Capítulo 9

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Los días pasaban sin tener noticias de Adrián, ni de quien fuera que lo tuviese. Ya no tenía ganas de hacer turismo, de hecho ni siquiera quería salir de la habitación por temor a encontrarme con Eric o que me ocurriese algo. Pasaba las horas muertas mirando lo que sucedía en el mundo a través de las redes sociales o escuchando música.

Las conversaciones con Alexander se reducían a posibles pistas que nunca llegaban o averiguaciones que no prosperaban; es más, ya había optado hasta por no preguntar. Me estaba consumiendo. Si hubiese sabido por dónde empezar a buscar, me hubiese largado.

Pude hablar con mi madre por Skype. La única buena noticia que tuve aquellos días era saber que estaba bien, bajo protección en un céntrico hotel de Madrid. Como una reina. Aunque me echaba de menos. Como yo a ella. No quise decirle nada de lo que me había pasado desde que pisé Barcelona, para que no se preocupase, pero algo se olía. Me conoce muy bien, tanto que sabe interpretar mi cara. Sabe cuando estoy bien, cuando estoy mal... Y cuando le estoy mintiendo.

—¿Has visto qué moderna me estoy volviendo? ¿Qué hasta hablamos por "wecam"?

—¡Sí, sí! ¡Ya lo veo! —no pude evitar reírme. "Wecam" sólo era comparable a "Facembur".

—¡Ay, hija! Me gusta que te rías, aunque sea de tu madre.

—No me río de ti, es que me ha hecho gracia cómo lo has dicho... ¿Has podido hablar con Yolanda?

—No. Pero están bien.

—Vale.

Pensé que no sería bueno para mí saber del sufrimiento de mis futuros suegros y me conformé con esa respuesta tan escueta. Total, de qué me iba a servir que me dijese que estaban destrozados porque no sabían nada de su hijo desaparecido. Estaba haciendo todo lo posible para dar con él, pero debía esperar a que el secuestrador contactase conmigo. Y ya me estaba cansando.

Me despedí de ella aguantando el tipo, pero sentía dolor. Era como si me arrancasen un pedazo de mí, sin saber si podría recuperarlo después. Quedaba esperar a la próxima charla por cam. Esperar. Qué asco de verbo.

No tuve tiempo de cerrar la tapa del ordenador cuando entró otra llamada por Skype. Bueno, realmente la imagen apareció de golpe. Era Adrián. Enloquecí al verle con la cara destrozada ante la pantalla. Alexander corrió al escuchar mis gritos desesperados ante el portátil, pero cuando llegó, la imagen ya se había ido.

Al tiempo que se apagaba la pantalla del Skype, mi móvil vibró. Recibí una notificación de Facebook, un mensaje privado, que decía:

«Salón del Manga. Esta tarde. »

De todos los lugares a los que podía haber ido, este no se me hubiese ocurrido jamás. Claro que, a Adrián le encantaban estas cosas. Tampoco era una idea tan descabellada.

Cogimos el coche en dirección a L'Hospitalet de Llobregat, a eso de las seis y media de la tarde, y nos plantamos en el pabellón donde se celebraba la edición del Salón del Manga de aquel año.

Aparcamos en una calle cercana, mientras me fijaba en la cantidad de cientos de personas, de todas las edades. La mayoría iban disfrazados de personajes de anime y videojuegos y se acercaban en masa a esperar la cola para entrar. Me iba a dar algo...

—No lo pienses tanto. Además, no es al primero que vienes.

—Sola, sí.

—Bueno, te estaré vigilando.

Que tu compañero te diga eso, puede llegar a tranquilizarte. Que te lo diga disfrazado de militar del Metal Gear Solid, suena a cachondeo. Se tomaba su trabajo tan en serio que, incluso, pretendía que me disfrazase de personaje de Sailor Moon. Como era de esperar, me negué. Bastante sofocón iba a pasar ya, como para ir disfrazada.

¿Dónde estás? (Secuestro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora