「CAPÍTULO 1」

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Armin

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Ha llovido durante toda la noche.

Esta mañana, al sonar la alarma, ha llegado hasta mí un delicioso aroma a café recién hecho y tostadas, justo como a mi abuelo y a mí nos gusta. He tenido que caminar con cuidado de evitar los charcos hasta la parada del autobús porque no quería ensuciarme el bajo de los pantalones. Y me he pasado los diez minutos del trayecto mirando absorto por la ventanilla.

Hoy es un día importante porque empiezo primero de bachillerato, el principio de dos fastidiosos años por los que deben pasar los estudiantes que, como yo, aspiran a ir a la universidad. Aunque el instituto es el mismo, el IES Santa María.

Misma ciudad, mismas calles, mismo instituto y mismos compañeros. Saludo a algunos cuyas caras me suenan de cursos anteriores mientras me dirijo a mi clase. Al contrario que a ellos, me gusta llegar el primer día temprano. Así puedo apreciar el orden del aula antes de que lleguen todos y la pizarra quede blanca.

El ambiente huele a goma de borrar, lápices y cuadernos nuevos, todo ello mezclado con un ligero aroma a limón y menta. Debe ser por el producto que usan los encargados de la limpieza.

Todo es tranquilidad en estas cuatro paredes.

Respiro hondo antes de abrir el libro que estoy leyendo, Le Petit Prince o El Principito. Como ya lo leí en español, con mis conocimientos básicos de francés puedo leer el texto original. Prefiero los libros en su idioma original si tengo la oportunidad de leerlos.

Pero otro detalle que no son las letras capta mi atención. Ahí están. Acompañándome en todo momento, allá donde vaya y siguiendo todas mis lecturas, las margaritas que aquel chico misterioso me dio para que dejara de llorar. El chico que robó mi primer beso.

Supongo que debo parecer un romántico, pero sólo quise guardarlas para mantener vivo ese recuerdo. Las plastifiqué para que sirvieran de marcapáginas.

Ese beso inesperado dejó una huella imborrable en lo más hondo de mi ser. Mi corazón jamás había latido tan fuerte por una persona, ni antes ni ahora. Es como si para mí sólo existiera ese chico cuyo nombre nunca llegué ni llegaré a saber.

Me siento igual de confuso después de estos cinco años. Una mezcla de sensaciones me invade siempre que recuerdo aquel incidente, como decidí llamarlo en mi mente. ¿Enfado? No. Molestia, quizás. Pero confusión sigue siendo la definición exacta. Aún así no he hablado con nadie acerca de esto; es un pequeño secreto entre mi yo de diez años y mi yo actual.

Ha pasado mucho tiempo. El cambio del colegio a este instituto me sentó bien. Mi pelo sigue siendo rubio, aunque un poco más oscuro. Se puede decir que he pegado el estirón, pero sigo estando bastante lejos de alcanzar la estatura promedio de un chico de mi edad. En fin, no puedo quejarme de eso. Lo que sí es molesto es tener que llevar unas gafas que se ensucian y empañan a todas horas. Porque sin ellas sólo veo manchas que me hablan, más que nada.

Un golpe en la cabeza interrumpe mis pensamientos. Cierro el libro de inmediato y miro a mi amigo Eren, que no tiene otra forma de saludar que dándome en la cabeza.

—¡Ey, Armin! Tan madrugador como siempre. ¿Cómo lo haces?

Le respondo con una sonrisa. Estoy contento de verlo de nuevo. Las vacaciones sin él han sido eternas y aparece como si nos hubiéramos visto ayer. Es de esas personas que contagian esa sensación de confianza.

Detrás de él, Mikasa me saluda con la mano y ambos se sientan en los pupitres que están a mi espalda.

—¿Qué tal el verano? —me pregunta Eren.

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