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El lugar que eligieron era un pequeño paraíso escondido a las afueras de la ciudad: un claro de hierba verde y suave junto a un río de aguas cristalinas que serpenteaba perezosamente hasta desembocar en un lago tranquilo. Los sauces llorones bordeaban la orilla, sus ramas meciéndose con la brisa como cortinas de seda verde, y el aire olía a flores silvestres y a tierra húmeda, un perfume embriagador de vida renovada.

La idea había sido de Shi QingXuan, por supuesto. Un picnic. Una idea simple, casi infantil, pero cargada de un significado inmenso. Para celebrar la vida, la primavera y, sobre todo, a Xie Lian.

Llegaron en dos coches, una pequeña caravana de alegría. Shi QingXuan, como maestro de ceremonias autoproclamado, dirigió la operación de descarga con una eficiencia caótica, repartiendo mantas, cestas y órdenes a partes iguales.

—¡Feng Xin, Mu Qing, ustedes pongan la manta! ¡Pero no tan cerca del agua, no quiero que la humedad arruine los pasteles! ¡Doctor Hua, usted ayude a nuestro querido A-Lian a encontrar el lugar más cómodo, con la mejor vista y la cantidad perfecta de sombra!

Hua Cheng, que había aprendido a sobrellevar el entusiasmo de Shi QingXuan con una paciencia casi zen, ya estaba al lado de Xie Lian, su mano rozando la parte baja de su espalda en un gesto protector y posesivo que no pasó desapercibido para nadie.

—¿Estás bien? ¿El viaje no fue demasiado agotador? —su voz, un murmullo grave destinado solo a Xie Lian.

—Estoy perfecto —respondió Xie Lian, y era verdad. La emoción y la anticipación habían creado una barrera de adrenalina que eclipsaba cualquier rastro de cansancio.

Se sentaron en la manta más grande, un mosaico de colores brillantes sobre el verde intenso de la hierba. Xie Lian se recostó, apoyándose en una cesta, y cerró los ojos por un momento, simplemente absorbiendo. La sensación del sol en su rostro, cálido y reconfortante. El sonido del río, un murmullo constante y pacífico. Las voces de sus amigos discutiendo sobre si los sándwiches de pepino eran una delicia culinaria o una abominación insípida.

Era perfecto. Era un día dorado, uno de esos días que se sienten como un regalo, como una promesa cumplida.

La tarde transcurrió en una feliz y perezosa sucesión de momentos. Comieron hasta hartarse, la comida sencilla sabiendo a manjar bajo el cielo azul. Shi QingXuan contó historias exageradas de la universidad, haciendo reír a todos con sus imitaciones de los profesores. En un momento, mientras describía con gestos grandilocuentes una discusión particularmente absurda en su clase de semiótica, Xie Lian se echó a reír. Fue una risa profunda, genuina, que brotó desde el fondo de su ser, una risa que no había experimentado en años. Y en medio de esa alegría, sintió algo extraño. Un aleteo en su pecho, un latido repentino y acelerado, tan fuerte que fue casi doloroso. Se llevó una mano al corazón, la risa ahogándose en su garganta por un instante.

—¿Estás bien, A-Lian? —preguntó Shi QingXuan, deteniendo su monólogo al instante.

Xie Lian parpadeó, la extraña sensación desvaneciéndose tan rápido como había llegado. Sonrió, aunque un poco desconcertado. —Sí, perfectamente. Es solo que... creo que mi corazón no está acostumbrado a tanta felicidad. Se emocionó demasiado.

Todos rieron, y el momento pasó, olvidado en el torbellino de la tarde. Feng Xin y Mu Qing, por una vez, mantuvieron sus discusiones a un nivel de bajo volumen, su hostilidad habitual suavizada por la atmósfera de celebración. Incluso compitieron por ver quién podía hacer saltar una piedra más veces sobre la superficie del río, una tregua infantil que hizo sonreír a Xie Lian.

Más tarde, mientras los demás jugaban torpemente a lanzar un frisbee, sus siluetas recortadas contra el sol poniente, Hua Cheng se sentó junto a Xie Lian, que se había quedado observando la escena con una sonrisa tranquila.

˙˚ʚ ԋҽαɾƚ ƚσ ԋҽαɾƚ ɞ˚˙Where stories live. Discover now