Capítulo 2

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Me quedé escuchando el molesto y desesperante «pi-pi-pi... pi-pi-pi...» de la llamada finalizada, retumbando en mi oído con tanta fuerza que me levantaba dolor de cabeza. Sentí tanta rabia que me hubiese liado a tirar cosas al teléfono hasta destrozarlo, pero en lugar de eso, me levanté y fui corriendo al despacho de mi jefe.

Me golpeé la cadera con el pico de la mesa, algo doloroso y habitual, pero no me detuve. Salí de la centralita como alma que lleva el diablo por el pasillo de plaquetas azulonas hasta que llegué a mi destino. Al verme aparecer de esa manera, levantó la vista y me miró sorprendido.

—Necesito que me rescates la última llamada, por favor. —dije, antes de que pudiese preguntarme qué me pasaba.

—Claro, yo te la miro. Pero no estés de pie...

Así es mi jefe, amable y buena persona. Siento más afecto por él que por mi padre. Volvió a mirarme. Ni siquiera me había dado cuenta de seguía tiesa como una vela frente a su mesa o al menos todo lo que me permitían mis rodillas temblorosas. Me senté mientras abría el programa de control de llamadas en el ordenador, impaciente.

—¿Quieres para apuntar?

—Sí, por favor.

Me dio medio folio en blanco y un bolígrafo, que se me escurría entre los dedos.

—¿Te pasa algo? —preguntó

Me temblaba mucho el pulso y creo que se dio cuenta. Obviamente, iba a decirle que no y hacer como si nada, pero en ese momento, alguien irrumpió en el despacho sin llamar a la puerta.

Como era de esperar, mi jefe puso mala cara. No soporta las interrupciones, ni yo tampoco. Me di la vuelta, porque mi silla estaba de espaldas a la puerta, para ver de quién se trataba. Era el responsable de Informática y Telecomunicaciones, un imbécil. Conozco gente mil veces mejor preparada en la cola del paro esperando un puesto de trabajo como el suyo.

Ahí estaba, parado en la puerta sin mediar palabra y con un semblante un tanto extraño. Parecía preocupado.

—Perdonad la interrupción...

«¡Hombre! Haber empezado por ahí!», pensé.

—¿Quieres algo?— preguntó mi jefe.

—Hemos detectado que una de las llamadas que ha entrado en la centralita no ha seguido el canal habitual. —dijo.

Y se quedó tan ancho...

—Macho... Como no me lo expliques mejor, no me entero...

Así es mi jefe, llano y espontáneo.

—Esto es como robar un coche —comenzó a explicar—. Lo normal es meter la llave, girar y arrancar; pero si haces un puente, consigues lo mismo. Vamos, que nos han puenteado el servidor —se quedó callado y me miró—. La llamada ha entrado directamente a tu extensión.

¡Genial! Encima tenía yo la culpa de que su sistema informático, además de una basura, fuese poco seguro...

Me miraba desafiante mientras mi jefe observaba la pantalla del registro de llamadas, mis manos temblorosas y, por último, mi cara desencajada.

—¿Para qué quieres rescatar ese número? —preguntó.

Podía haberle dicho que cogí esa llamada y que recibí una amenaza por parte del interlocutor, y necesitaba coger el número para denunciarlo a la Policía; pero no podía mentir a mi jefe.

—¿Puedo ir a por mi móvil?

—¿Te importa que vaya yo? —preguntó el idiota de mi compañero, por llamarle de alguna manera...

¿Dónde estás? (Secuestro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora