Xie Lian tenía muchas esperanzas y metas en su vida, quería disfrutar de ella lo más que pudiese. Pero luego de dos años confinado en una cama de hospital, esos sueños y esperanzas se ven truncados... Esto hasta que el nuevo doctor asignado a su cas...
El día de su alta, el mundo fuera de la ventana del hospital parecía demasiado brillante, los colores demasiado saturados. Durante dos años, la realidad de Xie Lian había sido una paleta de blancos, azules pálidos y grises desinfectados. Ahora, el simple azul del cielo parecía un océano violento, y el verde de los árboles, una jungla desafiante.
La libertad olía a gases de escape, a tierra húmeda y a los pasteles que Shi QingXuan había traído para celebrar, un aroma caótico y abrumadoramente vivo.
—¿Estás seguro de que tienes todo? —preguntó Feng Xin por quinta vez, revisando la pequeña maleta de Xie Lian como si se preparara para una expedición polar.
—Estoy seguro, Feng Xin —respondió Xie Lian con una paciencia divertida, apoyándose ligeramente en el andador que la doctora Huang le había insistido en usar durante las primeras semanas. Sus piernas aún eran débiles, un recordatorio constante de que la recuperación era un camino, no un salto.
Mu Qing, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados, puso los ojos en blanco. —Déjalo respirar, idiota. No se va a la guerra, se va a su casa.
—¡Es casi lo mismo! —replicó Feng Xin—. Su sistema inmunológico todavía está débil, ¿y si el polvo de su apartamento...?
—He contratado un servicio de limpieza profunda para que lo preparen todo esta mañana —intervino la voz calmada de Hua Cheng desde el pasillo. Entró en la habitación, ya sin su bata de médico, sosteniendo una carpeta—. Todo está desinfectado. Solo falta tu firma aquí, Xie Lian, y serás un hombre libre.
El intercambio de miradas entre ellos fue breve, pero cargado de la promesa de la noche anterior. Un calor se extendió por el pecho de Xie Lian.
El viaje en coche a su apartamento fue una experiencia sensorial vertiginosa. Xie Lian mantuvo el rostro pegado a la ventanilla, observando el desfile de rostros anónimos, los edificios que se alzaban como gigantes de hormigón, los semáforos cambiando de color. Cada detalle era a la vez familiar y extrañamente nuevo. Se sentía como un extranjero en su propia ciudad, un fantasma visitando su vida anterior.
Su apartamento, al abrir la puerta, olía a limón y a limpio, pero aún conservaba el aura de un lugar detenido en el tiempo. El polvo había desaparecido, pero la quietud permanecía. Un libro abierto boca abajo sobre la mesa de centro, una taza de té a medio beber en el fregadero, las zapatillas junto a la puerta, todo exactamente como lo había dejado el día que se desplomó.
Shi QingXuan rompió el silencio reverencial con un aplauso. —¡Bueno, esto no puede ser! ¡Este lugar necesita vida! ¡Música! ¡Comida! ¡Feng Xin, Mu Qing, ustedes a la cocina! ¡Yo me encargo de la decoración!
Las siguientes horas fueron un torbellino de actividad caótica y amorosa. Shi QingXuan desempaquetó flores frescas y las colocó en jarrones, llenando el apartamento de color y fragancia. Feng Xin y Mu Qing discutieron sobre cómo usar la cafetera y qué pedir para comer, sus insultos habituales sonando extrañamente como música de fondo.
Y en medio de todo, Xie Lian se sentó en su propio sofá, el tejido familiar bajo sus dedos, y observó. Observó a sus amigos llenar su espacio silencioso con vida, con discusiones, con risas. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió en casa.
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