacorriente se desprendió con violencia soltando un chispazo.

Alrak estaba desmayada y cubierta por temibles líquidos inflamables esparcidos en el lateral de la pared y el piso, a pocos metros de ellos, pero el volumen del globo la ocultaba por completo. La chispa entró en contacto con lo volátil de esos químicos y el fuego se inició. El aire del compresor avivó una cortina de fuego hacia el interior del globo, sin embargo, la ropa de Alrak se prendió en algunas partes. El dolor agudo la despertó. El humo tóxico le atenazó la garganta y le abrazó los pulmones. Pensó que iba a morir, no podía respirar y el pánico la paralizó. La luz intensa del fuego le hizo ver la enorme calavera blanca sobre fondo negro impresa en el globo, que ahora empezaba a consumirse con las llamas. El intenso calor la sofocaba y el intenso humo le nublaba los sentidos. Siul y Otrebal brincaron hacia ella y aunque no logró verlos, supo que habían podido rescatarla. Sintió como la tomaban por brazos y piernas y alzándola, los tres atravesaron las llamas y el humo hacia el exterior.


Adalid - La Saga de El Tesoro de AlrakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora