Chapter-1 [Kidnapping]

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Había olvidado ya esta sensación. Siempre fui escéptico sobre el significado de la existencia misma. Comprendí desde pequeño que la vida es una compleja fórmula de variables no constantes. Nada es lógico, ni siquiera lograría entender el motivo de hechos que conllevan la desgracia; para mí, la vida siempre se trató de la típica línea del tiempo que uno aprende en la escuela durante la niñez, donde cualquier ser vivo nace, crece, se reproduce y muere. En un acto cotidiano del cual todos estamos condenados a respetar, simplemente, no lo entiendo. Vivir, ¿para qué vivimos? ¿Somos capaces de responder aquella pregunta? ¿Qué tan conscientes somos de nuestra realidad? Habituaba recorrer mi mente en horas de la noche, en reflexiones que trataban de darle la vuelta a preguntas que escapaban de mi entendimiento. Era frustrante, mas no me importaba realmente despejar la x. Desde que vivo en España, mi vida ha sido básicamente la misma, llegué a Madrid con veintiún años abandonando cualquier rastro del pasado. Recibí mi ciudadanía instantáneamente al ser descendiente español por parte de mi madre y con el dinero que tenía alquilé un departamento en la localidad de Salamanca, y al poco tiempo conseguí trabajo como programador en una empresa desarrolladora de software. 

En esos seis años siguientes, me he adaptado a la misma rutina: despertaba durante las mañanas realizando un pequeño trote en el parque cercano al departamento en el que me hospedaba, recorriendo los distintos senderos del verde y la calidez del haz saliente. Posteriormente desayunaba algo y luego ocupaba el resto de las horas escribiendo código en mi ordenador o, si no debía nada, leía algún que otro libro. A las diez de la noche cenaba; una vez terminaba de comer subía a la azotea del edificio, en un acto que considero normal, como una tradición para mí. Allí reposaba en el suelo observante del firmamento, donde las estrellas danzaban con nuestro satélite natural mientras este era protagonista de la belleza misma del azar, fácilmente podría admirar aquella obra de arte sin percatarme de mi respiración ni del tiempo.
Mi día culminaba recostándome en mi cama, donde volvía a reflexionar en un intento de divagar en la mente para encontrarle un sentido a lo que hacía con mi vida carente de ella. Y, una vez más, en el mismo lugar, como cualquier otro día sin hacer absolutamente nada relevante más que esperar el nuevo inicio de este círculo vicioso. De esta manera se desarrollaban los días de mi existencia hasta que dé el último suspiro, supongo que ese es el chiste de todo esto; he considerado en varias ocasiones la probabilidad de desvivirme, sin embargo, jamás logro concretar el final.

Miraba sin razón aparente, perdiéndome en el techo desgastado de la habitación, recién era el preludio a la madrugada y aún no lograba conciliar el sueño. Los destellos de la luna eran la intrusa entre la penumbra que reinaba en el departamento, con suerte eran visibles los muebles de madera, además de esa tímida luz blanquecina que compartía lugar con un parpadeo azulado emitida por el computador portátil cargándose sobre la mesita de luz. El silencio mostraba su cautela inexpresiva, interrumpido por el zumbido de los motores de vehículos que aturdían las calles de Madrid a altas horas de la noche. La efímera concepción del silencio que era desgarrada por un intrépido y desagradable sonido que olvidó la calma. Cerrando los parpados con desgano, levanté el cuerpo en reposo de mi cama, agarrando el teléfono móvil para usarlo como linterna, solo por no tener interés en encender la luz de la habitación. Avancé el rumbo de mis pisadas, estando en el amplio espacio del departamento, que era usado en conjunto como comedor, cocina, sala de estar y de trabajo. Alumbraba los alrededores ennegrecidos, entrecerrando los ojos del brillo de la linterna; recorriendo los libros tendidos en los estantes de la librería, los instrumentos de cocina y los muebles en sí, hasta dar con el televisor que presentaba imágenes con interferencia. Alcé las cejas en sorpresa; recordé mis últimas acciones, entre ellas haber apagado el aparato antes de dormir. Tal vez lo olvidé, y mi mente jugó conmigo, alterando la realidad. Me acerqué al mueble y agarré el control del televisor que reposaba justo a su lado. Antes de poder reaccionar, un símbolo se dibujó en la pantalla y se hacía cada vez más nítido, lo que hizo que frenara mi acción. Envuelto en curiosidad, decidí dejar el televisor encendido.

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