El recuerdo no le había traído paz. Le había traído fuego.
No era la llama de la curiosidad, sino la de una forja. El universo, en su cruel e inescrutable manera, le había devuelto al niño del columpio, no como un fantasma de su pasado, sino como una responsabilidad presente. La promesa que le hizo a Xie Lian días atrás ya no era el juramento de un médico a su paciente; se había transformado en el eco de un destino que había tardado años en alcanzarlo. Cada minuto perdido no era solo un fracaso profesional, era una traición personal a ese niño solitario y a la segunda oportunidad que le habían concedido.
Desde esa epifanía frente al monitor, Hua Cheng había dejado de ser un médico para convertirse en un cazador. El fantasma que perseguía ya no era una enfermedad sin nombre, sino el ladrón de futuros que le estaba arrebatando al joven de los ojos ambarinos. Durante tres días y tres noches, se atrincheró en el laboratorio, transformándolo en el epicentro de una tormenta silenciosa. El espacio, normalmente impoluto, era ahora un caos de tazas de café vacías, informes impresos con anotaciones febriles y diagramas moleculares garabateados en cualquier superficie disponible, incluso en el cristal de las ventanas. La cafeína era el combustible, y los datos genéticos de Xie Lian, el mapa de un territorio hostil e inexplorado.
Su asistente, Yin Yu, lo observaba con una mezcla de admiración y alarma. Intentaba mantener un mínimo de orden, recogiendo las tazas, organizando los papeles que Hua Cheng descartaba con un gesto impaciente.
—Doctor Hua —se atrevió a decir en la segunda noche, al encontrarlo con la mirada perdida en una secuencia de datos que parpadeaba en la pantalla—. Quizás debería descansar. Unas pocas horas...
—Descansar es un lujo que el tiempo no nos concede, Yin Yu —respondió Hua Cheng sin apartar la vista del monitor, su voz era un murmullo grave y rasposo—. Cada minuto que perdemos, algo dentro de él se apaga un poco más. Tráeme otro café. Y los informes del ensayo de Múnich de 2019. Los que todos consideraron un fracaso.
Hua Cheng había descartado todas las líneas de investigación convencionales con una furia fría y metódica. Los especialistas de renombre, los estudios publicados, los tratamientos aprobados... todo era inútil, un laberinto de buenas intenciones que conducía a un precipicio. Eran armas diseñadas para enemigos conocidos, y lo que afligía a Xie Lian era una sombra, algo que mutaba y se escondía con una inteligencia casi malévola. Por eso hizo lo impensable: empezó a buscar no la enfermedad, sino la excepción. Una anomalía en la anomalía.
En su mente, la imagen de aquel niño en el desfile se superponía con la del joven pálido en la cama del hospital. Pero entre ambas imágenes, había un vacío, un eco de algo más que no lograba enfocar del todo. Era la sensación de una promesa susurrada al viento, un juramento hecho en la oscuridad por un niño hambriento y lleno de rabia. No estaba solo salvando a un paciente; estaba intentando saldar una deuda que sentía grabada en su propia alma. Una deuda con un fantasma de su juventud que, por alguna razón, tenía la misma sonrisa amable y triste.
Y en la madrugada del cuarto día, con los ojos ardiendo por el cansancio y el mundo reducido a las letras verdes de la pantalla, la encontró. Un marcador genético recesivo, una pequeña secuencia que en el 99.9% de la población era inofensiva, pero que, en combinación con un agente externo aún desconocido, podía teóricamente desencadenar una respuesta autoinmune en cascada. No era un diagnóstico sólido; era una teoría descabellada, un salto de fe científico. Una apuesta a ciegas.
Pero era lo único que tenía.
Con esa teoría como ancla, se sumergió en las profundidades de la investigación experimental, en los cementerios digitales de ensayos clínicos fallidos y estudios farmacológicos abandonados. Y allí, en un oscuro rincón de una base de datos europea, oculta bajo capas de protocolos descontinuados, encontró la segunda pieza del rompecabezas: un inhibidor de citoquinas experimental, un fármaco cuyo desarrollo se había detenido por su alta especificidad y su bajísima tasa de éxito en pacientes comunes. Pero su mecanismo de acción... encajaba con su teoría como una llave en una cerradura que nadie sabía que existía.
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˙˚ʚ ԋҽαɾƚ ƚσ ԋҽαɾƚ ɞ˚˙
FanfictionXie Lian tenía muchas esperanzas y metas en su vida, quería disfrutar de ella lo más que pudiese. Pero luego de dos años confinado en una cama de hospital, esos sueños y esperanzas se ven truncados... Esto hasta que el nuevo doctor asignado a su cas...
