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—Confío en ti —susurró Xie Lian, y las palabras, apenas audibles, sonaron con la fuerza de un juramento en el silencio de la habitación. El miedo seguía ahí, un nudo helado en su estómago, pero por encima de él, una nueva sensación florecía, cálida y extraña: la de no estar luchando solo.

Una sonrisa casi imperceptible, pero cargada de un alivio infinito, curvó los labios de Hua Cheng. Era una sonrisa de victoria. —Bien. Prepararé todo. Empezaremos de inmediato.

Xie Kan dejó el informe sobre su escritorio de caoba pulida

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Xie Kan dejó el informe sobre su escritorio de caoba pulida. El nombre del doctor Hua Cheng encabezaba el documento, un detallado, apasionado y casi insolente argumento a favor de un tratamiento radical. Xie Kan, un hombre acostumbrado a los balances financieros, a los números fríos y a las decisiones calculadas, se encontró releyendo frases que sonaban más a un manifiesto personal que a una propuesta médica. "Riesgo calculado", "ventana de oportunidad única", "imperativo ético por encima del protocolo". Pura arrogancia, o pura fe.

Se levantó y se acercó al enorme ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad que se extendía a sus pies. El hospital era su imperio, un monumento a la lógica y la eficiencia. Pero también era la tumba de su esposa y, desde hacía dos años, la prisión dorada de su hijo. El informe de Hua Cheng era una anomalía en su mundo ordenado, una variable emocional que no sabía cómo procesar.

Sus dedos rozaron el cristal frío y, por un instante, el reflejo de su rostro cansado y surcado de arrugas fue reemplazado por una imagen del pasado, tan vívida que dolió.

El sol de una tarde de verano bañaba el jardín de su antigua casa, un lugar que ya solo existía en su memoria. Su esposa, con su largo cabello negro brillando bajo la luz dorada, reía a carcajadas, una melodía que creía haber olvidado. Un pequeño Xie Lian, de no más de seis años, con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo, corría torpemente tras una mariposa de alas azules iridiscentes. El sonido de la risa de su hijo, pura y sin adulterar, era la banda sonora de un tiempo más feliz. En su torpe carrera, el niño tropezó con una raíz y cayó de bruces sobre el césped. El corazón de Xie Kan dio un vuelco, un pánico helado recorriéndole, pero antes de que él o su esposa pudieran moverse, el pequeño ya se estaba levantando solo. Se sacudió la tierra de las rodillas, que seguramente le ardían, y levantó la cara hacia ellos con una sonrisa radiante y desafiante.

"¡Estoy bien!", gritó, mirando directamente a su padre con sus grandes y brillantes ojos ambares, idénticos a los de su esposa, como si quisiera asegurarle no solo a él, sino al mundo entero, que no había nada de qué preocuparse. Que él podía con todo.

La misma terquedad. 

La misma sonrisa para ocultar el dolor.

El recuerdo se desvaneció, dejando un eco doloroso en el silencio opresivo de la oficina. Xie Kan se dio cuenta, con una claridad que lo hirió profundamente, de que Hua Cheng no solo estaba tratando de curar una enfermedad; estaba tratando de salvar a ese niño que se negaba a admitir que estaba herido. Estaba haciendo lo que él, el padre, no había sido capaz de hacer. Volvió a su escritorio, el peso de los años sobre sus hombros, y tomó el teléfono. Marcó el número de la administración con una mano que temblaba ligeramente.

˙˚ʚ ԋҽαɾƚ ƚσ ԋҽαɾƚ ɞ˚˙Where stories live. Discover now