Capítulo VI

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Casper entró en la pequeña vivienda flanqueado por Yuyis, que movía las alas sin parar y parecía emocionada de mostrarle la casa.

—Puedes sentarte. —Adriano señaló una mesa redonda de madera rústica en el centro de la estancia y dos sillas un poco destartaladas—. Iré por el agua.

Mientras se sentaba, miraba a su alrededor. Los escasos muebles eran viejos, muchos lucían remiendos, como el estrecho librero que se apoyaba en la pared de piedra y que tenía algunas partes de otro tipo de madera. También los libros que contenía, cuyas portadas estaban deslucidas. En el centro de la mesa, una lámpara de aceite de otra época chisporroteaba. Al fondo de la estancia, se encontraba un estante con implementos de cocina. Del fogón pendía una olla humeante con un agradable y apetitoso aroma. Más allá, una cama de hierro de dos plazas lucía una colcha de florecitas azules. Junto a esta había un arcón, Casper intuyó que era allí donde Adriano guardaba su ropa. Y al lado de la cama, una mesita de noche con un peine y nada más. Ese era todo el mobiliario de la pequeña casa.

Aquella vivienda no debía ser más grande que su cuarto en Villa Hermosa. La curiosidad lo asaltó. Si Adriano no era un hada, ¿por qué vivía solo, apartado, en medio de un bosque del cual se contaban leyendas de monstruos?

Su anfitrión se movía en el área del fogón, removía la olla y el delicioso aroma se acentuaba. A Casper le sonaron las tripas, olía muy bien.

—Lo que sea que estés cocinando debe estar exquisito —dijo—. Tengo mucha hambre.

—En ese caso, será mejor que regreses pronto a tu casa —respondió Adriano, que volvía con el vaso con agua.

Casper tomó el vaso y lo miró de una forma lastimera.

—¡Oh! Vivo lejos, esperaba que pudieras invitarme.

La Yuyis empezó a cacarear y a picotearle los zapatos a Adriano. Casper la miró agradecido. La levantó, la abrazó junto a su cara y acentuó la mirada de ruego, añadiendo, además, un puchero para mayor poder de convencimiento.

—Ella también quiere que me quede —suplicó.

Adriano bufó, negó un par de veces y se giró de nuevo hacia el fogón.

Casper le dio un beso en el cogote a la gallina.

—Le pediré a mi abuela del maíz con el que alimenta a sus gallinas y te traeré mañana, cuando regresé —le susurró de forma confidencial.

—¿Estás seguro de que no prefieres irte? —preguntó Adriano desde el fondo de la casa—. Todavía falta para que esté lista la comida.

—No —respondió Casper levantándose para curiosear la vivienda—. No tengo nada que hacer en casa de mi abuela.

—¿Tu abuela? —preguntó Adriano mientras cortaba cebollas ¿Vives con ella?

—Estoy de visita, en realidad. Hacía mucho que no la veía.

Casper caminaba hacia el lugar donde se encontraba la cama, le había llamado la atención algo en la cabecera. Al acercarse se dio cuenta de lo que era. Un par de gruesas cadenas pendían de los barrotes de hierro y de cada una colgaba un grueso candado. El hallazgo lo sorprendió.

«¿Por qué tendrá esas cadenas?» Se preguntó. «Un amante secreto, ¿tal vez?»

Se asomó y volvió a observar a Adriano, que tenía la cara rubicunda debido al vapor. Gracias a su amplia experiencia amatoria sabía qué había quienes se las daban de santurrones y resultaban ser demonios candentes, pero era eso, «se las daban». Fingían ser lo que no eran. ¿Sería ese el caso de Adriano?

Casper y un lobo no tan feroz (Boyslove)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant