Chapter-4 [Voice]

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El día terminaba, la noche se alzaba clamando su lugar, las luces de las farolas de las calles iluminaban los tramos para la vista afinar ante la inocua penumbra. Una vez más, volvía al pentágono. Había que continuar con la reunión dejada a medio camino por mis propias ideas. En tanto ajetreo y vueltas, consideraba que era innecesario todo esto, simplemente nos podrían enviar un mensaje y así realizar el trabajo o lo que sea que tuviéramos que hacer. Observé, por última vez, la hora en mi teléfono: marcaban las ocho de la noche. Me sorprende que sigan trabajando a estas horas, bueno, en realidad no. Suelo desvelarme hasta las tres de la mañana cuando me pedían un trabajo para el día siguiente, el tiempo me jugaba en contra, supongo que, tal vez, sea una analogía no tan exacta con un departamento del gobierno. Digo, ellos también juegan con el tiempo en contra.

Salí del coche, respiré con profundidad en el ambiente fresco de las afueras del Pentágono. Aunque aire puro no era, más bien, se olía a una mezcla de humo de tabaco y a combustión de motor. Lo que ocasionó en una pequeña tos. La gata había estado en silencio durante el viaje, fue agradable. Mientras caminaba, entrando al edificio, acomodé mis manos en el bolsillo de mi buzo, era mucho más cómodo que mover los brazos. Pasaba de largo por los pasillos, consciente de ser seguido por un conjunto morado con negro. Con ello en mente, solo se escuchaban nuestras pisadas y poco más, el silencio era tal que hasta el eco era perceptible. Llegamos a la sala, allí nos encontramos con el teniente que nos cedió el paso. En la reunión, ya eran presentes la mayoría de los altos mandos, con excepción del jefe del departamento de defensa. Deduciendo, según la experiencia de la reunión del día anterior, supuse que sería igual. Me ubiqué en el primer sitio vacío que encontré, cosa que copió mi forzada compañera de trabajo, asentándose justo a mi par nuevamente. Bueno, esta vez no niego que no había otros lugares para ubicarse. Por lo que no debería quejarme o reclamarle, supongo.

El jefe consideró la hora y llegó tardío a la sala, saludó a su paso a los más cercanos. Luego, generalmente a toda la mesa. Se acomodó en el centro, dando inicio a la segunda reunión de lo que llevamos en sus instalaciones.

—Bueno, se retoma la sesión de la mañana del día anterior. Reanudando. Nuestros programadores electos descubrieron la verdadera localización de la señal, con esta información, podemos llevar a un escuadrón de nuestro ejército y realizar tareas de reconocimiento y espionaje. Ahora, según creemos que podrían tener armamento nuclear, lo que sería perjudicial si no somos discretos con nuestros movimientos. —Reacomodó unos papeles en la mesa para luego entregárselo a uno de los agentes, luego dirigiéndose a nosotros —Por ello, ustedes dos deberán interferir en las señales nuevamente, y atacar sus servidores para que queden fuera de funcionamiento. Una vez hayan perdido el control para seguir esparciendo sus mensajes, será el momento exacto en que nuestras tropas atacarán de improvisto al enemigo.
—Perdón. —Interrumpió el sargento. —Entiendo y parece funcional el plan. Mira que yo… he confiado siempre fríamente en tus palabras, John. Sin embargo, ¿qué chances hay en que exista victoria en esta misión? 

El silencio se instaló unos segundos en la habitación antes de que el jefe se decidiera en romper la bruma de la tensión y de la espera.

—Las chances de que todo vaya según el plan es… del ochenta o noventa por ciento.
—Una consulta, ¿y si utilizan el cristal de Dios? —Sugerí, en insistencia, como opción más obvia a mi entender.

El hombre rascó su barbilla, cerró sus ojos un momento. Parecía molesto.

—El cristal de Dios… le seguiré repitiendo, no es una opción. Apenas si comprendemos cómo funciona, al menos no adecuadamente. Para que entienda, en un experimento se le acercaron algunos compuestos metálicos; los cuales se convertían en polvo a tan solo un metro de distancia a la superficie del objeto. 
—Además, ni siquiera sabemos de qué puede ser capaz. Por ello, se encuentra resguardado en un armazón de distintos materiales, como el plomo, aluminio, acero, plásticos y de metales y gases nobles. —Continuó uno de los tantos hombres de traje de la mesa, cercano al principal.

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