Capítulo 34.

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Una quincena. Una quincena he pasado ya en esta casa. Y sí, es una casa enorme. Y sí, se me permite pasar el tiempo por la finca. Y sí, tiene un jacuzzi y todos los lujos que puedas imaginar. Pero yo me siento como encerrada.

Liam se pasea por las habitaciones gruñendo y farfullando incoherencias. Está irascible y no hay quien mantenga una conversación con él, mucho menos una velada romántica... Sé que está preocupado y que intenta hacer lo posible por ponerme a salvo. El problema es que se olvida de lo más importante, nuestro amor. No parece ser una de sus principales preocupaciones. Además las únicas personas con las que he hablado ha sido con él, su madre y Damien. La conversación no es que sea muy variada...

Por eso me paso el tiempo paseando por el bosque que rodea la finca, en el jacuzzi (ya que está habrá que aprovecharlo) y leyendo. En la universidad creen que me he ido un tiempo de vuelta a España por problemas familiares. Aunque ni siquiera yo he hablado con la universidad. Liam me mantiene aislada. También se ha aislado aparentemente a él mismo. Ha dejado de asistir a las clases, aunque varios días a desaparecido durante horas y cuando le he preguntado que ha hecho solo ha contestado «cosas para mantenerte a salvo». Sé que corro peligro, pero se le está yendo de las manos el problema con mi seguridad. En fin, aguantaré un poco más.

He aprendido a apreciar la naturaleza que nos rodea. Cada día me adentro más en el bosque, ayer mismo, encontré un claro con un pequeño lago, sino estuviéramos a mediados de noviembre me hubiera bañado seguramente. Estaba rodeado de una clase de árboles para mí desconocidos (lo más cerca que estuve en Madrid de un bosque fue el Retiro) que aún conservaban sus hojas. En cambio los árboles más superficiales las habían perdido. El bosque estaba teñido de los tonos marrones y anaranjados propios del otoño.

Ahora mismo sentada en un improvisado columpio, observo la imponente mansión que me hace sentir fuera de lugar.

Observo a Liam salir por la puerta trasera y acercarse a mí apresurado.

—Lydia, tienes una visita.

La sorpresa y la ilusión me recorren al instante. Salto del columpio y me acerco a él.

—¿En serio? ¿Quién?

—Tú entra y lo verás.

Suspira, no parece demasiado animado.

Entro rápido a la casa y en el umbral de la puerta del salón distingo una figura alta y corpulenta que me sonríe de oreja a oreja.

—¡Tyler! –chillo mientras corro hacia él, que me abraza y me alza en el aire.

—Lydia, nena, te he echado de menos.

—Las manos donde yo pueda verlas –interrumpe Liam–. Y ten cuidado con lo que le dices, tengo oído de águila.

—No le hagas ni caso, se pasa el día amargado.

Le saco la lengua a Liam, pero este me lanza una mirada asesina.

—Vamos a dar un paseo Tyler.

—Pero si hace un frío que pela.

—Se está bien no seas quejica.

Al final accede y me sigue hasta fuera. Le llevo por el bosque hasta que encuentro el claro con el lago. Durante todo el camino mira a su alrededor con miedo a hacerse daño o estropearse la ropa. Se me olvidada que Tyler también es un niño mimado.

—Aquí tienes, mi descubrimiento –señalo todo el lugar como si se tratara de un gran tesoro.

Le señalo unos troncos que se encuentran frente al lago y nos sentamos uno al lado del otro.

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