Capítulo 1: Heridas del pasado

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Tatuarme para sentir algo de dolor físico que tape el dolor del alma, fue lo único que se me ocurrió. Me siento el ser más pequeño del universo, disminuida por aquel que se suponía que me amaría por el resto de mi vida: "hasta que la muerte nos separe". Pero no, sigo viva, aunque a veces dudo de ello. Estoy sin él, nada es para siempre, eso ya lo pude entender.

Cuando intentaba sentirme viva, dar algo de emoción a mi matrimonio, querer mostrar que aún soy atractiva y que puedo provocar en mi marido el deseo que ya estaba dormido, llega el rechazo, siento que hago el ridículo y que mi cuerpo, ya no tan joven, comienza a ser objeto de desprecio.

Claro está, la rutina nos mata por dentro. Luego de 10 años de matrimonio y otros 4 de novios ¿Qué más hay para nosotros? Lo mismo de siempre: Levantarnos, comer, ir a trabajar, volver del trabajo, comer, ir a la cama y si hay algo de ánimo un poco de sexo muy convencional y casi sin ganas, de esos que ya ni satisfacen. De lo contrario, no queda más que dormir para seguir dando vueltas en una rutina viciosa y sin cambios.

Nuestra hija ya tiene 12 años. Ella vive en su mundo, alejada de las preocupaciones y sin enterarse de lo que ocurre a su alrededor. He puesto todas mis fuerzas en que lleve una vida lo más normal posible. Ella es la única persona de la cual espero amor, solo ella es capaz de darme momentos felices en un entorno donde la palabra felicidad parece no existir.

En los otros aspectos de mi vida, siento que nada me sorprende, que nada me emociona, todo forma parte de un mundo vacío y carente de sentimientos.

De repente las agujas me hacen volver a la realidad. Una hermosa mariposa en mi espalda me está doliendo, pero es un dolor que alivia las penas, que me hace sentir que estoy viva otra vez, que puedo sentir algo distinto a la decepción, aunque sea solo dolor.

Vuelvo a pensar ¿Qué hice mal?

—Está quedando muy lindo, en unos minutos más termino —interrumpe mis pensamientos el chico que me tatúa.

Ver el resultado final me deja anonadada: mi piel enrojecida de dolor, algunas gotas de sangre y la figura de aquella mariposa pegada en mi piel. Está intentando volar, demostrar una nueva etapa en mi vida, dejar de lado la postergación y comenzar a disfrutar. Nunca es tarde para vivir lo que no has vivido, me dicen sus alas que me invitan a volar. Una parte de mí ya dejó esa jaula represiva que tanto daño me causó.

Pago al chico el costo del tatuaje y me entrega algunas indicaciones para cuidarlo. El resultado es realmente hermoso. Al caminar por las calles de regreso a casa, las miradas curiosas de algunos se apoyan en mi espalda, que muestra una nueva imagen en su parte superior. Sentirme observaba es casi una nueva experiencia para mí, pero me agrada.

Mi matrimonio fracasó, ¿Y qué puedo hacer? Definitivamente nada. Qué estúpida me sentía intentando ser sensual, comprándome lencería que sorprendiera al imbécil de mi marido, ¿Para qué? Para que luego me insultara, me tratara de puta, y me dijera que era ridículo que una mujer de 32 años quisiera verse como una de 18.

Yo jamás intenté parecer una chica de 18, solo quería sentirme deseada nuevamente. Por supuesto él no lo comprendió. Había pensado que él podría disfrutar una linda prenda de ropa interior en mi cuerpo, pero no, a estas alturas ya nada resulta. ¿Acaso soy tan patética que no puedo intentar ser sensual?

Sus constantes insultos, la falta de deseo, la rutina, el dolor de sentirme disminuida me estaba llevando a un profundo y oscuro agujero. Terminaron con el poco cariño que le tenía y que me tenía. Esta es mi historia, el fracaso de un matrimonio y el comienzo de una nueva vida, cerrando definitivamente las puertas al amor y haciéndole honor a mi nombre: Soledad.



Segunda oportunidadWhere stories live. Discover now