Día #10: "Mi nombre era Ty"

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Ese calor tan antinatural no tardó en entumecerle la nariz y las cuerdas vocales. Hizo una leve mueca de molestia por el ardor, pero la agradable sensación del destilado etílico recorriéndole las venas no tardó en instalarse entre sus demás emociones.

—¿Quién eres, Ty?—preguntó la muerte.

—No soy nadie—respondió él, no muy seguro de a quien le dirigía las palabras.

—¿Para qué existes, Ty?

—Para nada—volvió a responder.

—Te amo, Ty—la muerte lo dijo con malicia.

A Ty pareció agradarle.

Irónico. Una muerte que ama a su víctima. Un ser que recolecta las almas más desafortunadas en sus últimos momentos. Una entidad que no podría separarse de su trabajo por más que quisiera, porque está destinada a darle fin a los días de mortal de cada ser viviente.

—Ámame.

Y la muerte sintió el deseo de abrazarle. De consumirle desde adentro hacia afuera. De destrozarle cada nervio, fibra por fibra, célula por célula, átomo por átomo.

—Ve y termina el fruto de tu locura, Ty—le ordenó aquel ser de esqueléticos rasgos.

Él no lo pensó y su cuerpo se movió por inercia hasta la sala en donde aquél fino polvillo lo esperaba impaciente sobre la formica para ser inhalado. Ty se acurrucó frente al alucinógeno e inclino su cabeza hacia adelante, posando su nariz cerca de la blanquecina sustancia. No pensó demasiado. Últimamente no lo hacía, porque... ¿Podía arrepentirse? ¿Tenía miedo de echarse atrás y ver cuánto había arruinado su vida? ¿Temía encontrarse con más demonios de los que podía manejar?

—Me siento solo—susurró, más para sí mismo que para alguien en particular.

No había nadie que lo escuchara, Jamás había habido alguien. Ninguna persona tangible a quien poder pedirle un abrazo, ningún ser cálido en quien poder enjugar su llanto.

Abrazarse así mismo le había bastado toda su vida. Ahora ya no era suficiente.

El ser humano en su autodestrucción tiende a abandonarse así mismo. Ty no era la excepción.

Cerró sus ojos y se dejó llevar por el frenesí de las voces que le susurraban al oído que inspirara hondo.

El picor en su nariz no tardó en aparecer nuevamente, ese dolor tan embriagante en sus cornetes nasales comenzó a disolverle las ideas y poco a poco se vio sumergido nuevamente en ese mundo de pensamientos solubles en donde la felicidad sintética flota en el aire, en donde los ojos se deleitan entre pupilas dilatadas de falsas almas que flotan alimentadas por alucinaciones. Si, ese mundo en el que las cacofonías inundan los oídos para hacerte creer que en esa dimensión estarás a salvo y sobrevivirás a cualquier cosa.

Esa es la peor mentira de todas. Ni siquiera en el mundo real sobrevives a tu propia locura.

—Ven conmigo Ty—la muerte habló claro e incitadora.

—¿A dónde?

—A mi cielo.

—¿Qué cielo?

—Tu infierno.

Los ojos le escocieron a Ty, y entre un llanto que ahogaba y que demacraba su rostro, asintió.

—Es mi infierno—susurró él.

—Te lo mereces, Ty—respondió la muerte—. Aquí eres un estorbo. Es tiempo de regresar a casa.

Y Ty asintió. ¿Qué tenía que perder? Nada, a nadie, pero ni tan siquiera él mismo tendría la lastima de extrañarse cuando ya no estuviese más en ese mundo tan carnal.

Valium (Un ensayo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora