Angela Martínez, adoptada en Argentina y criada en Colombia, siempre ha sentido que su origen está envuelto de misterio. Al regresar a Argentina con su familia, se enfrenta a secretos ocultos que cambiarán su vida para siempre.
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Esperé pacientemente a que todos terminaran de arreglarse antes de usar el baño que compartían los chicos para poder bañarme. Desde el momento en que entré, me sentí muy incómoda. No lograba entender cómo para ellos era tan normal turnarse y compartir ese espacio sin problema alguno. Mientras me duchaba, la ansiedad me invadía al pensar que alguno de ellos podría entrar por accidente. Aunque sabía que no se vería nada, la sola idea me ponía nerviosa. Por eso, me apresuré lo más que pude, haciendo de esa ducha la más rápida de mi vida.
Al salir, me envolví en una bata de baño que Jazmín me había prestado y caminé rápidamente hasta el cuarto de las chicas. Por suerte, no había nadie allí, así que aproveché el momento para cambiarme rápido y ponerme el uniforme. Una vez lista, volví al baño para peinarme y acomodar mi cabello. Terminé colocando la diadema que siempre usaba, esa que me daba un aire más ordenado y que ya se había convertido en mi sello personal.
Salí del baño a toda prisa, ya que había esperado demasiado tiempo para arreglarme y ahora estaba llegando tarde. Tomé mi maleta y corrí hacia el colegio, agradeciendo que estuviera tan cerca. Cuando llegué al salón, me alivió ver que el profesor aún no había llegado, pero mi suerte no duró mucho: el único asiento libre estaba al lado de Simón, que tenía una cara de pocos amigos.
Suspiré con resignación y me acerqué. Me senté junto a él. Él me sonrió como saludo y yo le devolví la sonrisa, algo incómoda.
Durante la clase, no podía evitar mirarlo de vez en cuando. Se le notaba distraído y algo triste. Lo entendía perfectamente; debe ser muy difícil darse cuenta de que la chica que te gusta está fuera de tu alcance porque es la ex de tu mejor amigo. Y más aún, saber que ese mejor amigo está molesto contigo por un malentendido.
Sentí pena por él, así que, sin pensarlo mucho, le tomé la mano y la acaricié suavemente con el pulgar. Él me miró, y le sonreí con comprensión. Me devolvió una sonrisa leve, agradeciéndome en silencio por el apoyo.
Quería estar allí para él, y aunque ayer había decidido alejarme para tratar de superar lo que sentía, no podía hacer eso en este momento. Él necesitaba apoyo, y si yo podía dárselo, lo haría sin pensarlo dos veces. Tal vez sería más difícil para mí olvidarlo, pero en ese instante, no me importaba nada más que estar a su lado, ahorita que es cuando más lo necesitaba.
Después de clase, nos dirigimos de vuelta al Hogar Mágico, ya que teníamos taller de baile, lo cual me emocionaba mucho. Llegamos y nos dividieron en equipos. Para mi buena suerte, mis compañeros de equipo eran los chicos: Mar, Tacho, Jaz, Luca, Samuel, Rama y Simón. Nosotros conformábamos el equipo naranja, mientras que Melody, Thiago, Tefi, Jero, Nacho, Valeria y Julián formaban el equipo verde.
El equipo verde había empezado con una canción de Jazz. Para ser honesta las únicas que bailaban bien eran Tefi y Melody.
—Horrible —Comento el profesor cuando termino la presentación. No pude evitar reírme. Se giro hacia Tefi y Melody.—Ustedes dos estuvieron divinas.— Ellas dos celebraron emocionadas. —Pero ustedes chicos, dan pena.