—¿Y bien? —preguntó Casper con ojos brillantes—. ¿Cuál te gustó más?

—Todos están deliciosos. Es difícil elegir.

—¡Entonces, no se diga más! —Casper giró hacia el vendedor con esa sonrisa radiante tan típica de él—. Nos llevamos una docena de cada uno.

Adriano abrió los ojos, sorprendido.

—¡Es demasiado! —exclamó.

—Pero te gustan —dijo con naturalidad, sin mirarlo y recibiendo la bolsa de manos del vendedor—. Así podrás comerlos cada vez que quieras. Ahora, sigamos. ¡Hay mucho por ver!

El vendedor se deshizo en agradecimientos y los exhortó a regresar pronto. Adriano se despidió con una sonrisa tímida y siguió a Casper.

La calle se encontraba abarrotada de mujeres con espléndidos y coloridos vestidos de seda y tafetán; caballeros con sombreros de copa y abrigos de lana; otros más humildes, jóvenes con pantalones y camisas de tela rústica y bombín o mujeres con faldas sin *polizón. A dónde quiera que Adriano mirara se encontraba con un espectáculo, ya fuera los atuendos elegantes de los transeúntes, los puestos con mercancías que nunca antes había visto o los artistas ambulantes. Estos últimos eran los que más llamaban su atención.

—¡Mira allí! —El licántropo señaló a un grupo de personas en cuyo centro un malabarista jugaba con dos pelotas lanzándolas al aire.

—Vamos —contestó Casper y cargó a Yuyis en los brazos, pues había demasiada gente y podían pisarla.

Se abrieron paso entre los espectadores. El malabarista lanzaba las pelotas al aire y las atrapaba con mucha agilidad. Cada vez que las lanzaba de nuevo, añadía una más. Pronto hubo ocho pelotas en el aire. Adriano estaba asombrado, cuando el artista las atrapaba y añadía otra, aplaudía con entusiasmo.

—¡Es sorprendente! ¡No deja caer ninguna! —dijo con una sonrisa volteando hacia Casper.

Creyó que estaría tan sorprendido como él, pero no era así. Casper no miraba el espectáculo.

—¿Qué pasa? —preguntó. Quizás para Casper era algo muy vulgar, él debía estar acostumbrado a actuaciones mucho mejores o más interesantes—. ¿No te gusta?

El joven sonrió sin dejar de mirarlo.

—Claro que sí.

—¿Por qué no lo estás mirando, entonces? ¡Ahora tiene diez pelotas!

—Es más interesante mirarte a ti. Cómo sonríes y aplaudes, te sonrojas de felicidad. Nunca había visto a ningún adulto disfrutar tanto de un malabarista —dijo Casper sonriendo.

Adriano pensó que debía lucir como un tonto. Era cierto, ya él no era un niño, era ridículo que se emocionara de esa forma.

—¿Quieres decir que estoy haciendo el ridículo?

—¡¿El ridículo?! —Casper se alarmó—. No, claro que no. ¡Si te ves hermoso sonriendo de esa manera tan entusiasta! Por eso dije que es más interesante mirarte a ti.

Adriano no supo qué contestar, tampoco pudo seguir mirándolo, volteó hacia el malabarista. Pero este ya había terminado su acto y ahora se detenía frente a cada espectador con un sombrero.

—¿Te gustaría darle una propina? —Casper se acercó y, debido a los aplausos y la algarabía, le susurró las palabras al oído. Adriano respingó con los vellos del cuerpo erizados—. ¿Recuerdas lo que hablamos antes de venir? Si te gusta mucho, este es el momento de dársela.

—Eh... Ssí.

Azorado, sacó la pequeña bolsa de su chaleco con el dinero y tomó una moneda. El joven malabarista se detuvo frente a él, extendió el sombrero y Adriano depositó la moneda.

Casper y un lobo no tan feroz (Boyslove)Where stories live. Discover now