✞ Capítulo 49.

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El repiqueteo de los tacones de Daisy contra el mármol del suelo era el único sonido en la Catedral de San Chad ese sábado por la mañana, tan temprano que ni siquiera el padre Félix estaba allí

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El repiqueteo de los tacones de Daisy contra el mármol del suelo era el único sonido en la Catedral de San Chad ese sábado por la mañana, tan temprano que ni siquiera el padre Félix estaba allí.

Después de tanto tiempo lejos de la iglesia, Daisy se sintió como si hubiera regresado a casa.

Al final del pasillo, detrás del altar y encima del coro, se hallaba una colosal escultura de la crucifixión de Jesús. Daisy cayó de rodillas sobre los escalones que conducían al presbiterio, y comenzó a rezar.

Le hubiese gustado que hubiera alguien allí capaz de oír su confesión. Había cometido tantos pecados que ni siquiera estaba segura de poder recordarlos todos mientras rogaba absolución.

Se había alejado de Dios, y no había encontrado su camino de vuelta a él hasta la noche anterior, cuando la culpa no la dejaba dormir y la preocupación le impedía respirar.

—Un chico murió por mi culpa —murmuró, sin molestarse en secarse las lágrimas; las únicas personas allí eran ella y Dios—. Su nombre era Milo. Y su hermano, Ludo... Tantas personas han muerto por mi culpa, y yo ni siquiera sé sus nombres...

Pensó en todas las personas que habían sido asesinadas en su nombre, y en qué tan culpable o inocente era ella respecto a sus muertes.

Se mantuvo de rodillas a pesar de lo mucho que le dolían, y continuó rezando. Rezó por ella, por su familia y por todos sus seres queridos. Rezó por Tommy, su amado marido; rezó por su cuerpo, por su alma y por su espíritu.

—No sé si es posible rezar por la salvación de alguien más, pero mi marido, Tommy... —continuó, su voz poco más que un murmullo—. Necesito que cuides de él. Sé el tipo de hombre que es, pero lo que hace, lo hace por nosotros; por mí y por su familia. Tommy es un buen hombre, y un buen marido. Sé las cosas que hace, sé del tipo de crímenes de los que es culpable, pero él es...

Las palabras le fallaron, la voz se le rompió y las lágrimas continuaron cayendo.

—Él es todo lo que tengo. Él es todo lo que quiero, todo lo que necesito. No sé qué haría sin él, no puedo... No puedo vivir sin él. Te lo ruego, no me lo quites, no aún... Moriría sin él, estoy segura...

—No necesito que reces por mí.

La voz de Thomas retumbó a través de la catedral, y el corazón de Daisy se saltó un latido. Aún arrodillada, se giró para observarlo.

—¡Casi me matas del susto! —soltó, por lo bajo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Me dejaste una nota.

—Sí, para que supieras que estoy bien, no para que vinieras hasta aquí. Las plegarias son algo privado, no puedes simplemente...

—Estás llorando —la interrumpió. Tenía el rostro empapado de lágrimas.

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⏰ Ultimo aggiornamento: May 03 ⏰

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