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Mula dari awal
                                        

Xie Lian tarareaba suavemente una melodía melancólica mientras pasaba la página de su libro. Shi QingXuan le había insistido tanto en que leyera "Orgullo y Prejuicio" que finalmente había cedido. Los auriculares descansaban cómodamente sobre sus oídos, aislándolo del murmullo constante del hospital. La voz suave de Ichiko Aoba llenaba el espacio, una caricia para su alma cansada. La música, como siempre, era un bálsamo, un pequeño escape de la monotonía de sus días.

Estaba tan absorto en la historia de Elizabeth Bennet y el señor Darcy, y en la delicada guitarra que sonaba en sus oídos, que no escuchó los ligeros golpes en la puerta de su habitación.

La puerta se abrió con un suave crujido y una figura alta se recortó en el umbral.

Xie Lian levantó la vista, parpadeando sorprendido. Un hombre que no había visto antes estaba de pie, observándolo. Su presencia era magnética, casi intimidante. Llevaba una bata blanca, pero no se parecía en nada a los otros doctores que lo habían tratado. Había algo en su porte, en la forma en que lo miraba con ese único ojo visible, oscuro e intenso, que lo hizo sentir extrañamente cohibido. 

Y, no podía negarlo, era curiosamente atractivo.

Hua Cheng dio un paso dentro de la habitación, sus labios curvándose en una sonrisa casi imperceptible.

— Xie Lian, ¿verdad? — Su voz era profunda, resonando suavemente en el silencio que se había instalado cuando Xie Lian, instintivamente, se quitó los auriculares. — Soy el Doctor Hua Cheng. A partir de hoy, estaré a cargo de tu caso.

El eco de esa presentación aún flotaba en el aire esterilizado de la habitación. Hua Cheng había tomado asiento en la silla dispuesta junto a la cama, no sin antes pedir un permiso casi formal que a Xie Lian le resultó un tanto peculiar. Los médicos anteriores solían entrar y actuar con la eficiencia impersonal de quien cumple una tarea rutinaria. Este, en cambio, parecía moverse con una deliberada gracia, cada gesto medido, observado.

Hua Cheng sostenía una tableta en sus manos, pero sus ojos, o más bien, su ojo visible, rara vez se apartaba de Xie Lian. Lo estudiaba, no con la fría disección de un científico ante un espécimen, sino con una intensidad que traspasaba la superficie. 

Veía la palidez de su piel, casi translúcida, las sombras violáceas bajo sus ojos amables, la delgadez de sus muñecas que asomaban por las mangas de la bata de hospital. Pero también notó la forma en que sus pestañas largas proyectaban sombras sobre sus pómulos cuando bajaba la mirada, la curva suave de sus labios que, incluso ahora, insinuaban la capacidad de una sonrisa radiante, y una especie de luz interior que se negaba a extinguirse por completo, a pesar del evidente sufrimiento.

"Definitivamente no es lo que esperaba", pensó Hua Cheng, mientras hacía un gesto vago en la tableta, fingiendo revisar alguna nota. La información que había recopilado sobre su vida académica y su discreción social cobraba ahora un nuevo significado al contrastarla con la persona que tenía delante. Había una gentileza en su aura, una fragilidad que no era debilidad, sino más bien la delicadeza de una flor que ha soportado demasiadas tormentas. 

"¿Cómo alguien así termina en este estado, con una enfermedad que nadie parece comprender?"

Una punzada de algo que se asemejaba a la frustración profesional se mezcló con una creciente... ¿fascinación? Era un caso desafiante, sin duda. El tipo de reto que había buscado, el que podía catapultar aún más su ya considerable reputación. Pero al mirar a Xie Lian, al ver la resignación velada en esos ojos color ámbar, una motivación distinta comenzaba a bullir en su interior. No era solo el prestigio, ni el generoso incentivo económico que el Director Xie había insinuado. Era algo más personal, algo que tiraba de una cuerda sensible en su interior que creía tener bien resguardada.

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