Es mejor no saber del pasado.

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ADVERTENCIA:

Este capítulo contiene escenas de violencia, abuso y angustia emocional que pueden resultar perturbadoras para algunos lectores. Se recomienda discreción al continuar la lectura, y se sugiere que aquellos que puedan sentirse afectados por estos temas tomen las precauciones necesarias. Es importante tener en cuenta que las acciones y eventos descritos en este capítulo son ficticios y no necesariamente reflejan las opiniones o valores del autor.

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Capítulo 8
Es mejor no saber del pasado.

El tejado goteaba incesantemente, y la mayoría de las ventanas estaban rotas, dejando entrar el frío de la noche. Mi hermana yacía en una cama que apenas merecía ese nombre, suspirando débilmente mientras los resortes crujían bajo su pequeño cuerpo. A sus cortos cinco años, estaba consumida por la enfermedad desde hace meses. Su apetito disminuia cada día, y yo me veía obligado a mantenerme despierto para ahuyentar a las ratas que acechaban a su lado.

Mi madre desapareció de nuestras vidas en un abrir y cerrar de ojos, dejándome solo con este extraño, Alex, que ni siquiera era mi padre. Un obsesionado con las mujeres de forma enfermiza. A mis escasos diez años, podía distinguir claramente las acciones de este despreciable hombre hacia las mujeres. No permitía que se acercara a mi hermana. Él era como otra rata más.

En esta antigua casa, solo había dos habitaciones: la nuestra, donde mi hermana y yo nos refugiábamos, y la del bastardo, que aunque más amplia, carecía de comodidades. Además, contábamos con una pequeña sala y una cocina con una mesa diminuta, cuyas sillas estaban llenas de astillas. En cada rincón de la casa, se amontonaban y despedían el penetrante olor a botellas de cerveza vacías, o cualquier otro recipiente que contuviera alcohol.

Para sobrevivir, recogía latas de aluminio y las llevaba al centro de reciclaje del vecindario. Me pagaban según su peso; no era mucho, pero era suficiente para comprar las medicinas de Isabel. Sin embargo, había días en los que él me golpeaba, exigiendo el poco dinero que había ganado, argumentando que las latas vacías le pertenecían. Los golpes se habían convertido en parte de mi rutina, siempre y cuando no se acercara a ella, todo estaría bien.

Durante el día, salía a las calles para recolectar más latas. Esa era mi tarea. Y así fue como comenzó todo aquella tarde en el parque, recogiendo latas, cuando tuve un enfrentamiento con un indigente que intentaba arrebatarme mis preciadas latas.

Llegué a la vieja y desaliñada casa antes del anochecer, corriendo hacia la habitación de Isabel. Ella seguía dormida en aquella cama. Saqué un trozo de pan de la mochila que llevaba, algo que había logrado comprar, y busqué un poco de agua que había escondido.

La desperté con cuidado; siempre era difícil hacerlo. Mojé un trozo de pan en el agua y se lo ofrecí, para facilitarle la masticación y la deglución. Le faltaban algunos dientes porque estaba en pleno proceso de mudanza.

—Tienes el cabello un poco largo —dijo con una risita mientras tocaba las puntas de mi melena.

Era cierto, entre cuidar a Isabel había descuidado mi aspecto y mi cabello ahora me llegaba hasta las mejillas. Ni hablar de mi ropa.

—Lo cortaré más tarde.—No, me gusta —respondió emocionada.

—¿Te gusta? Parezco uno de esos emos que se drogran. —dije completamente sorprendido.

—¡Claro que no! Quiero verlo hasta la mitad de tu cabello —una niña de cinco años me estaba exigiendo.

—¿Por qué tan específica? —levanté una ceja, curioso por saber adónde quería llegar.

Hay alguien detrás de tiWhere stories live. Discover now