Cap 11

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La manera en que sus párpados fluctuaban y las ojeras rojizas que se colaban sobre sus ojos le causaba un dolor justo en el corazón. Habría estado para él haciendo tratando de que se abriera para ella... pero aquello no habría sucedido. Eso no la inquietó, en lo absoluto. Lo que le pareció tan extraño es que él pudiera haber llorado de esa forma, sabía que Suga escondía secretos que aún no podría ser pronunciado de su boca que la había besado una y otra vez.
Se imagino que, no sólo violencia familiar habría pasado. De pronto, se temió que pudiera ser algo mucho peor que aquello. Lo cierto era que, a pesar de todas sus incertidumbres y comprensión dirigidas hacia él aún deseaba con todas sus fuerzas poder saber lo que él escondía. Lo que tanto podría estar inquietándolo.
Unas ansias agonizantes la consumían, Chloe realmente lo amaba. Apreciaba cada uno de sus pequeños gestos, o palabras. Lo amaba como él era, con su personalidad distante y pocas veces cariñosa. Lo quería con sus defectos y con cada uno de sus secretos.
Pero, algo en su forma de mirarla le produjo escalofríos. Sabía que entre sus ojos mieles centelleantes se escondía un pedazo de suplicio. Sabía que Suga quería poder desahogarse con ella. Lo sabía por como él la miró, lo sabía porque cuando cayó sobre sus senos dormido habría suspirado con una pesadez increíble.
No creyó la posibilidad de que, se haya dignado a llorar frente a ella, pero, no le contaba aún las cosas que escondía. De cierto modo, era bastante irónico.
Sus huesos dolían por el frío que causaba y su estómago rugía con hambre, debido a que ni si quiera habría podido comer nada en el desayuno debido a las impertinencias de la tía de Suga, que al parecer, no le agradaba.
Pero recordó las palabras de Suga cuando estaban en el taxi.

La tía Mile puede ser un poco desabrida.

Y a ella le pareció que desabrida quedaba corto para aquella mujer. Pero no tenía el derecho de juzgar a nadie, puesto que no sabía las cosas que la incitaban a ser así. Finalmente, todos eran a su manera y no podría cambiarlo por sus disgustos.
Deberían ser las cinco de la tarde, lo sabía porque el sol era neutro, ni si quiera atormentaba con sus rayos a las demás personas. Es más, pareciera casi intangible. Apenas se lograba vislumbrar, y sólo viento correteaba por la cerradura de la ventana de cristal. Stratford era un pueblo tan friolento, que no le sorprendió. Amaba al campo con su vida, y también la rusticidad por la que estaba conformada. Pero lamentaba a que no pudiese explorarlo de mejor manera.
Estuvo acariciándole los mechones de sus cabellos unos minutos más antes de acurrucarse contra él y dormirse nuevamente como un bebé sobre los brazos seguros de su madre.
Cuando él rodeó sus caderas con sus manos para atraerla hacia sí como una especie de imán magnético, se sintió tan protegida sobre sus brazos. Sin duda alguna, el mejor lugar para estar era entre ellos. Se sentían tan cálidos, se sentía tan segura que podría enfrentarse contra el mismo cataclismo y el apocalipsis. No le interesaba, no cuando él la sostenía sobre sus brazos, que eran como las puertas de un nuevo mundo.

Jannet contempló la fotografía yacía sobre sus manos, hincada frente al baúl de los recuerdos donde toda su infancia había estado grabada en aquella casa, en aquella habitación, que, al pasar los años la había dejado abandonada como si fuese un viejo piano pasado de moda para un pianista.
Acarició las sábanas rubís con la yema de sus dedos recordando cuántas veces habría llorado sobre ella cuando su madre la ignoraba por completo, cuando la reprendía por el más microscópico error. Su madre habría sido una persona desdeñosa, despreocupada de todas sus hijas e interesada simplemente en tratar de relacionarse con su madre. Cosa tan inasequible, porque, ella no le interesaba absolutamente nada.
Y sin querer ella misma estaba siguiendo sus pasos, pensó Jannet nostálgica. Y ella también habría estado haciéndolo cuando habría caído a los brazos de la misma tentación. Creyó enamorarse perdidamente cuando sus ojos se habían conectado, sus ojos la contemplaban con lujuria y anhelo que ella se habría sentido tan deseada... tan querida... como nunca nadie antes podría haberla hecho sentir.
La manera en que la toqueteaba cuando apenas era una jovencita. Había caído enamorada completamente por George Min como un marinero atrapado por las redes de una sirena. Se habría casado con ella simplemente por lascivia, a excepción de ella. Jannet lo había amado con una pasión infinita, y fue doloroso cuando recibió el primer golpe e insulto de su esposo quién habría prometido frente a Dios respetar a su esposa, y apoyarla en el bien y en el mal.
Hasta que la muerte los separe.
La última frase habría estado merodeando por su cabeza, una y otra vez. Porque, George no cumplió la promesa de respetarla, pero pareciera que estuviese cumpliendo el último juramiento. Porque Jannet estaba segura de que sería la siguiente víctima de él, y luego, pensó trágicamente, su hijo. ¿Y quién podría saber? Quizás hasta Chloe y toda su familia.
Jannet Sleivhor estaba maldita.

Dark innocence | Min YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora