CAPÍTULO 6: 2:45 a.m.

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Como había prometido, Kanae acompañó a su amigo a ver a su mamá, quien se debatía entre la vida y la muerte en aquella solitaria cama de hospital.

        No tenían permitido ingresar, por lo que su hijo debía conformarse con observarla desde afuera, a través de un cristal.

        La jovencita en los dos años y contando que tenía de conocerlo, sabía que aunque no lo dijera con palabras, se estaba quebrando por dentro al ver ese pequeño y pálido cuerpo que tantas veces lo protegió como pudo de inevitables maltratos y golpizas, colmado de vendas, sueros y una máscara que le suministraba oxígeno. Esa era la única manera de mantenerla estable.

        —Resiste, tienes que vivir, no nos dejes solos —pidió Sanemi juntando toda su esperanza en esa oración.

        Luego de haber estado con su progenitora por tanto tiempo, decidió que acudiría con Genya, quien ya no corría ningún peligro.

        —¡Hermano!

        —Hola, mocoso —saludó el mayor, internamente tranquilo de confirmar que se encontraba bien.

        —¿Te dejaron salir?

        —Según Kanae, pidió permiso.

        —Ya veo. ¿Y mamá?

        —Ella está... —ante la expresión del pequeño, que parecía estar a punto de echarse a llorar, Sanemi se apresuró a explicarle— No está muerta, tranquilo.
Genya, voy a ser lo más honesto contigo; y es que, los doctores no tienen muchas esperanzas de que mamá despierte.
Dicen... Que lo más probable es que muera.

        —¿Tú crees eso?

        La pregunta lo tomó desprevenido, e intentó ser lo más realista posible—: No lo sé. Daría lo que fuera por que saliera de aquí con vida, pero no depende de mí.

        Genya no sabía cómo tomar esa respuesta debido a su corta edad, ya que —recordemos,— apenas tenía siete años.

        —Kanae, ¿crees que mamá sobreviva? —preguntó ahora a ella.

        —Espero que sí.

        —Nemi, ¿y nuestros hermanos?

        —Hablaremos de eso después.

        —Sanemi, debo hablar de algo con mis padres, te veo en unas horas.

        —Está bien, no te preocupes por mí.

        Dicho esto, la chica salió de la habitación y se encaminó hacia la recepción, donde se encontraban los adultos terminando de debatir el asunto a continuación:

        —Mamá, papá, ¿ya decidieron?

        Ambos intercambiaron una mirada, y el padre fue quien dio el veredicto—: Hija, tu madre y yo decidimos pagar los gastos médicos de Sanemi y de su hermanito, pero no creemos tener el dinero suficiente para cubrir también el tratamiento de su mamá. Es muy costoso.

        —Pero Nemi necesita a su mamá, ni él ni Genya tienen a nadie más.

        —Kanae, escucha, bastante haremos con pagar algo que no nos corresponde. Esto sólo lo estamos haciendo por ti. Por el aprecio tan grande que le tienes a ese niño —recalcó la adulta con un tono de voz severo, lo que hizo a su hija bajar la cabeza.

        —Pero ¿cómo le diré que su mamá ya no va a despertar? Los doctores la desconectarán si nadie paga.

        —Tenemos que hablarlo —concluyó el hombre. Su esposa no quedó conforme, aunque prefirió no replicar.

        Una vez terminada la conversación, la menor se retiró para volver con Sanemi, quien había vuelto a su solitario y frío cuarto para descansar, ya que tenía algo de sueño.

        La niña entró en el espacio, y mientras se acomodaba en la incómoda silla, fue llamada por su amigo para tomar lugar junto a él en la cama.
Así, ambos se quedaron profundamente dormidos hasta las dos de la mañana, cuando los despertó el bullicio del pasillo.

        No se habían preocupado, cuando de pronto dentro de la cabeza del hijo de Shizu se encendieron las alarmas.

        —Voy a ver.

        A toda prisa saltó de la cama y corrió descalzo siguiendo a los médicos, quienes lo llevaron al lugar que tanto temía: el cuarto donde estaba su madre.

        Quedó congelado, mirando al grupo de doctores yendo y viniendo de todas direcciones para intentar estabilizarla, puesto que las máquinas a las que permanecía conectada emitían un pitido incesante que no significaba nada bueno.

        Y habría seguido así, si no fuera porque Kanae llegó adonde él temiendo el peor de los escenarios.

        —¡LA PERDEMOS, TRAIGAN EL EQUIPO DE REANIMACIÓN, RÁPIDO!

        —Pequeños, por favor regresen a sus habitaciones —les indicó una enfermera—, no pueden ni deben ver esto.

        La misma mujer los tomó cuidadosamente de los hombros y les dio vuelta, dándoles un ligero empujón para hacerlos reaccionar.
Y no les quedó más que dirigirse a la alcoba que ocupaba El Niño Albino.

        Por otro lado, los profesionales continuaron intentando y haciendo todo lo que estaba a su alcance para salvarla... Pero desafortunadamente, Shinazugawa Shizu fue declarada sin vida a las 2:45 a.m. debido a un paro cardíaco.

        —Shinazugawa Sanemi —lo llamó un médico joven mientras entraba y notaba el ambiente tenso—, tu mamá no resistió. Lo siento mucho.

        El aludido sintió sus ojos llenarse de agua, sin embargo se contuvo lo más que pudo y se negó a derramar una sola lágrima delante del profesional.

        —Ahora, si me disculpan, iré a avisarle a su herma...

        —No. El que le dé la noticia seré yo.

        —¿Estás seguro?

        El chico le dirigió una mirada glacial, que fue incluso capaz de intimidarlo. El doctor entendió la indirecta y salió de la habitación.

        —Maldito, ¡maldito! —refiriéndose a su padre— ¿Ahora cómo mierda le diré a Genya que madre ya no está?

        Y al procesar que tendría que decirle a un niño de apenas siete años que su madre estaba muerta y que ahora estarían solos, no pudo retener más las amargas lágrimas y pronto las sábanas se humedecieron por la presencia de primero una, luego dos y por último tres esferas.

        —¿Puedo abrazarte?

        —Odio admitirlo, pero lo necesito más que nunca.

        Se acercó para abrazarlo por los hombros, a lo que él correspondió con la misma desesperación, sollozando con impotencia y apretando a Kanae como si fuese a desaparecer. Así permanecieron por diez minutos, hasta que él se separó limpiándose la cara.

        —No puedo seguir llorando, ahora tengo que ser fuerte para Genya. Ya veré cómo me las arreglo, pero no permitiré que me lo quiten.

        —¿Me dejarás apoyarte? —fue lo único que se animó a preguntar.

        —Solo porque se trata de ti, aunque no entiendo cómo podrías ayudarme.

        —Sanemi —lo miró directamente a los ojos—, no importa lo que tenga que hacer, nunca te dejaré solo.

        —Ese idiota tenía razón: soy muy afortunado de tenerte.

Opuestos. [SaneKana].Where stories live. Discover now