Xie Lian tenía muchas esperanzas y metas en su vida, quería disfrutar de ella lo más que pudiese. Pero luego de dos años confinado en una cama de hospital, esos sueños y esperanzas se ven truncados... Esto hasta que el nuevo doctor asignado a su cas...
—Pareces feliz —dijo Hua Cheng en voz baja, su hombro rozando el de Xie Lian, un contacto casual que envió una oleada de calor por todo su cuerpo.
—Lo soy —respondió Xie Lian, girando la cabeza para mirarlo. La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando patrones danzantes en el rostro de Hua Cheng—. Hace mucho tiempo que no me sentía así. Como si... todo estuviera en su sitio. Como si todas las piezas de un rompecabezas finalmente encajaran.
—Porque lo está —afirmó Hua Cheng, su mirada intensa y llena de una devoción que a Xie Lian todavía le robaba el aliento. Extendió la mano y apartó un mechón de pelo que el viento había soplado sobre la frente de Xie Lian. El gesto fue tan tierno, tan íntimo, que el corazón de Xie Lian dio un vuelco doloroso y dulce.
—San Lang —susurró, su voz apenas audible por encima del sonido del río.
—¿Sí, Xie Lian?
—Te amo.
Las palabras salieron sin esfuerzo, una verdad tan simple y tan profunda como el cielo sobre ellos. No era la primera vez que se lo decían, pero cada vez se sentía como un descubrimiento, como un milagro que se renovaba con cada confesión.
Hua Cheng no respondió con palabras. Simplemente se inclinó y lo besó, un beso suave y profundo que sabía a sol, a hierba y a una promesa de eternidad. En ese beso estaban todas las noches de vigilia en el hospital, todas las conversaciones silenciosas, todas las esperanzas compartidas. Era un beso que sellaba el pasado y abría la puerta a un futuro que, por primera vez, parecía brillante y lleno de posibilidades infinitas.
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En la sala de juntas del hospital, el aire olía a cuero caro y a café rancio. Hacía tres meses, la misma sala había sido el escenario de una reunión tensa. Xie Kan presidía la mesa, su rostro una máscara de impasibilidad, mientras el comité de ética y los jefes de departamento escuchaban el informe final de Hua Cheng sobre la fase inicial del tratamiento de Xie Lian.
Los datos eran irrefutables. Los gráficos mostraban una mejoría que bordeaba lo milagroso. Tras un debate formal y lleno de jerga médica, la decisión fue unánime: aprobar el alta parcial.
Cuando la sala se vació, y solo quedaron el zumbido del proyector y el silencio pesado entre los dos hombres, Xie Kan comenzó a recoger sus papeles, ansioso por retirarse a la seguridad de su oficina.
—Director Xie.
La voz de Hua Cheng, tranquila pero imposible de ignorar, lo detuvo. Xie Kan levantó la vista, encontrándose con la mirada penetrante de aquel joven doctor que había logrado lo imposible.
—Su hijo ha luchado de una forma que pocas personas podrían comprender —dijo Hua Cheng, su tono desprovisto de acusación, pero cargado de un peso innegable—. Ha soportado un sufrimiento inmenso con una gracia y una fortaleza que son extraordinarias.