Monday: Grace. (II)

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Antes de empezar, quiero decirles el apellido de Grace (Lancaster) será cambiado por Leeson, ya que si no sería plagio de Bajo La Misma Estrella.

Becca estaba frente a mí, esta era mi segunda sesión de terapia. Sus ojos oscuros me observaban con profundidad mientras yo jugaba con mis pálidas manos sobre mi regazo.

—En la sesión anterior no me dijiste quienes eran ellos. —Me recuerda.

Una corriente eléctrica recorre mi espalda al recordar a esos hombres de fríos ojos negros.

—Cuando mi madre era joven, le gustaban los chicos malos. Mi padre biológico era un drogadicto adicto al juego. Un día gastó todo en el casino y nos dejó sin dinero. Le pidió un préstamo a sus proveedores de drogas.—expliqué.—Pidió demasiado dinero y no lo podíamos pagar.

—¿Esa es la razón por la cual tu madre te prostituyó? —Becca no me miraba horrorizada como esperaba.

—Más o menos...—Mi voz sonaba monótona, como si no fuera la mía.

Los recuerdos de esa noche tormentosa se amontonaron en mi mente.

(...)

13 de Diciembre de 1995.

Era un día de tormenta en Dublín, los truenos resonaban contra las paredes y el viento azotaba las viejas ventanas de la casa de los Leeson.

Una pequeña niña pelirroja de sólo nueve años cubre sus oídos y esconde su cabeza entre sus rodillas. Desea que su padre la abrace para que el miedo que siente entre las costillas se esfume.

Pero sabe bien que eso no pasará.

Papá está muy ocupado peleando con mamá. 

Su habitación está sumida en la penumbra, pero Grace no le teme a la oscuridad, aunque si a la soledad.

Ella está sola.

El ruido de un cristal roto se escucha desde la cocina. La pelea entre sus padres ha llegado demasiado lejos esta vez.

Las lágrimas no tardan en salir de sus ojos verdes. Baja de la cama y abre la puerta cuidadosamente para no hacer ruido.

La puerta de la cocina está cerrada, pero la cerradura es lo suficientemente grande como para poder ver.

—¡Gracias a ti y a tu adicción por las drogas y el casino no hemos quedado sin nada! —grita Phoebe frustrada.—¡Tú madre tenía razón, Kellen! Eres un jodido drogadicto y alcohólico que no merece vivir.

Kellen termina de beber la pequeña botella de whisky para luego estrellarla contra la pared nuevamente.

—¡Yo era lo que tú querías cuando teníamos dieciséis! Tú misma lo dijiste, Phoebe.—le recuerda con una risa de borracho.—"Me gustan los ojos tristes, los chicos malos con una boca llena de mentiras".

La mujer se masajea la sien cansada, queriendo cambiar su pasado.

—Era sólo una adolescente con fantasías, Kell.—dice.—Ahora tenemos veintiocho, vivimos juntos y tenemos una hija. ¡Tenes la cabeza llena de droga!

Los brillantes ojos azules de su padre parecían un mar desbordando. La miró con la peor mirada que se le puede dar a alguien. Él se acercó lentamente hacia Phoebe, le acarició la mejilla y susurró un vacío "perdón".

Después, levantó su mano y la estampó contra su mejilla.

Grace quien miraba todo desde la puerta, se llevó sus manos a la boca al verlo. Su padre, quien ella tenía como un hombre ejemplar, como el príncipe azul de su mamá, terminó siendo la bestia.

No pudo mirar más, corrió su habitación dando un portazo, luego apoyó su espalda contra la puerta fría y lloró.

Cuatro gritos y el portazo de la puerta principal retumbaron en toda la casa.

Luego de unos minutos alguien tocó la puerta de su habitación.

—Grace, por favor abre la puerta.—dijo su madre con la voz entrecortada.

La pequeña pelirroja abrió la puerta con el temor atorado en la garganta, y el alma se le cayó a los pies cuando vio a la mujer que le dio la vida con lágrimas en los ojos y su pálida mejilla morada.

—¿Y papá? —preguntó con la voz temblorosa.

—Se ha ido.

—¿Volverá?

—No lo creo, pequeña.

Escuchó a su propio corazón romperse y hacerse pedazos a sus pies. Su castillo de cristal se había derrumbado y roto. El dolor que le había causado Kellen había sido casi sobrehumano.

Los padres también rompen corazones.

(...)

Sentía mis ojos arder al terminar de contar todo eso. Los espantosos recuerdos de mi infancia eran demasiado dolorosos.

—Luego de eso, no lo volví a ver. Creo que lo que más duele es que nunca me haya dicho adiós.

—Sigo sin comprender. ¿Quienes son ellos? —preguntó Becca.

—Cuando se fue, los proveedores siguieron frecuentando en casa. Mi madre les explicó que se había ido pero ellos no le creían y llegaron al punto de apuntarle con un revolver a la cabeza.—dije.—Ese día se sentaron y llegaron a un acuerdo.

Un silencio sepulcral reinó en el pequeño cuarto. Dolía tanto pronunciar esas palabras.

—¿A qué acuerdo llegaron? —dijo para darme un empujón.

Suspiré y luego dije;

—Me prostituirían, y todas las ganancias irían para ellos.—Sentía el dolor oprimiéndome el pecho.

Los ojos negros de Becca rebosaban de indiferencia, pero de alguna manera sé que por dentro sentía una compasión enorme por mí.

—¿Y por qué no te dejan irte? Ya tienes diecinueve años.

—La deuda era de casi medio millón de libras, pero ellos se conforman con que trabaje de esto hasta los treinta y cinco.

—Si todos los ingresos son para ellos, ¿tenes otro trabajo? —preguntó.

—Sí, hice un curso de computación hace unos años. Trabajo en una empresa de baja calidad, pero puedo llegar a fin de mes.

Miré el gran reloj de pared y ya eran las ocho en punto, hora de irse. Casi inmediatamente, la extraña alarma que aún no distingo de donde viene sonó.

—Esta sesión ha terminado.

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Luego de tanto tiempo, por fin actualicé. 

Les quiero dar mil gracias por todo su apoyo, los votos y los comentarios. ¡Me sirven demasiado para seguir!

IMPORTANTE: Voy a participar de los premios Wattys 2015, tengo fe en esta historia, así que por favor voten y comenten. 

Los amo.

X.

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