Capítulo XV

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Sus pies se movían más rápido de lo que lo habían hecho alguna vez. Salió del pueblo y se adentró en el bosque casi sin darse cuenta, con un solo pensamiento en la mente: encontrar a Adriano y explicarle. Temía que pudiera pensar que había preferido quedarse con Francis y Sebastián.

—¡Adriano! —gritó Casper—. ¡Adriano, por favor regresa!

A medida que se alejaba del pueblo, el bosque se volvía espeso y oscuro, las luces del festival cada vez quedaban más atrás.

—¡Déjame explicarte! ¡No quiero ir con Francis o Sebastián, deseo estar contigo!

Se internó más, con el único pensamiento en la mente de hablar con Adriano. Realmente sería horrible para él perderlo, pensar que su vida pudiera carecer de su presencia, lo llenó de una profunda angustia, deseaba seguir viéndolo, que lo riñera cada vez que hacía alguna tontería, que sonriera con disimulo cuando halagaba su comida. Quería continuar viendo su rostro sonrojado por el esfuerzo de trabajar en el huerto bajo el sol; escuchar las historias de su infancia con su abuela; maravillarse de su inocencia y anhelar llegar a ser alguna vez más que un amigo para él.

Porque en ese momento Casper se dio cuenta de que era feliz con la compañía de Adriano y que no solo deseaba cumplir sus fantasías lujuriosas.

También se dio cuenta de otra cosa, no sabía en qué parte del bosque estaba. De noche todo lucía diferente y cada árbol igual a los otros. Se detuvo y miró a su alrededor, pero en medio de esa oscuridad carente de luna era difícil orientarse.

—¡Adriano!

Escuchó un ruido de ramas al quebrarse, Casper giró en su dirección y estrechó los ojos. Le pareció ver el movimiento de las hojas de un arbusto.

—¿Adriano, eres tú? ¡Te juro que no sabía que ellos vendrían! —Casper caminaba en dirección al ruido—. Créeme, por favor, no hay nadie con quien quiera estar que no seas tú.

El follaje se agitó más fuerte, también el ruido de las ramas al quebrarse se tornó más nítido. Casper sonrió.

—Adriano.

Extendió los brazos para alcanzarlo, sin embargo, se quedó estático y luego retrocedió cuando dos grandes y peludas cabezas de ojos amarillos emergieron de entre las ramas. Un par de lobos se acercaban a él mostrándole los enormes colmillos.

—Ninguno de ustedes es Adriano, ¿verdad? —sollozó Casper temblando de miedo.

Los lobos rugieron y avanzaron en su dirección. Casper tragó y dio dos pasos atrás. Por el rabillo del ojo, vio como más de ellos salían de entre los árboles, lo rodeaban.

Sus pies tocaron un bulto: una rama gruesa. Rápidamente, se agachó y la agarró. Se irguió en el preciso momento en el que uno de los lobos saltaba sobre él. Con el tronco, Casper lo golpeó y el lobo cayó a un lado, sin embargo, casi de inmediato, otro lo atacó y un tercero también. Pronto, estuvo agitando el tronco en todas direcciones, golpeando a los enormes animales para quitárselos de encima, pero sabía que era cuestión de tiempo que la rama no fuera suficiente para defenderse.

Uno de los lobos mordió el extremo libre de su arma improvisada, Casper luchaba para que la soltara, pero era inútil. Otro lobo saltó sobre él. El fin había llegado, la muerte le sonreía y tenía enormes fauces llena de dientes filosos.

Muy rápido, algo grande emergió de la oscuridad, un rugido terrible reverberó en el bosque y un manotazo aventó al lobo contra un gran abedul. El animal quedó desmayado entre las ramas y las hojas caídas.

Los lobos se detuvieron para apreciar al recién llegado, Casper también lo hizo. Era Adriano, aunque un poco diferente. Lucía más grande, con orejas puntiagudas similares a las de los lobos que los atacaban. Pero lo más sorprendente y aterrador eran sus manos. Tenía enormes dedos con nudillos voluminosos y uñas como garras.

Casper y un lobo no tan feroz (Boyslove)Where stories live. Discover now