Un Día En Mexico.

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El sol de la mañana entraba por la ventana del departamento cuando Abraham abrió los ojos. Por un segundo no supo dónde estaba… hasta que escuchó un golpe, un “ay wey!” y la risa de Hollman desde la sala.

Ahí recordó todo.

México.
Ellos.
La noche anterior.
La forma en que Betillo y Hollman lo miraban como si fuera algo importante.

Se vistió rápido, con una camiseta ligera y unos jeans. Tenía el corazón acelerado —otra vez—, pero esta vez no de nervios, sino de emoción anticipada. Sabía que hoy saldrían todos juntos a recorrer la ciudad. Y eso era… demasiado.

Cuando abrió la puerta, lo primero que vio fue a Betillo.

Despeinado.
Viendo su celular.
Y una sonrisa que apareció apenas lo vio.

—Buenos díass pendejo

Abraham sintió que la cara se le calentaba.

—No dormí tanto…

—Sí dormiste, sí —contestó Hollman desde la mesa, comiéndose un pan—. Te escuchábamos respirar bien bonito.

—Cállate! —dijo Betillo tirándole una servilleta.

Hollman solo se rió. Abraham también.

Mich entró a la sala estirándose.

—¿Listos para la salida?

—¡Listísimos! —respondió Mono desde el sillón—. Ya me bañé y huelo rico.

—No es cierto —dijo Mich—. Hueles a humanidad.

Mono tiró un cojín hacia ella, pero Mich lo esquivó. (Es decir se hizo a un lado)

—Vámonos pues —dijo Betillo—. Hoy van a conocer México de verdad.

La primera parada fue un mercado tradicional. Colores por todos lados, puestos de fruta, flores enormes, montañas de dulces, artesanías, ruido, música… Abraham se quedó parado un segundo, como si su cerebro intentara tomar una foto mental de todo al mismo tiempo.

—¿Qué te parece? —preguntó Hollman acercándose.

—Hermoso… —susurró Abraham sin darse cuenta.

Hollman lo miró.
Lo miró largo.
Como si la palabra hubiera sido para él.

—Ven —dijo Betillo, tomándolo suavemente del brazo—. Te voy a enseñar algo.

Lo llevó a un puesto donde vendían alebrijes, figuras coloridas con formas de animales bonitos.

—Elige uno —dijo Betillo.

—¿Por?

—Porque sí. De recuerdo. O porque soy buena onda. O porque quiero. Escoge.

Abraham tocó uno pequeño en forma de zorrito.
Betillo lo notó.

—¿Ese te gustó?

—Sí… está lindo.

Betillo lo tomó y se lo dio al vendedor.
Lo pagó sin dudar.

Abraham abrió la boca.

—¡No, no tenías que…!

—Sí tenía —dijo Betillo, guiñándole un ojo.

Hollman llegó justo en ese momento.

—¿Ya te está malcriando este wey?

—No lo estoy malcriando —respondió Betillo—. Solo estoy siendo amable.

—Aja, sí —murmuró Hollman con media sonrisa, acercándose a Abraham para ver el alebrije—. Está bonito… como tú.

Abraham se quedó frío.
Betillo también.
Hollman se hizo el tonto y se fue a ver otro puesto.

offline con ustedes(⁠/⁠^⁠-⁠^⁠(⁠^⁠ ⁠^⁠*⁠)/ ( abrahaham x betillo x hollman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora