Xie Lian tenía muchas esperanzas y metas en su vida, quería disfrutar de ella lo más que pudiese. Pero luego de dos años confinado en una cama de hospital, esos sueños y esperanzas se ven truncados... Esto hasta que el nuevo doctor asignado a su cas...
Pero solo era eso, un feliz sueño, porque ni siquiera había podido terminar una de sus dos carreras. Incluso, si no fuera por la enfermedad que lo mantenía postrado, no podía haber cumplido ese maravilloso sueño. Su padre le heredaría el hospital luego de graduarse, y ni siquiera podía mantener vivas por un mes las plantas de su departamento. Tal vez si no fuera sido tan terco en decir que estaba bien la primera vez...
Sentía que era su culpa estar en el estado en el que estaba, sentía que si fuera ido al médico la primera vez que se sintió mal y no simplemente porfiarse con que era pasajero o por culpa del estrés. Sabía lo culpable que se sentían sus amigos, sabía que ellos se culpaban por no darse cuenta, pero realmente es culpa suya por ni siquiera saber cuidarse a sí mismo.
Y así quería irse a vivir en solo en el campo...
El sol empezaba a asomar sus primeros rayos de luz, empezaba a escuchar ruidos detrás de la puerta que daba con el pasillo, nuevamente se había quedado toda la noche sin dormir.
Xie Lian cerro sus ojos y suspiro, tratando de mínimamente poder dormir un poco antes de que le vinieran a suministrar sus medicamentos matutinos.
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— ¿En serio eres tan ciego como para no darte cuenta que le gustas a esa chica? — Parecía que una vena le saltaba de la frente a Mu Qing al escuchar lo que le estaba contando Feng Xin mientras caminaban por un pasillo del hospital, rumbo a la habitación de Xie Lian.
— ¡¿Cómo se supone que iba a adivinar que le gusto a Lan Chang si lo único que hace siempre es mirarme desde lejos sin decir nada, idiota?!
El pelinegro estaba a punto de responderle de mal humor, pero de repente se queda callado con una expresión extraña y mirando hacia una esquina donde habían algunas enfermeras y doctores. Feng Xin, extrañado por el repentino silencio de Mu Qing, siguió su mirada. Vio a un grupo de personal médico charlando, pero no entendió qué había captado la atención de Mu Qing hasta que las voces se hicieron un poco más claras al pasar junto a ellos.
— ...sinceramente, no creo que haya mucho que hacer por él a estas alturas — decía un doctor mayor con un suspiro. — Lleva dos años así, hemos probado de todo. Traer a 'ese' jovencito es un desperdicio de recursos, si nosotros con toda nuestra experiencia no hemos podido, ¿qué va a lograr él? Seguramente solo le meterá más medicación al pobre chico sin ningún resultado real.
Feng Xin sintió que la sangre le hervía. ¿Cómo se atrevía a hablar así de Xie Lian? ¿Como si ya estuviera desahuciado? Estaba a punto de dar un paso hacia el grupo para poner a ese doctor en su sitio, pero una mano firme lo agarró del brazo. Miró a Mu Qing, quien lo detenía con una mirada seria y un ligero apretón.
Una enfermera, con las mejillas ligeramente sonrojadas, respondió al doctor: — Pero uno nunca sabe, doctor. Los jóvenes a veces tienen un punto de vista diferente e innovador. Tal vez él sí descubra algo...— Murmurando a lo último casi inaudiblemente y más para sí misma — ...además, traerá unas muy buenas vistas al hospital aunque sea por unos días.
Feng Xin y Mu Qing se quedaron inmóviles, escuchando cada palabra. La rabia de Feng Xin era palpable, quería gritarles, decirles que Xie Lian no era un caso perdido, que no se atrevieran a hablar de él con tanta indiferencia.
— ¡Suéltame, Mu Qing! ¿Escuchaste cómo habló de Xie Lian? ¡Voy a...
— No seas imprudente, idiota — interrumpió Mu Qing en voz baja, sin soltarlo. Aunque su tono era el de siempre, había una tensión en su mandíbula y una oscuridad en sus ojos que Feng Xin rara vez veía. A Mu Qing, por más que le gustara esconder lo mucho que se preocupa por su amigo, también le dolía escuchar esa conversación, la cruda realidad de la situación de Xie Lian expuesta con tanta frialdad.
— ¿Imprudente? ¡¿Y tú qué?! — reclamó Feng Xin, liberándose del agarre con un tirón brusco — ¿Te quedas ahí parado como si nada? ¿Tú también crees que no hay remedio para él? ¡Últimamente solo te quedas en una esquina de la habitación mirándolo con esa cara de gato muerto, siendo totalmente indiferente! ¡Seguro ya lo ves como una molestia, como con todo el mundo! — La acusación salió con más fuerza de la que pretendía, impulsada por la frustración y el miedo.
Mu Qing se alteró visiblemente ante esas palabras. Su rostro, usualmente frío, mostró una mezcla de dolor y furia contenida.
— ¡Cállate, Feng Xin! ¡Tú eres un completo estúpido que no puede ver más allá de la superficie de las personas! Siempre pensando lo peor de las personas... ¡Ni siquiera te das cuenta de cuánto lastimas a Xie Lian con tus comentarios! — gritó mientras lo apuntaba con el dedo a modo de reproche — ¿Acaso no ves cómo su mirada pierde brillo cada vez que le hablas de los combates de esgrima en la universidad, o cuando dices 'si estuvieras bien, los hubieras ganado'? ¡Haces que el pobre se sienta aún más deprimido por estar en esta situación!
— ¡Al menos yo intento animarlo y no estoy ahí parado como una puta estatua!
— ¿Animarlo? — su voz sonaba exasperada, como si ni siquiera pudiera creer lo que Feng Xin le estaba diciendo — ¡Lo que haces es recordarle constantemente lo que ha perdido! ¡Lo que no puede hacer!
Sus voces subiendo de tono en el silencioso pasillo del hospital, atrajeron las miradas de todos los que pasaban por ahí y observaban con incomodidad.
— ¡Silencio, por favor! — les llamó la atención una enfermera desde el mostrador, con una expresión de reproche — Están en un hospital, no en un campo de batalla. Salgan del hospital si quieren pelear.
Ambos se callaron de golpe, la adrenalina aún corriendo por sus venas. Se miraron por un instante, la tensión palpable, antes de desviar la mirada hacia lados opuestos. Sin decir otra palabra, caminaron en silencio y sin mirarse el uno al otro por el resto del pasillo hasta llegar a la habitación de Xie Lian.
Abrieron la puerta y entraron. Xie Lian estaba sentado en la cama, con una manta sobre las piernas, leyendo un libro. Levantó la vista y les dedicó una de sus típicas sonrisas cálidas.
— ¡Feng Xin, Mu Qing! Llegaron... — dijo con voz suave. Al instante, su sonrisa se atenuó ligeramente al notar la atmósfera cargada entre ellos. Suspiró casi imperceptiblemente, ya acostumbrado a sus constantes peleas.
— Parece que se pelearon de nuevo... — comentó con un tono resignado pero sin reproche. Luego, como si nada hubiera pasado, intentó cambiar de tema, con esa resiliencia que siempre lo caracterizaba.
— Escuché a las enfermeras hablar... dicen que van a traer a un nuevo doctor para que me vea. Dicen que se llama Hua Cheng.