(14) Tulius: Declaración

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Nunca más volvería a decir que nada bueno había en Alyosha. Su eau de vie era exquisito. Aunque había un delicado cosquilleo en mi ego y en mi estómago que no provenía tanto del licor como del hecho de que él mismo estuviera en pie, sirviéndomelo, mientras yo me cruzaba de piernas en el cómodo asiento de su despacho. La Mano Izquierda era el perfecto diplomático, hasta el punto de dirigirse siempre a aquellos con quienes trataba en su lengua natal.

– No esperaba verte, Tulius. No por el momento. –me dijo en un perfecto francés cajún mientras llenaba su propia copa. Los elegantes vasos de vidrio multifacetado añadían el placer de los ojos a una experiencia que ya estimulaba gusto y olfato.

– Aceptaste recibirme, no obstante. –sostuve aquel brandy joven y claro y lo agité, la superficie granate ondulándose con el movimiento, como terciopelo. Copas dejadas enfriar, escarchadas, para no corromper el alcohol aguándolo con hielo. Vidrio frío, para que el tacto participara también. Sublime, y nadie como yo para nombrarlo como tal. Kutznesov tomó asiento y se apartó de la cara un cabello descarriado. Me parecía un crío, cuando hacía esos gestos. Era difícil asociarle a la aristocracia de Otromundo, pero tenía porte, el muy bastardo. Un crío, sí, pero también un zarévich, un heredero al trono. Su silla de despacho, ligeramente más alta de lo común y con reposabrazos, reforzaban esa calculada imagen de majestad.

Debía observarle cuidadosamente, puesto que había mucho que aprender, y pronto sería yo quien gobernara y él quien pidiera audiencia conmigo. Por ahora, correspondía que me comportara.

– Acepté recibirte –suspiró, resignadamente–. Y ahora estoy esperando que me digas qué quieres de mí.

– ¿Qué quiere de ti todo el mundo? –respondí, catando la bebida. Merecía la pena hacer esperar unos momentos los deleites de la vida, fuera un brandy o manipular a Alyosha.

– Diplomacia, juicio, permisos, treguas, favores, negocios. Contigo no tengo cuentas pendientes. Déjate de rodeos, Tulius; no tengo tiempo para eso. Dime qué quieres.

– Eres un bastardo impaciente –extendí mi copa para un brindis. Contempló mi brazo extendido con ojos errantes. Diría que podía ver en su mirada el momento exacto en que sopesaba las ventajas e inconvenientes de rechazármelo. ¿Su desagrado por mí contra cometer una descortesía? Los dos sabíamos que no sería capaz; las copas tintinearon como un acorde–. Ves, te ofrezco la paz. Cuando las copas chocan...

– ... se mezcla la bebida y ambos se aseguran de que no hay veneno en ella. Ya lo sé, Tulius –para mi sorpresa, Kutznesov estaba fatigado, y no era capaz de esconderlo, no tanto como desearía–. Una tradición antigua. Dime qué quieres de mí

–Información –tampoco yo podía disimular que me irritaba su condescendencia–. El Círculo se ha entrometido cuando el Djinn venía hacia mí.

– Se les da bien entrometerse, sí. –hasta que tomó asiento, no me di cuenta de que me estaba poniendo nervioso verle en pie. Alyosha no cruzaría el límite de ser maleducado, pero era capaz de caminar sobre él como un maldito funambulista.

– Cuando se me reveló esto, temí por su vida. No puedo encontrarle; al principio le creí muerto, pero está vivo. Lo percibo. Lo que está es bajo una protección poderosa, capaz de escudarle de mi magia. Es como si fuera invisible. Temo que el Círculo haya podido robarlo. ¿Sabes donde se encuentra, Alyosha?

– Lo que no sé es por qué debería facilitarte esa respuesta, Tulius. –hasta su respuesta era una imitación de mi tono. De mi tono cortés y formal, pero eran los mismos, demasiado idénticos para que fuera involuntario.

– No voy a fingir que no me interesa; dejémonos de juegos. Estamos entre hombres de mundo.

– Y de Otromundo. –apostilló. Casi rechiné los dientes. Pomposo cretino.

Alianza de Acero: una novela de Dark'n'SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora