(16) Lorca: Decepción

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Encogiéndose contra los ladrillos, pegajosos de limo, la chiquilla mora trataba de patalear. No iba a servirle de nada. La tenía agarrada en firme, sostenida casi en vilo sobre la punta de los pies. Mi mano derecha en su garganta, la izquierda hincada en el plexo solar hasta casi la primera falange. Así sostenida no tenía apoyo para darme un buen golpe. Era una cría, menuda, casi frágil.

- No voy a hacerte daño... -empezó a golpearme la cara y la cabeza, sin escuchar. Los golpes de una niña de catorce años, haciendo más por demostrarme su miedo que su fuerza.

De pronto, la mitad de mi cabeza estalló en estrellas azules y rojas de dolor, cuando uno de los puñetazos llegó, un relámpago que hizo estallar su trueno contra mi cabeza. Su brazo se lanzó contra mí a ochenta kilómetros por hora. Pero hasta con la visión borrosa por la conmoción, fui consciente de sus ojos llorosos. La pequeña no estaba habituada a tener que hacer daño a los demás, todavía no. Le aterrorizaba haberme herido, temiendo tanto descalabrarme como quedarse corta y que yo me vengara. Levantó un brazo tembloroso, para intentarlo otra vez.

Tal vez ella no, pero yo sabía que no soportaría otro golpe así. Hundí mi mano con fuerza contra su diafragma. Su brazo alzado se detuvo en seco mientras ella boqueaba como un pez arrancado del agua. Justo a tiempo.

No podía darle un solo respiro o desaparecería. Tuve que derribarla y hacerle una presa asfixiante, inmovilizando su brazo tal y como estaba, levantado, y presionando tráquea y carótida. Alyosha me había enseñado esto. Él tenía una teoría, que yo no había creído hasta pocos días antes: cuanto más matara como berserker, menos escrúpulo tendría en volver a hacerlo. Para mí era absurdo, ya que no intentaba matar nunca. El berserker siempre estuvo bajo mi control.

Ahora que ya no tenía la seguridad de que fuera así, el entrenamiento de Aly en formas de incapacitación no letales era muy útil si quería evitar herir de gravedad a mis oponentes. Me llevó unos momentos hacer perder la consciencia a mi rival; el hiyab con el que se cubría se desprendió, los rizos negros abundantes asomados entre los pliegues de tela. La solté con precaución, con una mano firmemente asentada entre sus omoplatos para retenerla, y me solté el cinturón con la otra. Ceñí con él sus manos a su espalda y me permití relajarme un momento.

La dejé sobre el colchón mugriento que llenaba la mayor parte de su refugio, combándose contra las paredes circulares. La pequeña había encontrado una tubería fuera de servicio en las alcantarillas. De algún modo se había hecho con el colchón y lo había encajado dentro. Lo que vestía todavía no eran harapos, pero estaban de camino. La ropa era multicolor, seguramente conservando la que no se le había estropeado aun o consiguiéndola aquí y allá. No podía darse el lujo de que combinara demasiado bien. Su olor corporal llenaba el estrecho espacio. ¿Cuanto haría que se había escapado de casa?

Se despertó en un par de minutos, en lugar de en la hora o dos que a un hombre adulto le hubiera hecho falta, y comenzó a gritarme obscenidades que no creí que conociera y unas cuantas que no conocía yo. Estuve tentado de amordazarla, pero necesitaba respuestas, no silencio. Dejé que se agotara, dando patadas hacia mí. Una de cada dos o tres era un borrón de movimiento inhumano que cortaba el aire con un silbido.

- Cálmate de una vez. Solo quiero hablar contigo.

- ¡Suéltame ahora mismo! ¡Desátame! -chillaba, rabiosa. Mi paciencia estaba llegando a su fin, y no conseguía que esto funcionara.

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Llevaba dos días buscando, preguntando, ofreciendo. Lapislázuli Oneiros no era más fácil de encontrar que Gina. Era conocida, sí; pero no operaba a nivel de calle. Casi ninguno de mis soplones habituales podía darme nada sólido. Solo un rumor tras otro, tan de fiar como mis confidentes. Imposible filtrar qué había de verdad si es que había algo, en sus respuestas.

Alianza de Acero: una novela de Dark'n'SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora