Capitulo XIII

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Observó una vez más, con algo muy parecido al pánico, el atuendo sobre la cama. Era absurdo lo que le pasaba, lo sabía, pero aunque lo racionalizara y se dijera a sí mismo que era solo una salida al pueblo, no sé calmaba.

Y es que Adriano nunca había ido al pueblo con alguien que no fuera su difunta abuela, mucho menos a «pasear» como le dijo Casper. Siempre que iba era para algún quehacer. Jamás se detuvo más de la cuenta, ni habló con nadie ninguna cosa que no fuera necesaria. La vida fuera de su pequeña casa no era para él. Así que no tenía sentido interesarse en personas o lugares, por eso no entendía que esa salida lo pusiera tan nervioso, o que la ropa sobre el colchón lo intimidara tanto.

Era un juego completo de levita, chaleco, camisa y pantalón. Lo había encontrado en el fondo del baúl de su ropa luego de sacar las escasas prendas que poseía, buscando algo adecuado qué ponerse.

No eran suyas las elegantes prendas, al menos él no las había comprado. Concluyó que tal vez habían pertenecido a su padre. La levita de botonadura simple estaba confeccionada en brocado negro y tenía los puños y las solapas de terciopelo del mismo color. El chaleco también era de brocado; los pantalones, de lana oscura y la camisa blanca, de lino. Incluso encontró un pañuelo de seda que, imaginaba, iba en el cuello a modo de corbata. Adriano suspiró, nervioso. Jamás usó algo como ese atuendo. Su ropa diaria se limitaba a unos viejos pantalones de paño marrón y una desgastada camisa de lino que alguna vez fue blanca.

Agradeció a la providencia que ese traje estuviera en su viejo arcón, de otra forma tendría que ir a su salida con Casper como un pordiosero. Pero, por otro lado, lo carcomía la vergüenza. Realmente era muy extraño querer lucir presentable y al mismo tiempo sentirse apenado por ello.

Suspiró una última vez antes de desatar la toalla en su cintura y empezar a vestirse.

Una hora después se paró frente al espejo que Casper le regaló. No lucía como él mismo, pero eso no quería decir que no se viera bien; al contrario, podría pasar por un verdadero y distinguido caballero

En algunas ocasiones había visto personas elegantes en el pueblo, hombres que se veían como él en ese instante. Sin proponérselo le sonrió a su reflejo.

—¿Qué tal me veo, Yuyis? —preguntó Adriano mirándose de costado en la superficie bruñida.

Yuyis cacareó entusiasmada y el joven licántropo rio un poco. La vergüenza dio paso a la expectativa. ¿También a Casper le parecería que lucía bien? Se daba cuenta de que Casper era elegante y se codeaba con personas interesantes. En el fondo no deseaba que pudiera avergonzarse de él durante el paseo por el festival. Se alisó el cabello con el peine, regalo también de Casper. Llevó un mechón detrás de la oreja y esta, con su forma picuda y ese pequeño penacho de pelo cobrizo en la punta, quedó al descubierto. Si tan solo tuviera un sombrero sería más fácil ocultarlas. Deslizó el cabello hacia adelante y las escondió entre los mechones cobrizos.

—Ya casi es hora —dijo en un pequeño murmullo.

En el pecho sentía como si miles de pájaros aletearan, tratando de salir de una jaula en la que se encontraban atrapados. Se pasó de nuevo las manos por el pelo, sacudió polvo invisible de las solapas negras, se enderezó el moño de la corbata.

—¡Buenas!

La voz alegre de Casper casi lo hace desmayar. Respiró un par de veces profundo para tranquilizarse y se preguntó si no estaría enfermo. Quizás su corazón lo estaba, porque no podía ser sano que latiera tan rápido, ni que la sangre se le hubiera subido a la cabeza de repente.

El cacareo de Yuyis lo hizo volver en sí, llamaban a la puerta. Tragó. Exhaló otra vez. Quería salir corriendo, escapar por la ventana.

—Adriano, ya llegué.

Casper y un lobo no tan feroz (Boyslove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora