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Después de ese beso, fue extraño para mí verte a mi lado, la verdad nunca te imaginé en mi futuro, nunca consideré que algún día caminarías conmigo de la mano.

Te acompañé esa noche a casa. Mientras caminábamos, hablabas de lo bien que cantaba y que debería seguir con mi música. Yo sólo te oía, la verdad mi fuerte no era hablar y lo mínimo que decía me lo sacabas a la fuerza, obligándome aunque sea decir sí o no.

Al despedirme de ti, no supe cómo hacerlo, fuiste tú mi impulsora, tu siendo tan recatada, tan reservada. Fuiste tú la que se despidió de mí, de nuevo parándote de puntas de forma minuciosa, delicada. Te acercabas mientras yo me inclinaba un poco.

Me volví adicto inmediatamente de tus labios, tanto que por poco me quedé hasta el amanecer contigo en la puerta de tu casa. Te robaba el aliento y me susurrabas que parara, pero no podía, extrañaba volver a hacerlo, volver a tocarte.

—No puedo —te respondí en un susurro, ese que se quedó perdido en medio de nuestros labios que se rozaban con sólo respirar.

Reíste entre dientes, me volviste a besar, y antes de que perdiera de nuevo el control me detuviste, me empujaste un poco y entraste a casa.

El último adiós ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora