─── Capítulo 2. El amuleto de la luz

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Un mal presentimiento la invadió, un recuerdo vago se apoderó de sus pensamientos y miró la pared. Esa era la entrada hacia aquella hermosa ciudad subterránea que visitó cuando era muy pequeña, y en la cual quedó al cuidado de sus habitantes durante un tiempo.

Estar debajo del puente le trajo recuerdos dolorosos, porque ahí fue la última vez que vio a su hermano.

Ya habían pasado once años desde aquel suceso.

«¿Qué haces Rus?».

«Lo que mamá me pidió: protegerte».

Suspiró al recordar las últimas palabras de su hermano.

Se aferró a su mochila y continuó su camino, pero se detuvo en cuanto pasó junto a las rocas. Un brillo azul captó su atención.

Ella se inclinó y movió las piedras hasta dar con el objeto del cual emanaba ese brillo. Lo inspeccionó solo un poco, pero le bastó lo suficiente para reconocerlo.

Su corazón dio un vuelco y sus labios temblaron. Un nudo subió por su garganta, obligándose a tragarlo. Contuvo las lágrimas y dio un profundo respiro. Muchas cosas pasaron por su cabeza, desde su primer encuentro, las historias que le contaba para dormir, cuando la cuidó después de la desaparición de su familia... hasta el momento en que su tío fue a buscarla y se despidió de él. Incluso hasta hace pocos días lo saludó a la distancia poco después de que los salvó del ataque goblin.

—¿Kanjigar? —murmuró llevándose el amuleto al pecho—. ¿Cómo pasó esto?

Aquel trol había sido su protector durante el tiempo que estuvo viviendo con ellos y a pesar de lo distante que era, le tomó mucho cariño, a tal punto de llamarle «papá Kanjigar».

La chica se secó las lágrimas que traicionaron su voluntad y se quedó en silencio unos instantes. Acarició una de las rocas.

—¿Por qué pierdo a todos los que amo? —murmuró.

El amuleto entre sus manos emitió un destello.

La rubia apartó su mano de la roca y miró el objeto que aún sostenía. Escuchó gente acercarse, pero no le dio importancia. Su mente estaba tan absorta en el amuleto que incluso le pareció ver la imagen de su anterior dueño reflejada en él.

—James Lake.

La chica tragó saliva al escuchar la voz de Kanjigar provenir del interior. Parpadeó un par de veces sin poder procesar lo que acababa de escuchar, mucho menos cuando el nombre seguía resonando en su cabeza.

No sabía mucho sobre el amuleto, pero estaba consciente de la responsabilidad que conllevaba ser el portador; lo vio en Kanjigar durante el poco tiempo en el que lo trató, incluso su hijo, Draal, se la pasaba la mayor parte del tiempo entrenando para ser merecedor de ese título.

«¿James Lake? ¿Por qué él?», pensó.

Su rostro manifestaba seriedad y confusión.

Alcanzó a escuchar una caída, pero su mirada y atención seguían puestos en el amuleto.

—¿Eyra?

La chica reaccionó a su nombre, escondió el amuleto con las manos y levantó la cara, encontrándose con ese par de ojos azules que le transmitían paz.

—Creí que estaban en la escuela —dijo con un hilo de voz.

—Estabas llorando —murmuró el azabache inclinándose ante ella.

El chico buscó en el interior de su bolsillo un pañuelo, ella se limitó a aceptarlo.

—No es nada, solo me caí cerca de esta pila de rocas —respondió mostrando una de sus palmas, aprovechando que estas se encontraban lastimadas. Por lo que mentira no era... al menos no del todo.

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