Prólogo

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Una pareja en la cama desbordando pasión y alegría, como dos jóvenes enamorados que por primera vez se entregan a la pasión. Parece algo maravilloso, digno de ser recordado. Mi marido disfrutando como nunca, se nota en su rostro. Ya no recuerdo la última vez que había visto esa expresión de placer en su cara. Sin embargo, hay un pequeño problema: No soy yo la que está con él en la cama.

No sé si sentir rabia o sentirme patética al presenciar semejante escena. Conmigo jamás es así, o quizás alguna vez fue así, pero ya no lo recuerdo. Han pasado demasiados años desde aquello.

De pronto su mirada se cruza con la mía, grito su nombre. De inmediato se separan y se cubren con las sábanas.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? —grito desconsolada, dejando que las lágrimas afloren por mis ojos.

Jamás pensé que pudiera engañarme. Creía que los años de matrimonio que llevábamos hacían que nuestra relación fuera sólida, indestructible, pese a los problemas que pudiéramos tener. Pero ya veo lo tonta e ingenua que he sido.

Aquella imagen no se aparta de mi cabeza y sé que me va a acompañar por mucho tiempo.

Hay muchas mujeres que por miedo a vivir solas perdonarían esta falta, hasta incluso harían vista gorda de lo ocurrido. Sin embargo, yo nunca podré perdonar que me haya engañado, no le tengo miedo al cambio, ya no estoy dispuesta a dejar que me ignoren, que me insulten y me humillen. Mi vida debe valer mucho más que esto.

Dicen que todo pasa por algo en la vida y aunque en el momento no lo supe ver, ahora las imágenes son más claras en mi cabeza. La vida me está dando una segunda oportunidad, una en la que no me debo equivocar, donde debo corregir mis errores del pasado, dedicarme a ser mujer, a disfrutar de los bellos momentos que me puede entregar. No estoy muy convencida de ello, pero quiero convencerme. Debo convencerme.

Jamás volveré a creer en el amor, viviré una nueva soltería, cuidando a la única persona que puedo amar: mi hija.

El dolor nos hace más fuertes, si eres capaz de soportarlo. Sufrí como nunca y dolió más de lo que podía imaginar. Sentí mi orgullo de mujer pasado a llevar, transgredido, humillado y vejado por una simple chica que de mí no sabía nada, al menos eso dijo.

A ella no la culpo. Muchas veces las mujeres que somos engañadas culpamos a la otra, sabiendo que no es ella la que tiene un compromiso con nosotras. No es que la perdone, pero sé que fue parte de un juego manipulador de mi marido. Él es el único culpable. Aunque también podría serlo yo.

Pero pese al dolor, pese a las heridas, siento que he sacado fuerzas para decidir poner punto final a una relación que ya no me estaba entregando nada, una donde la rutina, la falta de deseo y el estrés habían terminado por matar lenta y dolorosamente.

Aquella imagen asquerosa de mi marido, me ha llevado a esta decisión: reinventar mi vida, sanar mis heridas y continuar. La vida siempre nos da segundas oportunidades y sé que esta humillante forma de terminar una relación, será un nuevo comienzo, como cuando una mariposa abre sus alas y continúa el vuelo. Aprender a reinventarme, desde ahora esa es mi misión.


Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora