Capítulo 5

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Avanzo lentamente, cruzo la terraza y entro de nuevo en el salón, donde ya se ha encerrado el penetrante olor del humo de cigarro. Siento varias miradas inquisitivas cerrarse sobre mí, como mandíbulas llenas de colmillos; seguramente Don Víctor ya ha esparcido la noticia sobre mi "exabrupto". Si lo sigue haciendo, mi madre se encargará de callarlo, ya sea por las buenas o por las malas. Preferiría que fuera a mí al que callaran.

Felicia aparece de pronto frente a mí, seguida por una chica imposiblemente alta y con un vestido indecentemente corto. De inmediato reconozco su rostro, pero no recuerdo su nombre: ¿Ana? ¿Melissa?

―Annalisa, querida ―dice de pronto mi madre, leyéndome la mirada―, permíteme presentarte a mi hijo Carlos.

―He oído mucho de ti, Carlitos ―dice Annalisa, con una voz chillante y casi pegajosa. Me muestra una sonrisa demasiado blanca para ser natural, enmarcada de labial rojo.

―Oh, sí, igual yo ―contesto torpemente, sacudiendo su mano e ignorando el beso que busca su mejilla. Intento concentrarme y recordar, sin éxito, si es cantante o modelo o actriz―. ¿Qué tal la fiesta?

―Súper divertida ―dice ella, lanzando su rizado cabello hacia atrás con ambas manos. Alcanzo a distinguir un tatuaje del símbolo de infinito en su muñeca izquierda, y apenas logro reprimir las ganas de poner los ojos en blanco―. Ya me habían contado que tu mami hace las mejores fiestas por aquí. ¡Casi siento que estoy en el D.F. otra vez!

De nuevo reprimo las ganas de hacer algún gesto indecoroso. El Distrito Federal es, básicamente, el centro de la podredumbre e inmundicia que ha infectado a este país. Es como la herida de la que surge la gangrena, y Annalisa es el vivo ejemplo de ello.

Felicia nota mi cara de desagrado y me reprende con la mirada, para después esbozar una de sus perfectas sonrisas falsas.

―Bueno, pues yo puedo decirte que las fiestas del ex-gobernador son mil veces mejores, eh ―interviene mi madre, arreglándose el peinado―. ¿Por qué no van para allá cuando esto termine? Ya no falta mucho y los invitados están por irse, pero ustedes son jóvenes y seguramente quieren seguir la fiesta, ¿verdad?

―La verdad es que estoy algo cansado... ―empiezo a decir, pero Annalisa me interrumpe.

―¡Sí! Estaría padrísimo ―canturrea, dando de saltitos sobre sus tacones de aguja. Me impresiona cómo lo hace―. ¿Vamos, sí? Así podemos conocernos mejor.

Annalisa sonríe de nuevo y se pavonea hacia adelante, haciendo que su pronunciado escote se vuelva aún más evidente. Me guiña uno de sus ojos dorados y luego suelta una risita, que más bien se asemeja al ruido que hacen las guacamayas.

Felicia la imita y yo también, aunque forzadamente. Mis oportunidades de escapar se reducen a cero, cuando mi madre de pronto se aleja e improvisa un brindis para agradecer a todos su presencia. Como obedientes ovejas siendo pastoreadas, todos los invitados comienzan a bajar sus vasos y dirigirse hacia la salida. Annalisa me toma de la mano y me lleva consigo, hablando sobre cosas que no tiene sentido contar.

Tomás me entrega un abrigo negro y se despide con una mirada de cansancio. Ya no es el joven mozo que alguna vez fue, y en sus profundos ojos se refleja el desgaste de vivir siempre agachando, obedeciendo.

Salgo a la fría noche con Annalisa aferrada a mi brazo, sonriendo a los fotógrafos de las revistas de sociales que ya se encuentran ahí, puntuales para hacer su trabajo. Recuerdo las instrucciones de mi madre y hago caso omiso, apresurando el paso hasta llegar a la camioneta. Mi "acompañante" intenta retrasarnos, porque obviamente sus instrucciones son que nos tomen la mayor cantidad de fotos posibles, pero aún así no me suelta y sube conmigo al vehículo.

Una vez dentro, resguardados por los vidrios polarizados y a prueba de ruido, me suelta y saca su celular. Posa para una rápida foto que ella misma se toma y comienza a teclear frenéticamente, a una velocidad inigualable. Tras unos segundos, deja el teléfono boca abajo sobre su regazo, pero éste no deja de vibrar. La camioneta se pone en marcha, y sólo entonces dejo de ver los flashazos de las cámaras al otro lado de la ventanilla.

―Parece que no te gustan mucho las fotos, ¿verdad? ―me dice Annalisa de pronto, girando su cuerpo hacia mí de una forma que quizás algunos encontrarían seductora.

―Mira... ―contesto, intentando encontrar las palabras adecuadas mientras presiono el puente de mi nariz con los dedos―. Yo sé lo que está pasando, de verdad, y no hay necesidad de seguir actuando. Sé perfectamente que ambos estamos aquí por órdenes de alguien más, así que simplemente acabemos con esto y ya, ¿vale?

Annalisa borra la sonrisa de sus labios por primera vez y me mira contrariada. Seguramente soy todo lo opuesto a lo que ella esperaba, aunque en realidad no puedo saber a ciencia cierta qué es lo que ella esperaba. ¿Un semental, dominante y rudo, que comenzara a acariciarla por debajo de la falda? ¿Un hombre sensible y romántico que improvisara poemas para intentar seducirla? Probablemente no esté acostumbrada a que ningún hombre se resista a sus "encantos"; quizás hasta piense que me está haciendo un favor.

―Bien ―responde después de un momento, con indiferencia―. Si así es como quieres que sea, así será. Pero esto va para largo, Carlitos ―saca un pequeño espejo de su bolso y comienza a retocarse el labial―. No lo hagas más difícil para ti, ¿vale?

Siento un escalofrío al notar lo fría que se ha tornado su voz, antes chillante y melosa. Me recuerda a mi madre, y ese simple hecho es suficiente para hacer que se me revuelva el estómago.

―Oh, ah...

―¿Qué pasa? ―pregunta, mirándome de reojo―. ¿No soy la completa estúpida que esperabas que fuera? Seguro ni siquiera sabes quién soy.

Annalisa toma su celular una vez más, el cual no ha dejado de vibrar desde que lo usó por última vez, y comienza a teclear de nuevo.

―Bueno, sí he escuchado de ti ―digo, aún sintiéndome desorientado―. Es sólo que estoy teniendo problemas para recordar tu, ehm, currículum.

Ella ríe socarronamente y niega con la cabeza.

―Ay, lo que son las cosas... ―murmura, sin despegar la vista de su teléfono―. Soy Annalisa, cantante, actriz, modelo y fashionista. He hecho catorce telenovelas desde que tengo catorce años, y siete películas, una de las cuales fue un exitazo en Estados Unidos. He salido en la portada de Vogue México más veces que nadie más, y también fui el rostro de Carolina Herrera durante una campaña de perfumes hace un par de años.

Intento contener la risa ante aquel dramático despliegue de egocentrismo, y para mi suerte lo consigo. Me limito a silbar y arquear las cejas.

―Impresionante. ¿Lo habías memorizado por temor a que no lo supiera, o simplemente para sorprenderme?

Annalisa suelta un bufido y guarda el celular en su bolso, del cual saca, en su lugar, una diminuta charola plateada y un delgado tubo metálico. De inmediato reconozco lo que es y me estremezco sobre el asiento.

Ella sujeta sobre una mano la charola y con la otra, lentamente, comienza a verter la cocaína que cae del tubo, formando una perfecta línea. Luego saca de su escote un billete de doscientos pesos, completamente descolorido, y lo enrolla con maestría. Acto seguido, toma con delicadeza la charola y la coloca frente a su rostro. Con el billete inhala el polvo blanco y alza violentamente la cabeza, sorbiendo con la nariz y frotándosela con fuerza. Tras unos instantes de lo que parece ser una agonía insoportable, Annalisa recupera su semblante y me extiende la charola.

―¿Quieres? ―pregunta, buscando con la otra mano el tubo metálico dentro de su bolso.

―No ―respondo, mirándola con desagrado y sacudiendo la cabeza hacia los lados, frenéticamente. Ella me observa fijamente, primero confundida y, después, con diversión.

―Es broma, ¿verdad? No me digas que... ―una genuina risotada la toma por sorpresa y le impide seguir hablando―. ¿Es en serio? ¿O prefieres cosas más fuertes?

Yo simplemente niego con la cabeza una vez más y clavo la vista en la ventana, intentando ignorar sus burlonas carcajadas. Ya estamos entrando al inmenso fraccionamiento, que más bien parece un bosque, donde será la fiesta del ex-gobernador.

El acto final de la noche. El último tramo.

No sé si pueda lograrlo.

Nido de víborasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora