CAPÍTULO 2: Intruso.

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Dos niñas de siete y diez años respectivamente se divertían jugando en su patio, lugar donde ambas se sentían libres y dejaban volar su imaginación.
Y mientras fingían atender una
peluquería —con sus muñecas como clientes—, el sonido de un camión interrumpió su concentración y las desconectó de su fantasía, provocando que la mayor sintiera curiosidad por ver de qué se trataba.

        Fue así que tomó una lata de pintura vacía con un poco de esfuerzo y la arrastró hasta quedar junto a la cerca que las separaba de la calle.

        Subió a la lata y se puso de puntitas, lo que le permitió observar a duras penas que el camión era de mudanzas y que alrededor de tres hombres iban y venían sacando muebles y luego llevándolos a la casa —hasta ahora— vacía.

        —¿Qué ves? —preguntó la pequeña Shinobu.

        —Se van a mudar a la casa de allá —con su manito señaló la dirección a la que se refería.

        La menor de las Kocho formó una "o" en su boca y decidió que el asunto realmente no le interesaba, por lo que prefirió retirarse.

        En cambio, la mayor continuó mirando, dándose cuenta de que los nuevos vecinos probablemente serían una familia, ya que la cantidad de muebles eran demasiados para una sola persona.

        —Kanae, es hora de comer —anunció su madre desde adentro. Ella de inmediato reacomodó la lata hacia su lugar original y desapareció tras cruzar la puerta.

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        𝙼𝚒𝚜𝚖𝚘 𝚍í𝚊, 𝟼:𝟺𝟶 𝚙.𝚖.

        Kanae ahora se encontraba sola en el patio, contemplando el atardecer que comenzaba a hacerse presente. Su respiración era tranquila, sus músculos estaban relajados y su cabello se meneaba ligeramente al compás de la refrescante brisa de la tarde.

        Sentada sobre el pasto y con la guardia baja, de pronto fue cómplice de un ruido. Tal estruendo se debía a que algo, o más bien alguien había irrumpido en su jardín.

        Ese alguien era un niño, mismo del que cabía resaltar poseía unas características físicas algo peculiares.
Este chiquillo tenía el cabello corto y... ¿Blanco? Nunca había visto a nadie que tuviera el cabello blanco. Aunque bueno, tampoco era como si la melena de su hermana menor no fuese de un color igual de peculiar como lo era el morado.

        El pequeño intruso emitió un quejido cuando intentó levantarse, al parecer había sufrido algún daño.

        —¿Hola? —saludó dudosa, pues al parecer este niño aún no se había percatado de su presencia.

        —Hola —se sacudió la ropa para quitarle la tierra y el polvo.

        —¿Te lastimaste? —la menor se acercó con cuidado y llegó sigilosamente hasta donde permanecía inmóvil el albino —¿Estás bien?

        —Sí, estoy bien.

        La fémina recorrió todo el cuerpo del ser ajeno en busca de heridas, cuando encontró un moretón en el brazo izquierdo del chico, igual que una pequeña cortada en la mejilla del mismo lado (izquierdo) y notó que el niño tocaba su hombro derecho haciendo muecas.

        —Déjame curarte.

        —No es necesario —respondió restándole importancia.

        —Si no curas tus heridas, se te pueden infectar y después tendrás que irte al hospital —explicó denotando la ausencia de términos técnicos, comprensible de una niña de apenas diez años.

Opuestos. (SaneKana).Where stories live. Discover now