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Pero Mu Qing, que siempre había sido un observador agudo, había notado algo más. Después de la muerte de su madre, la sonrisa de Xie Lian, aunque siempre presente para los demás, adquiría un matiz amargo cuando creía que nadie lo veía. Había una soledad profunda en él, un abismo que nadie parecía poder cruzar.

—Hoy —continuó Mu Qing, volviendo al presente, su mirada encontrándose con la de Feng Xin—, cuando casi se cae y ese doctor lo sostuvo... la sonrisa que le dio... esa sonrisa no tenía ninguna amargura. No había nada oculto detrás de ella. Era... pura. Brillante. Como nunca la había visto antes.

Feng Xin se quedó en silencio, procesando las palabras de su amigo. Por una vez, no hubo sarcasmo ni discusión. Solo una comprensión compartida, un alivio tan profundo que era casi doloroso.

Cuando la noche cayó por completo y sus amigos finalmente se marcharon, la puerta del apartamento se cerró, y el silencio regresó

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Cuando la noche cayó por completo y sus amigos finalmente se marcharon, la puerta del apartamento se cerró, y el silencio regresó. Pero esta vez, no era un silencio opresivo. Era una calma pacífica, llena de los ecos de la risa y las discusiones que habían llenado el espacio.

Xie Lian estaba sentado en el sofá, el eco del toque de Hua Cheng aún vibrando en su piel.

Hua Cheng se había alejado hacia la ventana, dándole espacio, observando las luces de la ciudad.

—Quería asegurarme de que te tomaras la primera dosis de la medicación oral correctamente —dijo, aunque ambos sabían que era una excusa.

—Gracias, San Lang —respondió Xie Lian en voz baja.

El espacio entre ellos se llenó de una tensión suave, la anticipación de un nuevo comienzo.

—¿Tienes hambre? —preguntó Hua Cheng, girándose para mirarlo.

Xie Lian asintió. —Un poco.

—Bien —dijo Hua Cheng, una sonrisa ingeniosa curvando sus labios—. Porque no se puede confiar en un servicio a domicilio para una ocasión tan trascendental como la primera cena de un hombre libre. Podrían envenenarte.

Para asombro de Xie Lian, Hua Cheng se dirigió a su cocina con la familiaridad de quien la conocía de toda la vida. Abrió la nevera, que sus amigos habían surtido, y examinó el contenido con ojo crítico.

—Veamos qué podemos hacer con esto...

Xie Lian lo observó desde el sofá, fascinado. Ver a Hua Cheng, el brillante y aclamado doctor, con las mangas de su jersey arremangadas, picando verduras en la encimera de su cocina, era una imagen tan surrealista y doméstica que le hizo sonreír. El sonido del cuchillo contra la tabla de cortar, el siseo del aceite en la sartén, los aromas que comenzaban a flotar en el aire... eran la antítesis del hospital. Eran los sonidos y olores de una vida normal.

Comieron sentados en el suelo, sobre cojines, con los platos apoyados en la mesa de centro. La comida era sencilla, un salteado de verduras y pollo con arroz, pero para Xie Lian fue el mejor manjar que había probado en años.

Hablaron de cosas triviales. De libros, de música, de la ridícula trama de una película que ambos habían visto. No hablaron de la enfermedad, ni de los tratamientos, ni del hospital. Por esa noche, eran solo dos personas compartiendo una comida, con el mundo exterior reducido al murmullo lejano del tráfico y el suave resplandor de las luces de la ciudad.

—Gracias por la cena —dijo Xie Lian cuando terminaron, mientras recogían los platos—. Estaba delicioso.

—El placer fue mío —respondió Hua Cheng, sus miradas encontrándose por encima de la mesa.

El aire volvió a cargarse de esa electricidad silenciosa. Estaban sentados muy cerca, sus rodillas casi rozándose. El mundo parecía haberse encogido, conteniendo solo a ellos dos.

Fue entonces cuando la promesa que se habían hecho en el hospital regresó a la mente de Xie Lian, urgente y abrumadora. El miedo y la esperanza luchaban en su interior.

—San Lang —comenzó, su voz apenas un susurro.

—¿Sí, Xie Lian?

—Aquello que te dije... en el hospital... —tragó saliva, el corazón latiéndole con fuerza—. Sobre querer seguir viéndonos...

—Lo recuerdo.

—Yo... lo decía en serio —confesó, sus ojos fijos en sus manos entrelazadas sobre su regazo—. Más en serio que casi cualquier cosa que haya dicho en mi vida.

Levantó la vista y se encontró con la mirada intensa de Hua Cheng. No había sorpresa en sus ojos esta vez, solo una profunda y cálida comprensión.

—Yo también, Xie Lian.

Y entonces, lentamente, como si temiera que un movimiento brusco pudiera romper el hechizo, Hua Cheng se inclinó hacia él. Xie Lian contuvo la respiración, sus ojos se abrieron de par en par. Su corazón, que había estado latiendo con fuerza, de repente pareció detenerse, y luego reanudó su ritmo con una velocidad vertiginosa, un tamborileo salvaje contra sus costillas. El mundo se desvaneció. El zumbido del tráfico, las luces de la ciudad, el peso de los últimos dos años... todo desapareció.

El primer beso no fue apasionado ni exigente. Fue una pregunta. Un roce suave de labios, una caricia tentativa, tan delicada como el ala de una mariposa. Para Xie Lian, fue una explosión silenciosa. Una calidez agradable se extendió desde su pecho, un calor líquido que recorrió sus venas y ahuyentó el último vestigio del frío del hospital. Era la primera vez. Nunca nadie lo había besado. Y la sensación de los labios de Hua Cheng sobre los suyos, suaves y sorprendentemente tiernos, borró todos los pensamientos de su mente. Solo existía esa sensación. Ese contacto.

Cuando Hua Cheng se apartó ligeramente, Xie Lian lo siguió por instinto, un pequeño gesto anhelante. Hua Cheng sonrió contra sus labios y lo besó de nuevo, esta vez con un poco más de firmeza, una afirmación. Una de sus manos subió para acunar suavemente la mejilla de Xie Lian, su pulgar trazando la línea de su mandíbula. El gesto fue tan íntimo, tan posesivo y a la vez tan reverente, que a Xie Lian se le escapó un pequeño suspiro.

Cuando finalmente se separaron, sus frentes quedaron apoyadas la una en la otra, sus alientos mezclándose en el espacio íntimo que habían creado. Xie Lian mantuvo los ojos cerrados, tratando de grabar cada sensación en su memoria. Una única lágrima se escapó y se deslizó por su mejilla.

—¿Por qué lloras? —murmuró Hua Cheng, su pulgar rozando suavemente la piel de Xie Lian para secar la lágrima.

Xie Lian soltó una risa temblorosa, que sonó más como un sollozo.

—Porque por primera vez en mucho tiempo —susurró, abriendo los ojos y mirando directamente a la galaxia que era la mirada de Hua Cheng—, no tengo miedo de despertar mañana.

Era una felicidad tan frágil y tan brillante que temía que pudiera romperse si respiraba demasiado fuerte. Pero en ese momento, acunado en la calidez de la mirada de Hua Cheng, se sintió invencible. Se sintió, por fin, verdaderamente vivo.


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Gracias por sus comentarios, a pesar que no nos respondo porque me da penita, quiero que sepan que los aprecio mucho y me animan a seguir escribiendo!!

Tendrían que heberme visto contándole a mi novia que había personas que de verdad leía mi fanfic y que dejaban comentarios bonitos JSJSJJSJSJS. Pobrecita, creo que a veces no me soporta HJSHJSHASJA.

Pero bueno, el siguiente capitulo es el penúltimo jsjsjsjs, disfruten mientras puedan.

Byebye!!

˙˚ʚ ԋҽαɾƚ ƚσ ԋҽαɾƚ ɞ˚˙Where stories live. Discover now