-No hay edad para una buena historia fantástica -dijo el anciano después de recuperarse de su pequeño ataque de tos-, o sino pregúntaselo a Peter, que jamás crece y siempre vive aventuras épicas. Todos tenemos un niño interior y no debemos privarle su libertad -Sam se sintió levemente avergonzado al darse cuenta de que el anciano tenía razón.

-Tiene razón, señor -aceptó Sam a lo que el anciano volvió a reír.

-No me hables de usted ni me llames señor, muchacho. Soy viejo, pero no un amargado que se ha olvidado ya de lo que era ser joven. Me llamo Pete, pero todos me conocen como Foster -informó el anciano-, ¿y tú cómo te llamas?

-Soy Samuel, pero todos me dicen Sam -se presentó el pequeño.

-Un placer conocerte, Sam. ¿Eres uno de los nuevos vecinos?

-Sí -Sam guardó silencio por un instante recordando que no debía llamarle señor-, Foster. Mi familia y yo nos hemos mudado hoy. Venimos desde Utah.

-Utah, un sitio hermoso.

-¿Lo conoces? -Preguntó Sam intrigado.

-Sí, digamos que Utah fue uno de los lugares que dio comienzo a una de las mejores y peores etapas de mi vida.

-¿Mejores y peores? -cuestionó Sam confundido.

-En la vida hay momentos buenos y hay momentos malos, pero, hay algunos que son ambos.

-¿Cómo?

-Bueno, es una larga historia -informó Foster.

Sam siempre había sido un niño muy curiosa y aquella no seria la excepción, así que, buscando a su hermana con la mirada y encontrándola saliendo de la dulcería, soltó un silbido para llamar su atención y señaló al señor Foster haciéndole saber a su hermana que había hecho un nuevo amigo. Ellie asintió y empezó a caminar hasta un grupo de niñas de su edad que rápidamente la acogieron en su conversación. Sam tomó asiento en uno de los peldaños del porche y posó su mirada en el anciano.

-Tengo tiempo -informó a lo que Foster sonrió dulcemente y se relamió los labios para luego empezar a narrar:

Era el año 1955 y yo vivía en la granja familiar de mi familia en Utah. Hasta hacia pocos años que la guerra había terminado y la economía no era la mejor. Es más, a penas comerciábamos con nuestros productos y la mayor parte de lo que la granja producía lo utilizábamos para nuestra propia supervivencia. Un día, mientras volvía del mercado después de hacer trueque con otros comerciantes, encontré a una chica en una zanja por la carretera de camino a la granja. Al ver que la chica estaba inconsciente pero aún vivía, no dudé ni un segundo y la cargué en brazos hasta depositarla en la parte trasera de la carreta. Llegué a casa y mi madre logro mantener su pulso estable y curar sus heridas.

» La joven pasó varios días sin despertar hasta que por fin una tarde lo logró. Nos contó que no recordaba con claridad qué había pasado, que había viajado desde Colorado para un supuesto empleo como enfermera en el hospital del pueblo y la habían asaltado y golpeado brutalmente de camino al pueblo. Había perdido todas sus pertenencias y los pocos ahorros que tenía. Mi madre, que también era enfermera, le ofreció quedarse en la granja siempre y cuando ayudase con las tareas domésticas. La chica, que por cierto se llamaba Lillian, se mostró agradecida y aceptó encantada nuestra ayuda.

» Como lo había prometido, Lillian ayudo mucho en la granja y llegó a convertirse en un miembro más de la familia. Con los años, la economía mejoró y mi relación con Lillian se fortaleció hasta tal punto de pedirle matrimonio. Ella aceptó sin dudarlo y poco tiempo después nos convertimos en marido y mujer.

El Proyecto Glee 2 [Concurso]Where stories live. Discover now