˙˚ʚ ԋҽαɾƚ ƚσ ԋҽαɾƚ ɞ˚˙

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El aroma a café recién hecho y antiséptico se mezclaba en la espaciosa oficina del director del hospital. Xie Kan, el padre de Xie Lian, revisaba con meticulosidad una pila de informes financieros, sus dedos tamborileando con impaciencia sobre la caoba pulida de su escritorio. Cada cifra, cada estadística, era una distracción bienvenida, un escudo contra el pensamiento que acechaba en los rincones más oscuros de su mente: la imagen de su hijo, pálido y frágil, en una cama de hospital a pocos pisos de distancia.

Un suspiro cansado escapó de sus labios. Intentaba, con todas sus fuerzas, no pensar en ello. No pensar en Xie Lian. El recuerdo era una daga afilada que se hundía en su pecho, evocando la sombra de su difunta esposa. La recordaba en una habitación similar, con la misma sonrisa valiente tratando de ocultar el dolor, la misma mirada resignada ante lo inevitable. "Cuida de nuestro A-Lian", le había susurrado ella con su último aliento, una promesa que sentía que estaba fallando miserablemente. ¿Cómo podía cuidar de él cuando ni siquiera soportaba verlo? Cada visita era un recordatorio de su pérdida, de su impotencia.

Unos golpes suaves en la puerta lo sacaron de sus sombríos pensamientos.

— Adelante — dijo, su voz más áspera de lo que pretendía.

La puerta se abrió y un joven alto, vestido con una impecable bata blanca, entró en la oficina. Su presencia era imponente, con un aire de confianza y una mirada penetrante que parecía analizarlo todo. Un solo ojo, oscuro como la noche, lo observaba con una intensidad desconcertante; el otro estaba cubierto por un parche negro que, lejos de restarle atractivo, le confería un aura misteriosa y peligrosa. Era Hua Cheng, el renombrado doctor que había accedido a tomar el caso de Xie Lian.

Xie Kan se levantó, extendiendo una mano formal. — Doctor Hua Cheng, esperaba su llegada. Gracias por venir con tan poca antelación.

Hua Cheng estrechó su mano, un gesto firme y breve. — Director Xie. El placer es mío.

— Tome asiento, por favor. — Xie Kan indicó una de las sillas frente a su escritorio. Dejó caer una delgada carpeta sobre la mesa, deslizándola hacia el recién llegado. — Este es el historial de Xie Lian. Como le adelanté, es un caso... complicado.

Hua Cheng tomó la carpeta, pero sus ojos no dejaron el rostro del director. Notó la forma en que evitaba el contacto visual al mencionar el nombre de su hijo, la manera casi displicente con la que entregó el historial, como si fuera un trámite más, una carga de la que deseaba deshacerse. "Pobre del hijo del director", pensó Hua Cheng con un sarcasmo que no exteriorizó, "se nota cuánto lo quiere su papá". La indiferencia era casi palpable.

— Entiendo que su tiempo es valioso, Director — comenzó Hua Cheng, su voz suave pero con un deje de acero. — Pero necesitaré acceso completo a todos los exámenes, diagnósticos previos y tratamientos que se le han administrado.

— Por supuesto, por supuesto — asintió Xie Kan, agitando una mano en el aire como si espantara una mosca molesta. — Tendrá todo lo que necesite. Su contrato estipula que, aunque formará parte del personal de este hospital, su prioridad absoluta es mi hijo. Encuentre algo, lo que sea. No escatimaré en gastos. — Hizo una pausa, su mirada perdiéndose por un instante en la ventana, donde el sol de la mañana comenzaba a bañar la ciudad. — Solo... tráigame resultados.

Hua Cheng asintió lentamente, una expresión indescifrable en su rostro. — Haré todo lo que esté en mi mano, Director.

Una vez que Hua Cheng se retiró, Xie Kan se dejó caer pesadamente en su sillón, el peso del mundo sobre sus hombros. Otra vez esa punzada de culpa, otra vez el recuerdo de la promesa incumplida. Se frotó las sienes, deseando que el café o el trabajo pudieran borrar la imagen de la sonrisa triste de Xie Lian.