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Malcolm le hizo una seña tras la estantería, debían estar en silencio, debían fingir una calma que no tenían.

—¿Cuál es el plan? —preguntó el rubio, susurrando a su oído de una forma que le provocó escalofríos.

—¿Por qué supones que tengo un plan? Tú eres el hijo de la diosa de la estrategia militar.

—Porque si sugería algo creerías que me estoy imponiendo, así que quería saber si tenías una idea mejor antes de decir algo.

—Tú ve a la derecha y tira un libro a la pared izquierda, estaré de ese lado, yo rodearé los estantes y le dispararé desde atrás. Tratamos de distraerlo.

Malcolm parecía querer objetar cuando el estruendo de los libros y la madera del estante a un metro de ellos cayó estrepitósamente.

Se dispersaron con premura, Mica sintiendo el corazón demasiado acelerado mientras se alejaba cada vez más de la entrada.

El ruido del libro contra la pared provocó un gruñido de parte de la hydra, quien cruzó de forma rápida el lugar, alentando a Micaela a ser más rápida y palpar la madera del arco tras su espalda para tensarlo y preparar su tiro.

La adrenalina recorrió sus dedos, provocando un leve temblor que aflojó su agarre. Nunca había estado más allá de su búrbuja, no había hecho más que recolectar frutos con las cazadoras y, aunque había entrenado para situaciones como está toda su vida, jamás se había enfrentado a un monstruo real.
Un sonido lastimero inundó la habitación, seguido de los pasos de Malcolm y el nombre de ella saliendo de los labios del hijo de Atenea.

—¡Mica! —dijo al verla, sosteniendo su muñeca con fuerza, jalándola.

Pero ella seguía en una especie de ensoñación hasta que vio la flecha en el suelo.

No había disparado, pero la daga de Malcolm estaba incrutada en una zona que daba lugar al crecimiento de más cabezas.

Fuego.

Héracles había matado a la hydra con fuego, pero ellos no tenían fuego, ni tiempo.

Malcolm corría, sosteniéndola con firmeza. Ningún hombre jamás había tomado su mano y, aunque quiso separarse, cayó apenas en la cuenta de que ahora le debía la vida a uno.

El calor y la luz solar del exterior le hizo abrir los ojos de golpe, el libro que había estado leyendo estaba en su carcaj junto con sus flechas, pero todo en la situación le supo a humillación.

De repente, sus rodillas no fueron capaces de sostener el peso de su cuerpo y se desplomó en un ruido seco que le quemó las piernas y que probablemente dejaría raspones o hematomas.

—Mica, saldrá en cualquier momento —apresuró Malcolm ofreciéndole las manos.

—¿Por qué me ayudas? Deberías odiarme. Los hombres... Se supone que son egoístas, que hacen todo por salvarse a ellos mismos. Mi plan fue imprudente, no debiste escucharme, yo... Merezco tu enojo por arriesgarnos.

Él suspiró sin una pizca de orgullo ni molestia.

—Todo fue muy rápido, no tenías tiempo de sopesar opciones. Pero no es el momento de hablar de esto, no quiero bajas en esta misión.

Mica corrió como si la vida se le fuera en ello, pensando en que era idiota y que no merecía la compasión de Malcolm y en que... Toda esa superioridad moral que creía tener casi le costó la vida.

Lo siento.

Las palabras pesaban en su lengua sabiendo a las hierbas medicinales que le daban cuando tenía gripe, pero no se sintió capaz de pronunciarlas mientras avanzaba a prisas de la mano de Malcolm.

Nico estaba a unos metros de ello, tomando la mano de Malcolm hasta envolverlos en una oscuridad espesa.

Tropezó con sus pasos cuando se materializaron en algún punto que era una carretera vacía de una ciudad que lo parecía aún más.

Malcolm se desplomó de la nada, en un ruido seco que puso en alerta a Nico, quien lo recogió con un gesto analítico, observándolo mientras se usaba de punto de apoyo para él.

—¿Qué fue lo que pasó?

Malcolm miró a Mica, ella parecía esperar la culpa que tenía, el repudio en sus palabras, pero no lo hizo, en camnio, jadeó negando con la cabeza.

El aliento de hydra era venenoso, una leve exhalación y... Debió pasar cuando regresó por ella. Se odió por ello, se odió por sentir que le debía algo, por esa culpa rara y poco experimentada que se revolvía como espiral en su estómago. Sus dedos seguían temblando como lo habían hecho al tocar su arco y las manos del hijo de Atenea, aún sin un peligro real a la vista, sintiendo aún la adrenalina latiendo en sus sienes, similar al del tiro no realizado.

Con las cazadoras no era así, era cierto que se cuidaban, pero se creía más en el honor de morir en batalla que en las muertes grupales por compasión. Ella había crecido para ser una egoísta y es por eso que ahora el replanteamiento de toda su existencia la hizo sentir idiota.

—Necesito recostarme, podría apostar a que no es grave y necesito néctar. ¿A qué distancia estamos del Inframundo ya?

—No lo sé, no calculé coordenadas mientras nos mantenía con vida —replicó Nico, en un tono que sonó más jovial que sárcastico. Una sonrisa se formó en los labios de Malcolm.

—Como sea, por la dirección del viento diría que estamos al sur, lo cual, va a retrasar el viaje. Pero no se preocupen, Annabeth me dio una lista de los refugios que tenía cuando ella, Luke y Thalia...

Se interrumpió a sí mismo con un bostezo, sus párpados se veían adormecidos.

—No importa.

Luke.

El nombre le sonó, como un tabú que se mencionaba en las cenas con las musas, como un ejemplo de la traición de los hombres, de la manipulación que ellos suponían.

—Hay una casa abandonada —con las pocas fuerzas y el color poco saludable en su rostro, se las ingenió para sacar una brújula —tres metros al este. Voy a cerrar los ojos un momento.

Nico emitió ruidos parecidos a jadeos roncos al arrastrar el peso de Malcolm en sus hombros, luciendo también un poco consumido por el viaje sombra. Seguramente estaba débil... Y aún así, estaba ayudándolo.

Por fin, la mirada de Nico se posó en ella, sus ojos oscuros escrutándola.

—¿Tú estás bien?

Mica se sorprendió por la pregunta, casi tanto como por toda la situación completa.

Esperaba un interrogatorio, humillación, consecuencias.

—Sí —respondió ella con frialdad.

—Bien —respondió Nico en el mismo tono monótono en el que planteó su pregunta.

Mica palpó su armónica, sintiendo que no merecía tocarla con Malcolm en el estado en el que estaba. Sentía el peso del libro robado en su carcaj, sintiéndose repentinamente más pesado.

Agachó la mirada todo el camino, cuestionándose porqué el pasto estaba seco y cómo es que las carreteras grises hacían sentir todo más apagado.

—Hemos llegado, creo —anunció Nico tras minutos que se sintieron como eternidad.

Ella se acercó a su lado, ayudándole a dejarlo en una cama gastada en la que ella colocó una de sus túnicas de seda, sorprendiéndose a sí misma por su propio gesto y por el néctar con el cual embadurnó sus labios.

Porque supo que nunca se iba a perdonar si él moría y no le importó admitirlo, aunque Nico la viera con más extrañeza que a un fantasma. Por eso, cuando alzó la mirada y se encontró con esos ojos oscuros y sus cejas pobladas que daban indicios de sus dudas, Mica no fue capaz de sostenerle la mirada.

𝚁𝚎𝚏𝚕𝚎𝚌𝚝𝚒𝚘𝚗𝚜 • 𝙽𝚒𝚌𝚘 𝙳𝚒 𝙰𝚗𝚐𝚎𝚕𝚘 Where stories live. Discover now