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"Concéntrate, Hua Cheng", se reprendió mentalmente. "Es un paciente. Tu deber es encontrar una cura, no analizar la belleza trágica de su existencia". Pero la advertencia sonó hueca incluso para él. La ética profesional era una línea clara, una que nunca había estado tentado a cruzar. 

Hasta ahora. 

La forma en que Xie Lian inclinó la cabeza, escuchando sus preguntas preliminares con una paciencia casi etérea, le provocó un tirón en el pecho. Quería borrar esa sombra de dolor de su rostro, devolverle el brillo que seguramente había tenido antes de que esta misteriosa dolencia lo atrapara.

— ¿Ha experimentado algún nuevo síntoma en los últimos días? ¿Cambios en la intensidad del dolor? — preguntó Hua Cheng, su voz manteniendo un tono profesional y neutro, aunque por dentro sentía una extraña agitación.

Xie Lian tardó un momento en responder, como si tuviera que reunir las palabras desde un lugar lejano. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Hua Cheng antes de desviarse hacia la ventana, donde el cielo comenzaba a teñirse con los colores del atardecer.

— No realmente, doctor — su voz era suave, un poco ronca por el desuso o quizás por la enfermedad misma. — Todo sigue... igual. El dolor es un viejo conocido a estas alturas. A veces creo que ya me he acostumbrado.

Esa frase, "me he acostumbrado", resonó en la mente de Hua Cheng con una tristeza inesperada. Nadie debería acostumbrarse al dolor.

Por su parte, Xie Lian observaba al nuevo doctor con una mezcla de cansancio y una mínima, casi inexistente, curiosidad. Era, sin duda, diferente a los demás. No solo por su llamativa apariencia –el parche en el ojo, el cabello oscuro y sedoso que caía con elegancia sobre su frente, la altura que lo hacía destacar– sino por su actitud. Había una confianza en él que bordeaba la arrogancia, pero no resultaba desagradable. Era más bien la seguridad de alguien que sabe lo que hace, o al menos, que cree firmemente en su capacidad para descubrirlo.

"Otro más", pensó Xie Lian con un suspiro interno que no dejó escapar. 

Otro doctor lleno de promesas iniciales, que estudiaría su caso con interés renovado, que probaría nuevas combinaciones de medicamentos, que ordenaría más análisis. Y luego, como todos los anteriores, se enfrentaría al mismo muro infranqueable. La esperanza, si alguna vez la tuvo en abundancia, se había desgastado con cada diagnóstico fallido, con cada tratamiento ineficaz. 

Ahora solo quedaba una aceptación lánguida de su realidad.

No podía negar que el Doctor Hua Cheng era... atractivo. De una manera oscura e intensa, sí, pero innegablemente atractivo. Sus facciones eran afiladas, casi perfectas, y ese único ojo visible parecía contener una profundidad insondable. Por un instante fugaz, se preguntó qué historia escondería ese parche. Pero desechó el pensamiento tan rápido como llegó. 

No importaba. 

Solo era solo otro médico en la larga lista de médicos que habían desfilado por su vida en los últimos dos años.

Lo que sí le llamaba la atención era la forma en que lo miraba. No era la compasión condescendiente de algunos, ni la frustración apenas disimulada de otros cuando no respondía a los tratamientos. Era una mirada directa, penetrante, como si intentara ver más allá de la enfermedad, directamente en su alma. Le resultaba un poco desconcertante, pero no amenazante.

"¿Por qué se esfuerzan tanto?", se preguntó Xie Lian, una vieja cuestión que volvía a surgir. 

¿Por qué esta insistencia en mantenerlo con vida, en someterlo a un carrusel interminable de pruebas y medicamentos que solo parecían agravar su sufrimiento a veces? ¿No sería más fácil... dejarlo ir? 

La idea no era suicida... no activamente. 

Era más bien un anhelo de paz, de descanso, de liberarse de un cuerpo que se había convertido en una prisión de dolor. A veces, en las largas noches de insomnio, fantaseaba con simplemente desaparecer, desvanecerse como el humo.

Pero luego recordaba a Shi QingXuan, con su entusiasmo contagioso, sus divertidas conversaciones y sus listas de reproducción cuidadosamente seleccionadas. Recordaba las visitas tensas pero constantes de Feng Xin y Mu Qing, sus rostros preocupados tratando de ocultar la culpa que él sabía que sentían. Incluso pensaba en su padre, en la distancia autoimpuesta que dolía de una manera sorda y persistente. 

No quería causarles más dolor del que ya sentían. 

Así que aguantaba. 

Sonreía. 

Decía que estaba bien.

— Entiendo — dijo finalmente, respondiendo a la pregunta de Hua Cheng sobre los síntomas, aunque su mente había divagado. Intentó enfocar su atención. Este doctor, al menos, merecía la cortesía de respuestas coherentes. — A veces hay picos de dolor más agudos, especialmente por las noches. Y el cansancio... el cansancio siempre está ahí.

Hua Cheng asintió, anotando algo en su tableta. —¿El personal de enfermería le administra los analgésicos según lo pautado? ¿Siente que son efectivos?

Xie Lian consideró la pregunta. — Hacen lo que pueden. A veces ayudan un poco, otras veces... es como intentar apagar un incendio con un vaso de agua.

Una pequeña sonrisa amarga se dibujó en sus labios. Hua Cheng la vio, y esa imagen, tan fugaz y cargada de resignación, se grabó en su memoria con una claridad sorprendente.


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Jijijaja, dos capítulos para empezar con este fic, qué les pareció??

No aseguro actualizaciones seguidas, soy un estudiante universitario tratando de sobrevivir a los parciales, así que porfi ténganme paciencia.

 Llevo rato planeando este fic, pero lo hice más que todo como una forma de lidiar con mi estrés, así que por eso no busco estresarme poniéndome fechas para publicar.

Solo espero que les esté gustando y nos volvamos a ver cuando el destino lo desee.

˙˚ʚ ԋҽαɾƚ ƚσ ԋҽαɾƚ ɞ˚˙Where stories live. Discover now