Capítulo 21

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Cuando desperté, Alexander seguía en la cama conmigo. Le escuché hablar por teléfono:

- Claro. Como siempre... Está bien. Aún duerme - decía, mientras permanecí quieta dándole la espalda -. No. Sé lo que hago.

Colgó, dejó el móvil en la mesita de noche y volvió a tumbarse, acercándose a mí. No me lo podía creer... Seguí quieta para ver qué hacía, pero no se movió. Siguió tumbado como si me estuviese custodiando sin molestar. Una sensación extraña. Agradable e incómoda al mismo tiempo. Eso fue lo que me hizo girar lentamente para mirarle, desperezándome y apartándome el pelo de la cara. Sus ojos verdes me miraban serenos y despejados, como si no hubiese dormido.

- Buenos días. - dijo.

- ¿Qué hora es?

- Apenas las nueve.

- Es temprano...

- ¿Quieres dormir más?

- No me apetece levantarme...

- ¿Acaso has dormido mal?

- No. ¿Tú?

- No he dormido. - "¡Lo sabía!", pensé.

- ¿Me has estado observando...? - de pronto, sentí que me moría de la vergüenza.

- Y sujetando. Tienes una mente activa durante la noche.

- ¿Te he hecho algo? - pregunté, más avergonzada todavía. En cierta ocasión me dijeron que pegaba más patadas que un futbolista.

- Llamabas a tu madre - respondió -. Y gritabas.

- Eso es porque llevo varios días sin hablar con ella. ¡De esta tarde no pasa! - dije, pensando en que era la única lógica que podía explicar mi comportamiento inconsciente. Pero me asaltó una duda: - Entonces, ¿por qué me sujetabas?

- Porque te agitabas y soltabas manotazos al aire. Te defendías de alguien.

- Te diría de quién, pero no lo recuerdo.

- ¿Siempre has tenido pesadillas?

- No. O al menos no tan intensas ni tan frecuentes. Llevaba una temporada bastante buena, después de las sesiones y el tratamiento que tuve hace un par de años. Pero... Han vuelto. - sonreí tristemente.

- ¿Y no sería mejor que no te lo callases? ¿Qué me lo contases?

- Nada de vínculos, ¿recuerdas? - respondí, para que dejase de hablar del tema.

- Cierto - dijo, al tiempo que su mirada se endurecía, volviendo a la frialdad que le caracterizaba. Incluso, se apartó de mí lado - ¿Qué te apetece hacer hoy?

- La verdad... Nada.

- Esa no es opción. - contestó, meneando la cabeza de un lado a otro, negándose a lo que había dicho.

- ¿Entonces para qué me preguntas?

- Para saber tu opinión.

- ¿Y desde cuándo importa?

- A ver, Sonia. ¿Me quieres explicar a qué viene este repentino cambio de humor?

- Para cambios de humor los tuyos. Tan pronto quieres ir de colega conmigo, como me rechazas; o me dices que no confías en mí y que no puedes establecer vínculos, pero te metes en mi cama. ¿Qué es lo que quieres, Alexander?

Definitivamente, algo no iba bien. Sabía lo que me estaba pasando. El miedo empezaba a dominarme. Me ganaba la partida poco a poco. Me estaba preparando el caparazón para sobrellevar el golpe terrible que, presentía, llegaría esa noche. Buscaba a aislarme de todo, también de él. Pero sería imposible. No sólo por el apartamento diáfano, sino porque no se despegaría de mí ni un instante. Como había hecho siempre. Pero ese día, me molestaba su presencia, como en aquella mañana lluviosa en la que me metió en un coche rumbo al aeropuerto para empezar toda esta locura infinita, de la que no veía el final. Si fuese necesario, me quedaría en la cama todo el santo día a la espera de conocer los malditos resultados de los análisis de Ezequiel.

¿Dónde estás? (Secuestro)Where stories live. Discover now